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 domingo, 13 de mayo de 2007  
Protagonismo

Jorge Besso

Estos son tiempos en los que muy probablemente el protagonismo se ha transformado en una suerte de adicción no tipificada como tal, por lo tanto sin medicamentos ni terapias a la vista que lo combatan. El diccionario habla de “condición de protagonista”, una suerte de despliegue del ser que a su vez es explicado o descripto como un afán de mostrarse como la persona más calificada y necesaria en determinada actividad, independientemente de que se posean o no méritos que lo justifiquen.

   El hecho de que sea independiente, que efectivamente se posea o no la capacidad o el mérito respecto de la actividad que se desarrolle, viene a decir que lo esencial en el protagonismo es el afán de mostrarse más allá de la función en que se actúe. En este sentido el protagonismo resulta ser una fenómeno parecido a lo que en el cine y el teatro se llama sobreactuación. Un actor o una actriz es alguien que se elige y se contrata para representar un papel determinado que debe encarnar. Pero, cuando en dicha encarnación se produce un exceso en las actitudes o rasgos que definen al personaje que se debe representar, se incurre en el pecado de la sobreactuación. Se trata de un duelo muy especial entre dos psicologías: entre la psicología del personaje a representar, y la del actor que debe dirigir la operación de representar. Hay en principio tres posibilidades:

  • Que el personaje se trague al actor.

  • Que el actor borre al personaje.

  • Que el actor se vista del personaje, y luego se desvista.

       El primer caso es lo que le ocurrió a Anthony Perkins luego de representar al inquietante Norman Bates en “Psicosis”, la notable película de Alfred Hitchcock. Actuación tan memorable que Anthony Perkins jamás la pudo olvidar, al punto de que Bates se metió en su propia vida particular o privada. Claro que también se puede decir lo inverso: que Perkins se metió en la vida de Bates, y ya no pudo salir. Esto es lo que le ocurre al personaje en la película, que jamás pudo salir del encierro con su madre.

       El segundo caso puede ejemplificarse con el célebre Jack Nicholson representando papeles tan opuestos como el de “El cartero llama dos veces”, en una de las escenas eróticas más logradas del cine; o dando vida a las excentricidades y a la imaginación del Guasón en “Batman”. Lo que pasa es que en definitiva el gran Jack siempre termina sobrepasando a sus personajes, y los espectadores terminamos viéndolo demostrando su histrionismo y su vida frente al espejo.

       El tercer caso es sin duda más que difícil ya que requiere de la ductilidad necesaria para prenderse a un personaje, y a la vez desprenderse de sí mismo de forma tal que efectivamente se logre encarnar al otro para regresar luego a uno mismo. Quizás podría ser el caso de Dustin Hoffman, alguien que pareciera ser portador de esa ductilidad. Todo esto tomando como ejemplos a estrellas pertenecientes al estrellato mundial.

       Llegado el caso se puede hacer lo mismo con el estrellato nacional, que en ocasiones también forman parte del firmamento internacional. Por lo demás no hace falta buscar ejemplos en los firmamentos más lejanos, sino que bien se los puede encontrar también en los cercanos. Es como decir: “¿Y por casa cómo andamos?” O sea poder confrontarnos con nuestra manera de hacer las cosas, y por lo tanto cómo resuelve (o no) cada cual la tentación a la sobreactuación. Es decir, el pecado del protagonismo no mencionado como tal por ninguna Iglesia, pues en tal caso en dicho ámbito son más bien escasos los que se salvarían.

       Se podría decir que el protagonismo es la enfermedad del ser por excelencia, donde se despliega la inflación de ser. Con lo que la pasión por tener que ser el protagonista no admite ningún repliegue, y ocupa siempre el centro de los escenarios. Precisamente el correlato del protagonismo son los escenarios, palabra que se ha puesto de moda desde hace un tiempo. Los escenarios han saltado de sus lugares habituales en los teatros o los set de rodaje de películas, y aparecen a cada rato en los discursos de los políticos y los economistas, y demás vivientes que se llenan la boca analizando los escenarios de la actualidad.

    En la denominada clase política la pasión por el protagonismo es la enfermedad principal, ya que la ocupación fundamental de los líderes es que nadie crezca a su lado o a su alrededor. Por esta razón en política nadie quiere el poder para hacer políticas, sino que se hace política para obtener y conservar el poder.

    La epidemia del protagonismo lleva a la banalización de estos tiempos, frente a la cual habría que decir que así como es importante el despliegue del ser, también lo es su repliegue para que el otro suba el escenario, o simplemente para que tenga su espacio.

    jorgebesso"yahoo.com.ar
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