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 sábado, 30 de abril de 2005  
El Cazador Oculto: "Una celosa barrera contra los colados"

Ricardo Luque / Escenario

Un par de días atrás, durante el lanzamiento de la revista Lola, estaban exultantes. Chochos de la vida. El catering no era nada del otro mundo, pero era real, tangible, estaba al alcance de la mano. Y eso no es todo. Había una lista de invitados, en la que no estaban anotados, por supuesto, pero eso no era ningún impedimento. Fernanda Mainelli, la voluptuosa heredera del imperio librero Ross, tampoco estaba invitada, pero igual entró. Y lo que es más curioso ni siquiera tuvo que insinuar sus encantos para trasponer la puerta (y se moría por hacerlo). El filtro en la entrada era fácil de eludir, más para gente de su experiencia. Pero el viernes los "canaperos" se quedaron afuera de la inauguración VIP de la Megamuestra Estilo Lares. Merodearon la entrada, saludaron a los unos y a los otros, practicaron sus mejores sonrisas, pero no hubo nada que hacerle, una y otra vez chocaron contra la barrera tecnológica que sabiamente interpusieron los organizadores. Para que se entienda: la acreditación sin el estiquer con el código de barras, que recién se adhería después de que verificara concienzudamente la identidad del invitado, no servía para nada. Adiós a las falsificaciones. Adiós a las impresoras color. Al Patio de la Madera sólo entraban los que tenían que entrar. Y ahí estaba, por supuesto, Mariela Spirandelli, vestida con largo sacón de cuero negro que acentuaba la blonda melena que le caía sobre los hombros. Parecía Trinity, sí, la supersexy novia del Neo de "Matrix". A su lado, Nora Nicótera, que llegó apurada y simuló querer pasar inadvertida, parecía un personaje de un cuento de hadas para chicos. También, a quién se le ocurre lucir para la inauguración de una muestra de arquitectura tacones altos, un amplio palazzo marrón y una solera turquesa con lentejuelas brillantes. Junto a las traviesas mascotas de Easy (un conejo y una ardilla) parecía una de las chicas de Playhouse Disney. Así y todo, la atención masculina se concentró en la belleza aniñada de Anita D'Angelo que, lista para vivir una agitada noche de viernes, lució unos ajustadísimos jeans verde musgo que insinuaban cruelmente sus curvas. Que eran mortales. Como las miradas que se clavaron en su espalda cuando emprendió veloz la huida.


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