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 miércoles, 24 de agosto de 2005  
Esos dos

Maruja Torres / El País (Madrid)

Donald Rumsfeld, el más carnívoro de los devotos carniceros de Washington, se encontraba en Paraguay, enredando, como es su costumbre. Lo lógico habría sido que, visto lo visto en Irak, se hubiera enterrado vivo en un foso de serpientes... aunque, pensándolo bien, ¿cómo iba a notar entonces que no estaba en la Casa Blanca?

Lo cierto es que Donald-Tío Gilito Rumsfeld estaba en Paraguay y aseguraba que Venezuela tiene planes para desestabilizar América latina. Más o menos al mismo tiempo, se me informaba desde Chile de que el lunes iba a ser entregada una carta a los jueces de la Corte Suprema y de la Corte de Apelaciones de Santiago, una petición firmada por gente como Isabel Allende, Luis Sepúlveda y Ariel Dorfman, en la que se afirma que el general Augusto Pinochet no sufre de demencia o locura alguna, "por lo que deben completarse los procesos judiciales con las sentencias que correspondan".

¿Venezuela, desestabilizando América? ¿Donald Rumsfeld, de salvador? El cuerpo me pedía droga dura.

Se la di, cielo santo.

Conecté el 305 de Digital Plus (Cubavisión Internacional) y allí estaban. En directo, desde Ciudad Sandino, provincia de Pinar del Río, Cuba: Aló presidente. Con el infatigable conductor de verborrea, presidente Hugo Chávez como anfitrión, y con el comandante en jefe Patria o Muerte, es decir, Fidel Castro, en calidad de invitado especial.

Dos veces "Lo que el viento se llevó" después, una temporada entera de Frasier después, o como quieran que midamos las casi seis horas que duró el programa (una eternidad, en sensación térmica), yo ya estaba lista para rasgar el manifiesto de los chilenos y jurar que Pinochet chochea bondadosamente; y digo más, no me habría importado que Rumsfeld me estampara un beso estilo desatascador de baño. No sentía nada, amigos míos. De penetrarme entre las piernas un mártir al volante de un 747, ni me habría enterado.

Había sido sometida a un régimen intensivo de anestesia general, una sabia mezcla del tratamiento Bocaza Inmisericorde que Fidel viene aplicando a sus súbditos desde hace 45 años, discurso tras discurso; y de las alocuciones mediáticas que Chávez propina semanalmente a los venezolanos.

No he visto en mi vida nada más eficaz para arrojarse en los brazos del fascio en cuanto termina la emisión.

Verán, el motivo por el que ambos próceres (el uno en la flor de su edad, el otro en la edad de su flor, por así decirlo) se reunían era, en verdad, loable. Me refiero a esa colaboración en lo médico, en lo social, en lo comercial, en lo... Hospitales, médicos, curas, un nuevo aire liberador para América latina, al margen del Imperio... Pero ¡seis horas!

Debo decir que lo que más gracia tuvo fue comprender la poca gracia que, pese a todo, le hacía a Fidel darle las gracias al otro por la ayuda (económica y petrolífera) que está proporcionando a Cuba; y la condescendencia con que se refería el viejo a las muchas cosas buenas que con ese dinero están haciendo los cubanos (los médicos, sobre todo). Y hubo momentos épicos, como cuando Chávez, citando la célebre frase de Castro a su conveniencia, engoló un poco más el trémulo y dijo:

-La historia nos absolverá.

El otro cabeceó, sí, sí. Y Chávez siguió:

-Bueno, Fideeeel, a ti la histooooria ya te ha absueeeelto.

Castro cabeceó de nuevo. Sí, sí.

-Pero a mí aún noooooo -pucheros de Chávez.

Y Fidel, zorruno, cabeceó de nuevo, musitando:

-Sí, sí.

Poco después soltó un ronquido. Claro que habían transcurrido ya cuatro horas, no todas hablando él, y que ya habían conectado con el paciente venezolano número 50.000 operado de cataratas en un hospital cubano, y con una delegación de pacientes venezolanos operados de cataratas (todas del ojo izquierdo), y con la señora Rotseli Loreto, que llamó desde Calabobo (Venezuela) para dar las gracias por haber recuperado la salud... Y se habían reportado los soldados venezolanos que habían ayudado a construir unas viviendas donadas por Caracas (los soldados declararon querer estudiar para informáticos, pero Fidel les convenció de que él les hacía médicos en un pispás), y el comandante en jefe, además, había prometido que, en los próximos diez años, la Misión Milagro de ambos países lograría (en lo que él bautizó allí mismo como el Compromiso Sandino) curar a seis millones de latinoamericanos de lo que fuera que tuvieren en los ojos. Y Chávez había narrado la vida de Bolívar, Fidel, la de Martí; y Daniel Ortega y un ex guerrillero salvadoreño (invitados entre los funcionarios regordetes) las de, respectivamente, Sandino y Farabundo Martí.

Cuando acabó, grité: "¡¡¡¡Rumsfeld!!!!! ¡Te necesito!". Contra él, todo es mucho más fácil. Puede que la historia absuelva a ese par. Yo, no.
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