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 domingo, 13 de febrero de 2005  
[Lecturas]
Bartók, un iceberg que quema

Jorge Kaplan / La Capital

Bela Bartók es un compositor de características muy particulares, con una obra que mixtura de forma prácticamente única los distintos universos sonoros que lo conmovieron. Protagonista de la ebullición musical de la primera mitad del siglo XX, toma los elementos técnicos y formales derivados tanto del posromanticismo de Richard Strauss como de los movimientos de vanguardia que le eran contemporáneos. Pero lo realmente distintivo de Bartók es que incorporó a ese bagaje el enorme tono vital de las músicas ancestrales de su tierra.

Cuando los programas de concierto se refieren a Bartók, lo identifican como el gran compositor húngaro que incorporó a la música "europea" el folklore de su tierra, una descripción bastante limitada y parcial.

En general poco es lo que se ha hablado sobre su vida privada, social y artística. El haber sido una persona de bajo perfil, sin dejar tras de sí grandes polémicas ni altisonantes historias amorosas, probablemente lo haya relegado en el interés general.

Tal vez ningún director de cine filmaría la vida de Bartók, teniendo a mano historias tumultuosas como las de Mozart, Beethoven, Mahler o Wagner, por ejemplo.

Por eso, justamente, resulta interesante "El mundo de Bartók", ya que el texto de Malcolm Gillies permite recorrer no sólo los rasgos del músico sino también seguir la complejidad política y geográfica de una vasta región del este europeo y en cuyas fuentes musicales abrevó todo su arte.

Lo primero que surge del libro es que derriba un malentendido. Referirse a Bartók y su música como húngara es una verdad a medias ya que su universo cultural abarca desde lo que hoy se conoce como Hungría, pero también Rumania, Ucrania y Eslovaquia, es decir la mayor parte de la Europa suroriental de movedizas fronteras a lo largo del siglo XX, todos lugares en donde vivió y realizó su trabajo de etnomusicólogo.


INNOVADOR
Ese es también otro perfil muy importante ya que Bartók desarrolló a lo largo de toda su vida un profundo trabajo de investigación, con técnicas y metodologías complejas. No es sólo una persona influenciada o que recurre a melodías folklóricas para su obra, sino que es uno de los primeros investigadores en esa materia.

El libro de Gillies recurre, al igual que otros títulos de la serie "El mundo de..." dedicada a grandes compositores, a la técnica de exponer, ordenando de forma más o menos cronológica y más o menos temática, distintos textos o entrevistas a personas del círculo íntimo de Bartók, personalidades del mundo de la música, ex alumnos y colegas del compositor.

El punto flojo del libro es que pese al gran número de testimonios no ahonda mucho en el abordaje de los distintos aspectos biográficos y de la obra de Bartók. Por eso, a poco de leerse, el trabajo se vuelve un tanto tedioso. Esa cierta superficialidad, tampoco parece que vaya a ayudar mucho al aficionado a la música para una mejor comprensión de la obra del compositor.

Sin embargo, podrá ser de interés y utilidad para los admiradores (fanáticos) de Bartók. También para los músicos (o estudiantes) que quieran indagar más sobre la vida y el trabajo de este particular artista, ya que la recopilación de textos realizada por Gillies es muy completa, lo mismo que la cronología de la vida de Bartók y su entorno político y cultural, por lo cual este trabajo es una buena fuente para utilizar en trabajos de investigación.

Temperamento fogoso pero introvertido, de contextura robusta pero de frágil salud, de modos delicados pero furioso en el piano y en la pluma, profundo conocedor de la academia pero feliz en el campo descubriendo músicas de las gentes del pueblo, minucioso, obsesivo, amable. Ese es el perfil de un músico que es inasible para aquellos que quieren colocarlo en la casilla de los "nacionalistas" o "folklóricos".

Los intrincados cuartetos de cuerdas, los didácticos y revolucionarios volúmenes de Mikrokosmos para piano, o las obras orquestales como el Mandarín Maravilloso y la ópera El Castillo de Barbazul son el testimonio más claro de la incesante búsqueda de Bartók, pero son sólo la punta de un iceberg que quema.
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