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 domingo, 25 de junio de 2006  
El conocimiento a través del amor

Miguel Angel Bustos

La "Amarushatakam" (o "Centena") del tal vez legendario Amaru constituye la colección de poesía erótica más difundida de la India antigua. Semejantes a las miniaturas persas o hindúes, pintan verbalmente las motivaciones secretas y visibles de dos amantes que, bajo el enojo o el placer, viven su amor en un tiempo ideal hecho de sugerencias delicadas y cortesías que convierten a esta "Centena" en cancionero de otros muchos amantes.

De la existencia de su posible autor casi todo se ignora. Tal vez haya vivido entre los siglos VI y VIII: se le atribuyen el oficio de orfebre y un número casi infinito de leyendas fantásticas; la unidad de visión y ritmo de este cuerpo poético es la única certidumbre. "La poesía es un medio de hacer más fácil el estudio de las cuatro clases de móviles de la conducta humana -dice "El espejo de la composición", tratado de Visvanatha Karivaya-: artha (los bienes materiales), kama (placer-dolor), dharma (bien-mal), moksa (deseo de liberación)".

La versión directa del sánscrito de Fernando Tola impresiona muy respetuosa; su método es trasvasar los cuatro versos que componen cada poema de la "Centena" en un ajustado desarrollo en prosa. Como en toda poesía antigua, el poema juega con figuras reiteradas cuya repetición no llega a ser retórica. Hay un uso de la palabra que vincula dos poesías tan distantes en el tiempo como la oriental y la precolombina: un uso siempre renovador que pareciera huir de lo meramente utilitario y acudir a las cosas como si las nombrara por primera vez. "No bien mi amante decidió marcharse,/ que mis pulseras y demás joyas me dejaron;/ una a una, mis lágrimas,/ mi dulce compañía,/ se van, sin detenerse un solo instante;/ ni un momento mi constancia ha demorado su partida; / y mi razón decidió irse la primera..." Relación íntima entre objetos y sentimientos que instaura un fluir secreto, constante, con esa otra relación de los amantes.

La lectura de esta "Centena" es un ejemplo perfecto de la distancia no violada entre Oriente y Occidente, entre sus medios de expresión. Sólo la poesía de los trovadores provenzales alcanza tanta nostalgia, tanta magia incantatoria: "El viajero sabe/ que muchas tierras, ríos, bosques y montañas/ lo separan de su amada,/ que de ningún modo/ sus ojos la podrían alcanzar./ Mas, levantando la cabeza,/ alzándose sobre la punta de sus pies/ y limpiando sus ojos cubiertos de lágrimas,/ hacia la región donde ella vive / pensando no sé qué,/ dirige sus miradas".

Publicado en Panorama, Buenos Aires,

20 de julio de 1971.
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