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 sábado, 21 de octubre de 2006  
Crítica > Espacios Públicos
De lo topográfico a lo lúdico
Un análisis del Parque de las Colectividades y el rol del Estado como regulador

Silvia Pampinella

La propuesta ganadora del arquitecto Marcelo Villafañe en el concurso de ideas para el sector de la Unidad IV, convocado en 1997, propuso la caracterización del área mediante una extensa plantación de árboles, una intervención en la línea costera con distintos niveles de circulación, equipamientos comerciales, servicios y clubes náuticos. Estas ideas aportaban una continuidad al Parque de España y al mismo tiempo enfatizaban una diferencia respecto al aspecto sólido y murario del Colegio Español, levantado por delante de la barranca. La idea del estudio de Villafañe fue potenciar la barranca mediante paseos y terrazas con visiones igualitarias desde diferentes niveles y una franja de servicios.

Desechado ese proyecto urbano, el Ejecutivo municipal encargó los senderos y el equipamiento de una parquización y redujo la arboleda. Las posibilidades del proyecto se vieron reducidas a la acción sobre el plano y Marcelo Villafañe recurrió a formalizaciones vinculadas a su más reciente investigación plástica.

La reducción del programa lo obligó a atrincherarse y desde la trinchera desplegó las armas de la estética, como un refugio donde buscar valores. Sabe hacerlo. Asume que la estética contemporánea no es necesariamente la búsqueda de lo bello.

Es cierto que la crisis desatada en el 2001 desbarató cualquier posibilidad de inversiones importantes. Pero, ¿por qué se sigue renunciando hoy a aquel proyecto?

La primera decisión oficial de demoler los silos, cuya transformación en edificios habitables hubiese requerido de inversiones desproporcionadas a su valor de memoria, no es en absoluto cuestionable. Se ve cómo el silo Davis, transformado en un ícono urbano, dista de reunir confort y funcionalidad con economía.

La segunda decisión, en 2005, fue el encargo municipal al arquitecto Villafañe de la parquización del sector entre la calle Presidente Roca y el bulevar Oroño.

La propuesta, actualmente en desarrollo, consiste en la consolidación de los senderos que el uso cotidiano fue delineando, el equipamiento de bancos, parrillas de sombra y luminarias. Del anterior proyecto persiste la idea de dos niveles sobre el borde, uno de paseo peatonal y el otro de balcón sobre el río. Se suma ahora un bar con baños públicos para reemplazar al actual. Mientras tanto, los rosarinos usamos el descampado de ubicación excepcional y lo llamamos parque público.


Los parques públicos
Los primeros parques públicos de la ciudad cumplían una función social, de recreación e higiene para los sectores populares. Así fueron presentados en los discursos oficiales la Plaza de la Independencia, en 1888, (cuatro manzanas en el cruce de los bulevares) y unos años más tarde el Parque de la Independencia. Después, el tema del parque incorporaría funciones culturales (museos, zoológico, centros culturales) y deportivas (piscinas, clubes, estadios). En la medida en que el tiempo del ocio cambió sus requerimientos, los parques sumaron nuevos roles.

Hoy, cuando el tiempo del ocio no puede escindirse del consumo, el parque es un lugar de negociación entre el uso público y la explotación privada. Por eso, es tan importante la defensa de la apropiación para usos públicos y la búsqueda de las mejores respuestas urbano-arquitectónicas para satisfacer tanto intereses sociales como económicos. El tema del parque plantea la convivencia de lo diverso, que como la mayoría de las convivencias, se resuelve en pujas y negociaciones.


Las apropiaciones de la costa
El Parque de España marcó la introducción de una combinación de distintos programas y tipos de apropiación sobre la costa: un colegio privado, un centro cultural privado de amplia apertura, un paseo sobre el muelle, un parque y un túnel de circulación rápida. Grandes inversiones del gobierno español sobre un terreno estatal con alto valor urbano e inversiones considerables del municipio.

El anteproyecto del estudio catalán Bohigas-Martorell-Mackey recogió con astucia el potencial de un área costera céntrica e introdujo una gran pieza urbana por delante de la barranca, una sólida base que soportaría en los años siguientes la transformación de la fachada superior que ellos pensaban homogénea en altura.

