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 miércoles, 27 de abril de 2005  
Una masacre anunciada. Habla la madre de un guardia que fue rehén
"Mi hijo está mal, no sé cómo va a seguir"
Mabel de Marchesín convirtió en palabras la pesadilla que vive desde el 11 de abril, cuando su hijo fue uno de los escudos humanos utilizados por los asesinos que llevaron adelante la matanza de Coronda

"Mi hijo estuvo nueve horas como rehén. Ese fue el tiempo en el que con mi familia estuvimos llorando y rezando". Con los ojos enrojecidos por la angustia y la falta de sueño, Mabel recuerda las difíciles horas que vivió el pasado 11 de abril, cuando su hijo, Eduardo Daniel Marchesín, estaba en manos del grupo de presos de la cárcel de Coronda que perpetró la masacre selectiva de 14 internos. "Mi hijo está mal. Hoy se sentó a la mesa, apartó el plato y se puso a llorar. No sé cómo va a salir de esto", cuenta la mujer que dice con orgullo: "Venimos de una familia de buenos empleados carcelarios. Esta es la tercera generación".

Los Marchesín viven a un par de cuadras de la prisión más importante de la provincia desde hace más de 30 años, por calle Roque Sáenz Peña, en lo que es conocido como "el camino de la cárcel". Según comentaron los vecinos, "este fue un golpe duro para la familia. Hace nueve meses tuvieron una pérdida familiar importante y el esposo está muy enfermo. Y ahora a Tato (por Eduardo) le pasó esto".

Eduardo Tato Marchesín tiene 25 años. Es uno de los 550 empleados del Servicio Penitenciario provincial que trabajan en la cárcel y uno de los 200 guardias que están en contacto diario con los internos. Junto a Oscar Yosviak fue rehén de los detenidos en el pabellón 7 aquella trágica tarde del 11 de abril.

Marchesín, como muchos de los guardias que trabajan en Coronda, gana 846 pesos por mes y cumple 24 horas de trabajo por 48 de franco. Las horas que le ocupa la requisa o los cursos que realiza no los cobra. Hace 6 años que Tato está en la prisión y a pesar de su corta edad, "es de los más viejos", dicen sus pares.

"Para mí hubo una falencia en la superioridad y también en el gobierno", explicó Mabel al contestar los porqué de la situación.

-¿Cómo está su hijo?

-Mal. Cambió mucho. Tiene la mirada fija y está pensativo. Llora. Tiene terror. No sé cuánto tiempo le va a llevar salir de esto. La verdad, es un momento muy feo porque me está pasando lo de mi hijo y veo como se está deteriorando la salud de mi marido. Mi esposo tiene 62 años y hace 13 que está jubilado del Servicio Penitenciario.

-¿Esta es la primera vez que su hijo es agredido?

-Hace unos meses, no recuerdo cuantos, le tiraron un chuzazo y le rayaron la panza. Lo salvó el botón de la camisa. Pero esta vez creo que Dios estuvo al lado de él.

-¿Cómo se siente cuando dicen que los guardias «vendieron las llaves»?

-Mal, porque sé la calidad de hijo que tengo. Eso me angustia. La opinión de los medios y de gente que escuché que decía que los guardias les habían vendido la llave a los presos, o que les robaban las zapatillas y las remeras a los detenidos me hace muy mal. Yo no tengo esa clase de hijo. Me daría vergüenza decir «mi hijo es así». No lo tendría bajo mi techo. Porque somos humildes, pero decentes.

-¿Por qué cree que se culpa a los guardias?

-Por qué, no sé. Eso tendría que preguntárselo a los superiores. Ellos tendrían que dar esa explicación. Está bien que no se hacen las requisas como se debe, pero soy yo la que plancha el uniforme, le pongo las insignias y le armo el bolsito. Y ahí lleva un toallón, un calzoncillo, dos pares de medias, el peine, cepillo de dientes y dentífrico. Cuando pasa por la guardia abre el bolso y muestra lo que lleva. ¿Usted cree que mi hijo puede entrar droga? A mí me parece que no. Le repito: sé que clase de hijo tengo.

-Hay un sector de la población que dice "los presos de Coronda están bien muertos porque son delincuentes". ¿Cómo lo ve usted?

-Para mí una muerte es la muerte de un ser humano. De ninguna manera puedo pensar así. Como madre no lo veo así. Habrá personas frías de corazón que lo digan... Pero yo como madre y cristiana que soy no lo veo así.

-¿Tuvo contacto con otros familiares de guardias?

-Personalmente fui una noche a preguntar cómo estaba el chico Yosviak y me dijeron que estaba bien y que no quería hablar con nadie.

-Usted tiene un hijo y un marido que son parte del Servicio Penitenciario. ¿Qué cambió de una época a la otra?

-Todo y el cambio es para mal. Antes mi marido se iba a trabajar y yo sabía que él estaba seguro en el trabajo. Si bien en esa época hubo un par de motines, no era como esto. Ahora sentís la sirena de la ambulancia y se te estruja el corazón.

-¿Cómo es la vida de un guardiacárcel?

-Mi hijo llevaba una vida normal. Es un pibe que salía de trabajar, descansaba unas horas y hacía otras cosas. Es electricista, hace trabajos de albañilería y cielo raso de madera.

-¿Su hijo está recibiendo asistencia médica?

-El está viviendo con nosotros. Soy yo la que lo acompaña a la psicóloga y también lo vio el psiquiatra del Servicio. Ahora le tengo que buscar un psiquiatra particular y yo quisiera que sea fuera del sistema. Porque si no, me parece que es siempre redundar en lo mismo. Tiene que ser alguien que lo ayude fuera del Servicio.

-¿Tuvo contacto con las madres de los internos durante aquel 11 de abril?

-Fui, entré y no creo que me hayan conocido. Pero supongo que sí, porque yo me mandé sin pedir permiso y supongo que ellas se habrán dado cuenta que era la madre de un empleado. Hay un respeto de madre a madre. Yo respeto y ellas me respetaron.
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Mabel, una mujer ligada a través de su esposo y su hijo al Servicio Penitenciario.

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