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 miércoles, 26 de septiembre de 2007  
Desalojaron a 10 personas que vivían en la barranca y en riesgo de derrumbe
Estaban en la costa central, a metros de donde en marzo de desplomó una casilla. En medio del procedimiento apareció el cadáver de una joven. Hubo tensión

La Municipalidad, con una orden firmada por el juez correccional Edgardo Bistoletti, desalojó ayer a una decena de personas que vivía en condiciones de máxima precariedad y peligro potencial de muerte sobre la barranca, a la altura de Wheelwright y Moreno. El operativo se inició con el previsible rechazo de los ocupantes y derivó poco después en el macabro hallazgo del cadáver de una de las víctimas del derrumbe ocurrido a fines de marzo pasado, donde además murieron otras tres personas (ver aparte).

Empleados de Control Urbano y Defensa Civil, policías de la seccional 3ª y efectivos de Bomberos Zapadores llegaron a la barranca a las 7.45 con la orden judicial para desalojar el sitio, situado a escasos metros de donde se produjo la tragedia de marzo pasado. Seis adultos, una adolescente y tres criaturas se encontraban al momento en que comenzó el procedimiento judicial.

El titular de Control Urbano, Osvaldo Laffatigue, señaló que la medida fue dictada por la Justicia. “El Tribunal le pidió a la Municipalidad colaboración para concretar esta medida, que en realizad debió realizarse hace mucho tiempo. Hubo varias tratativas para que esta gente se fuera a un lugar más seguro”, indicó el funcionario.

“¿A dónde vamos a ir? Son unos mentirosos. Dijeron que nos iban a dar un lugar para vivir y no cumplieron. Ahora nos dejan tirados en la calle como perros”, gritó Sandra, de unos 30 años, con su nene Joel de un año y medio en brazos. Los primeros minutos de la medida judicial fueron tensos.

Sandra y su hija Rosa, de 14 años y también madre de un nene de un año y pico, fueron las personas que estaban más nerviosas con el procedimiento. A tal punto que insultaron no sólo al personal municipal sino también a los periodistas que cubrían el desalojo. En el medio de tanta bronca, las dos admitieron ser portadoras de VIH. “Las dos estamos enfermas, pero los chicos no, por suerte”, dijo Sandra.

Ana, otra de las desalojadas, vivía con su marido, que es pescador, y sus tres hijos a orillas del Paraná. Mientras las tareas de desarme de toda la vivienda ya estaban en marcha, la muchacha contó a La Capital: “Vivimos de esto. Hace seis años que estamos acá. ¿De dónde voy a sacar plata para vivir en otro lado?”.

El personal encargado de realizar el desalojo contó con el apoyo de una inmensa grúa, con un par de móviles del Sies y con dos volquetes tipo de construcción, donde fueron cargando los objetos que había dentro de la casilla y los tirantes y chapas con que estaban armadas.

Curiosos.
Ese sector de la avenida ribereña central se fue poblando de curiosos a medida que el frío iba desapareciendo. Gente que corría o caminaba por el parque de las Colectividades se iba acercando a medida que el desalojo avanzaba. El trabajo de la pluma consistió en “subir” al parque todo tipo de objetos, principalmente partes de la casilla donde hasta ayer vivían pescadores y también algunos okupas.

El caso más grave de todos pareció ser el del pescador Belermino Ferreyra, de 37 años. A simple vista, el hombre aparentaba tener mucha más edad y cuando intentaba hilvanar alguna frase, una tos áspera lo ahogaba. “No se dónde quieren que me vaya. Tengo neumonía y VIH. Me atienden en el (hospital) Roque Sáenz Peña, pero no quiero que me internen. Yo estoy bien y me quieren meter en el hospital”, repetía Ferreyra, quien tuvo que firmar una constancia donde se hacía responsable de su estado.
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Belermino Ferreyra, un pescador de 37 años, desalojó la precaria vivienda que habitaba tras ser convencido por la policía y la Municipalidad. Lo hallaron acostado y con un grave cuadro sanitario.

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