En contraste con esa masividad, previeron la estructura etérea de un puente peatonal que se prolongaría sobre el Paraná y sería un símbolo del fluir de la cultura ibérica. Con ese elemento y la calle de los cipreses intentaron atar sutilmente la dirección de la cuadrícula con la nueva pieza.

Sabemos que se realizó sólo la primera etapa de un parque que iba a extenderse hasta la calle España, con un programa que alojaría exposiciones, convenciones, consumo y circulación masiva, aun bajo el modelo de la feria decimonónica.

Cada objeto preexistente fue evaluado por su valor para potenciar las vistas, no todo subsistía, no todo se demolía; se refuncionalizaba la estación de trenes y se aislaba la torre. El Paseo de las Palmeras tenía rememoraciones mediterráneas y los recursos pintoresquistas aludían a nuestros parques públicos de principios del siglo XX.

Son bien conocidas las alternativas sufridas con la segunda etapa de aquel anteproyecto, desechado y reemplazado por una sumatoria de objetos, senderos estrechos, hileras de palmeras sin continuidad, rescate de algunos edificios de escaso valor patrimonial, obstrucciones a las visuales sobre el río, ausencia de elementos unificadores para la caracterización del sector, flagrantes diferencias entre los espacios públicos apropiados por la actividad comercial y los espacios residuales que congregan a los sectores de menores ingresos.

En los últimos años, el sector entre el llamado Parque España y la calle España fue reintegrado a la vida urbana, se pactaron concesiones y se realizaron inversiones. El resultado es el desconcierto, en su sentido más directo: acciones sin concierto.

¿Cómo continuar hacia el norte? Desde el llamado de Oriol Bohigas en 1980 a derribar el muro que nos separaba del "parque" de la costa, los logros en este sector son la continuidad vial y la ausencia del muro, con la consecuente apropiación del descampado para potreritos o para instalar reposeras y matear al sol.


Proyecto topográfico
La propuesta ganadora en 1997 apostó a un proyecto topográfico: forestación y articulación del borde costero en planta y en sección. La extensión lineal caracteriza, tanto la plantación de plátanos como el diseño de la barranca. El uso público se expande en todo el llano hasta el borde sobre el río, con un paseo superior y otro inferior con un cuidadoso tratamiento para no obstruir las vistas.

Sobre la unidad longitudinal se delinean algunos senderos de atravesamiento transversal coincidiendo con la cabecera de las calles; rampas y escaleras comunican los distintos paseos, y la fascinación por formas zigzagueantes, en contrapunto con las leves curvaturas de la avenida. Las construcciones fueron pensadas desde la experimentación en el uso de materiales y en el cruce de economía y tectónica, bajo el concepto de sistema, trama o retícula.

Es cierto que cavar y contener la barranca requiere de mayor inversión que construir sobre el llano. Pero lo ubicado en la barranca misma obtiene excelentes visuales y una fuerte particularidad; lugar apto para la explotación privada de pequeños clubes náuticos y cinco bares y restaurantes. Nada se hizo.

¿No hay interés por este tipo de inversiones a cambio de concesiones ventajosas? ¿No hay en el empresariado rosarino la capacidad de mirar con amplitud? ¿Y en la gestión pública, la capacidad de ofertar buenos negocios y mantener el control sobre los intereses comunitarios? ¿Es realmente la intervención en la barranca un problema irresoluble para los ingenieros especialistas?

Aprovechar la topografía para instalar un artefacto no es lo mismo que prever la forma de urbanizar un sector de la costa. Prever la forma puede derivar hacia la gestión de la construcción o hacia la reglamentación de las posibilidades de acción privada. No hacerlo significa negociar cada objeto sin criterio previo, permitir que la forma se realice nuevamente sin concierto. Y todos son perjudicados, porque se trata del control sobre lo público, donde el negocio privado siempre busca oportunidad, a veces con buen criterio como en la "isla" Davis o en la Estación Fluvial, apostando a valores de la arquitectura.

La diferencia entre el proyecto topográfico de Villafañe y la "isla" de un bar con terrazas por delante del silo y de la barranca es igual a la distancia entre el proyecto de un objeto y la de un proyecto urbano. Hay que destacar cómo el proyecto topográfico interpreta con sensibilidad la topografía natural y la traduce en una topografía cultural, desde elementos ambientales y desde la asunción del conflicto entre lo público y lo privado.
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