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 jueves, 12 de enero de 2006  
Reflexiones
El Diablo en verano

Adrián Abonizio

Discúlpenme, yo no hice el verano. Seré el Demonio -uno menor, no asusteís-, el Malo de la siesta, el que promueve no dormir, el que rasga en silencio las fotos pornográficas para los vírgenes, el que esconde los vientos helados. Pero yo no fabriqué este horno de cimientos en que viven los infelices felices de Rosario. Yo no di de comer a las pupas de mosquitos para que, una vez adultas, asolen vuestras carnes pecaminosas. Yo no cierro los templos en donde algunos se refugian con rezos pero sin calor. Ahora los flagelan con los robos de efigies o le saquean la cajita que suelen poner frente a alguna figura de martirio en yeso.

Yo no promuevo los accidentes y las malas maniobras producto del fastidio que significa esta plaga que significa para los mortales el verano. Calculen que para mí esto es como un largo invierno y ando aterido por el frío que me deja tieso en mi caverna. Quise venir a Rosario a descansar y me encuentro con una ciudad pujante, es cierto, pero ausente de pecado. Alguna lidia intestina, una plaga, drogas.

Ah, cómo odio los controles de alcoholemia, con sus gentiles midiendo en sangre lo que a la larga derivaría en choques y cadáveres. O los que estigmatizan la apertura de casinos. El orden, el sagrado orden que quieren imponer a esta ciudad prolija. Déjenlos vivir que yo los he de esperar en mi oasis de azufre. Me tomé vacaciones, pero el oficio se extraña.

Estuve en el Tsunami, luego una carrerita por Irak y en las selvas donde se desmonta a lo loco, en el sur de hielo con la matanza de ballenas y durmiendo la siesta junto a los altos mandatarios del imperio, susurrándole acciones al oído, sublime en mi silencio, soplando llamaradas de ideas convencionales de destrucción.

Está preciosa Rosario, con sus avenidas floridas y su río sin orillas, sus cavernas de lata y ratones, sus enfermos de locura con sus revólveres y sus muertes al voleo por un auto, unos billetitos, algo de cocaína berreta para seguir hasta mañana en que se pueda capturar algún que otro perejil que sirva para pagar lo que se debe. No es ninguna novedad: el país entero así lo vive. Está difícil el mundo de la delincuencia baja, matar o morir.

Está linda Rosario, la soja transgénica da sus resultados: el mundo lo pide y aquí le dan. Sopla el viento de humo que viene de Entre Ríos y eso me esperanza. Arrasan los campos como en Vietnam y a cambio las divisas llenan esta ciudad que dicen se ha convertido en una nueva Miami, con sus cirujanos mórbidos que ofrecen cuerpos nuevos, su puente que en la noche parece americano, su aeropuerto internacional.

Me causa gracia la paradoja: el Diablo en Rosario de Santa Fe de la Veracruz asándose a fuego lento, mirando pasar las horas en sus bares de maderas que simulan ser rancias, sus señoritas que se creen espectaculares y sus autos ampulosos y vidriados. He presenciado pocos aquelarres: alguna fiesta macabra en algún barrio de latas, alguna rave inofensiva, las comilonas de las fiestas y algún que otro crimen. Repito: le falta pecado, sofisticación, locura, desprecio, ultraje, desesperación, juego, perdición, magia negra. Demasiadas parroquias y muchos fieles. ¿Para cuándo una guerrita? ¿O una insurrección con millares de muertos?

Extraño los tiempos de la Alianza, con un caballo hijo dilecto de mis cuevas y el final a toda orquesta, presidente eyectado en helicóptero incluido. Esto se parece a un cementerio. Y no hay cosa más triste que uno en verano. Les confieso que arrastro cefaleas, un estrés de los mil demonios. Pero me aburro. Creo que si esto sigue así voy a programar cortes de luz y de agua, una suba de precios, saqueos y después me iría de donde vine, del legítimo infierno y no este simulacro de llamas y temperaturas que a la mayoría le suenan abrasadoras y que para mí son más heladas que la que circundan al parque Independencia.

Mañana bien temprano capaz que incendio un convento y hago subir el calor a 60º. Luego, me daré un baño tibio con agua bendita y a desayunar un buen trago de ginebra junto a Evaristo Monti.

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