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 miércoles, 24 de agosto de 2005  
Un taller estimula la solidaridad y la paciencia
La cocina como ámbito terapéutico para chicos
Nenes y nenas de entre 5 y 12 años preparan recetas e incoporan hábitos

Florencia O'Keeffe / La Capital

"La cocina es un lugar en el que suceden muchísimas cosas...", dice Laura Esquivel, la autora de "Como agua para chocolate". Si lo sabrán los nenes y nenas de entre 5 y 12 años que asisten al taller "Manitos en la Masa" en el que, además de conocer técnicas culinarias aprenden normas de convivencia, descargan tensiones, trabajan la paciencia a nivel individual y grupal y fomentan la solidaridad. Cocinar como actividad lúdica y terapéutica es una modalidad cada vez más usada en todo el mundo por personas de todas las edades.

El taller es coordinado por la psicóloga Vanesa Labajos. La actividad comenzó el año pasado y funciona en la Casa de la Cultura de Funes, en la Asociación Médica y en su lugar de origen, Tendrel. La encargada de conducir a los chicos afirma que cocinar es "una excusa" para trabajar en grupo, desplegar la creatividad y compartir. "El objetivo central que motoriza el taller es pasarla bien; acá no venimos (ella y la otra coordinadora, Isabel Ferraro) a enojarnos, ni a retarlos, aunque sí trabajamos los límites y lo hacemos coordinadamente: en el taller hay cosas que se pueden hacer y otras que no, pero siempre lo manejamos desde el amor", comenta.

Cada clase es de dos horas en las que se preparan una receta dulce y otra salada, propuestas generalmente por la coordinadora, aunque también se aceptan sugerencias de los chicos. También alientan la posibilidad de que inviten a un papá, una mamá, un tío, abuela o hermano a compartir la receta que mejor les sale o más le gusta. "Es una manera de hablar de los afectos, de mostrarlos. Cuando en los talleres hacemos la receta del tío de.. o de la abuela de.. es una linda manera de socializar", señala Labajos.


Cada cosa en su lugar
En la cocina del taller se espolvorea, se corta, se amasa, se hornea pero también se transmiten pautas para evitar accidentes y se fomentan el orden y la limpieza. "A los chicos les encanta cocinar; lo que más disfrutan es batir y amasar, pero a la hora de lavar las cosas y acomodar lo que se desordenó, no aparecen demasiados voluntarios", dice Labajos con una sonrisa.

El taller tiene sus rutinas y si bien los chicos pueden proponer cambios hay un ordenamiento básico que es parte de los objetivos. "Cuando trabajamos con cuchillos, por ejemplo, les explicamos claramente que deben concentrarse en lo que hacen, que tienen que focalizar, esa es una tarea que nos cuesta a los adultos y en particular a los chicos".

Adquirir nuevos hábitos es uno de los resultados más evidentes en el corto plazo. "Los padres se sorprenden del manejo de sus hijos en la cocina, incluso en muchas oportunidades son ellos los que corrigen a sus padres y los ayudan con medidas de higiene y conductas a la hora de preparar la comida".

Lucía lo confirma. "Aprendí que no tengo que arrimarme al horno si está prendido; a no tocar los enchufes descalza o con las manos mojadas; el cuchillo siempre se usa con un mayor al lado y sobre todo, que antes de ponerme a cocinar me tengo que lavar las manos".

Valentina, de 7 años, cuenta que en su casa comen lo que cocina. Mariana, de 8, se entusiasma comentando que repite las recetas en la cocina de su casa.

A la hora de mencionar lo que más les cuesta, Labajos señala que en las primeras tres semanas -lo que ubica como el tiempo medio de la adaptación- se "enfrentan" a un lugar donde no hay computadoras, donde hay que esperar, cumplir con ciertos pasos para que todo salga bien y donde se viven tiempos "más relajados". "Eso suele generar resistencia, pero pronto, los chicos incorporan la nueva rutina", cuenta la coordinadora.

Como a "Manitos en la Masa" concurren nenes y nenas de entre 5 y 12 años la diversidad de edades muestra también necesidades diferentes y estimula la convivencia. Los más grandes tienen que aprender a tolerar los tiempos de los más chicos, y los pequeños absorben los conocimientos de los mayores.

"Los adolescentes suelen ser un poco más organizados, ya adquirieron pautas y las quieren seguir, ir paso a paso, también se cansan menos, pero un chico de 5 ó 6 años tiene una capacidad de atención más reducida, se dispersan rápido y después de media hora necesitan hacer otra cosa, entonces planteamos juegos o son ellos mismos los que los proponen", señala la coordinadora.

Cuando uno o varios están aburridos o demasiado ansiosos entonces es tiempo de recreo. Las pausas no están establecidas de antemano. "Seño, estoy un poco acelerada, ¿podemos hacer eso de ponernos flojitos?", pregunta Sofía. Entonces, mientras las manzanas se hornean los chicos y chicas liberan tensiones. "Lo importante es que ellos mismos registren su exaltación y la necesidad de bajar un cambio", manifiesta Labajos.

Otros "métodos" de descarga suceden en el ámbito mismo de la cocina. "Lo que más les gusta es amasar, a veces es difícil encontrar tantas recetas con masa", relata la psicóloga. "Hacemos una masa madre en la que todos colaboran a la hora de colocar los ingredientes y después separamos en bollitos. Es muy interesante ver cómo unas galletitas quedan durísimas y otras blandas, solo con las diferentes energías de los chicos", señala.

Además de divertirse y liberar tensiones los chicos registrar nuevas experiencias que les "abren" la cabeza. "Cuando llegan no conocen más que sal y cebolla en cuanto a sabores fuertes, acá se van encontrando con el romero, la pimienta, el orégano, la nuez moscada, y descubren una paleta enorme de olores y sabores. Eso los ayuda a la hora de sazonar los platos pero sobre todo les posibilita elegir entre muchas opciones, que no es poco", dice Labajos.

Las transformaciones tienen un lugar especial en la atención de los chicos. "Es fantástico como se entusiasman con los cambios, con ver cómo una par de huevos y un poco de harina se vuelven una masa; les encanta presenciar cómo varía el color de una preparación cuando sale del horno; son testigos de cambios, como los que les van sucediendo a ellos", menciona.

Preparar comida es definitivamente mucho más que cumplir con una obligación alimentaria, y como bien señala Esquivel: "El acto de cocinar es un acto de amor. Todo aquello que hace que dos cosas se conviertan en una es, sin dudas, un acto amoroso".
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