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 miércoles, 24 de agosto de 2005  
Editorial
Docentes: la que manda es la impaciencia

Mientras el gobierno nacional prepara un proyecto de ley para aumentar el presupuesto educativo en nueve mil millones de pesos, en la provincia se cumple hoy un paro que pese a proyectarse desde reclamos legítimos no logra diluir las sospechas sobre sus razones.

El próximo 9 de septiembre el gobierno de la Nación enviará al Congreso un proyecto que merece ser calificado de crucial en relación con el país del futuro. Es que a partir de la sanción de la ley de financiamiento educativo se prevé el aumento del presupuesto del área en nada menos que nueve mil millones de pesos, con la mira puesta en el 2010, cuando si se cumple con los planes la inversión destinada a educación llegará a los seis puntos del producto bruto interno (PBI). En ese marco, hoy se cumple en la provincia de Santa Fe un paro docente que vuelve a perjudicar a los chicos: ya se sabe que el día de clases perdido en esta fecha no lo recuperarán, pese a los previsibles anuncios y promesas que se efectúen en tal sentido.

Los reclamos que motorizan la medida de fuerza no pueden ser descalificados, más allá del requerimiento de un salario de bolsillo de mil seiscientos pesos que parece trasponer con largueza las fronteras de lo posible. Sin embargo, no ocurre lo mismo con la demanda de incorporar al básico las sumas que actualmente se perciben en negro ni con el pedido de recuperar para quienes se retiran el ochenta y dos por ciento del salario de los activos, así como también resulta justo que se disminuya la edad actualmente requerida para jubilarse.

Pero la legitimidad de las reivindicaciones no logra ocultar la intemperancia de los procedimientos elegidos para luchar por su concreción. Sobre todo porque se vuelve a victimizar a los mismos de siempre: alumnos que concurren a clases sólo cuatro horas por día -en países más avanzados, el número llega hasta seis- durante un número de jornadas anuales considerablemente menor al de los estudiantes del Primer Mundo -doscientos diez días- y también a los de Chile, Brasil y Uruguay -donde se llega a los ciento noventa-.

Todo esto en el marco de una situación que si bien dista de aproximarse al ideal se puede vincular sin temor a equivocarse con la palabra mejoría. ¿Por qué, entonces, la impaciencia?

Desde el gobierno de la provincia se ha hecho referencia, sin medias tintas, a un paro político. Y si bien los motivos expuestos para la huelga parecen desvirtuar tal posibilidad, la coyuntura preelectoral elegida para llevarla adelante no contribuye a diluir las sospechas.


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