Año CXXXVII Nº 48659
La Ciudad
Política
Información Gral
Opinión
El Mundo
La Región
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Economía
Escenario
Mujer
Señales
Turismo


suplementos
ediciones anteriores
Salud 09/02
Autos 09/02
Turismo 06/02
Mujer 06/02
Economía 06/02
Señales 06/02

contacto
servicios
Institucional

 domingo, 13 de febrero de 2005  
[Punto de fuga]
La violencia indescifrable
No es sólo un síntoma de desigualdades sociales: la violencia también anida, de modo insospechado, en todas las clases sociales

María Laura Frucella

Es más de la una y salgo a la calle por primera vez en el día. He tenido los ojos sumidos en la oscuridad de la casa; al salir, el sol me ataca de frente, brusco y feroz canal de llamas. Hay muchachos que vienen hacia mí caminando adentro del cañón de luz, muñecos de papel de sombra recortados a tijera en el trayecto del haz. Salen de la escuela. Alguien invoca a la policía, algo pasa con un tacho de basura, hay una pareja cincuentenaria imprecando, parece que los chicos han pateado el tacho y han volcado en la vereda lo que había dentro.

"Te voy a dar dos hostias que te tragarás los morros y los despedirás por el otro lao", dice el hombre. Yo sigo caminando en el túnel de sol con telarañas de un sueño que todavía no me termina de soltar. Camino a salvo del odio, la escena ha transcurrido sin mí, sólo me llegan salpicaduras de violencia atontada. El intervalo fue muy breve, tan inmediata la reacción del tipo que sin embargo les lleva sus buenos años. Hay una suerte de gloria en eso, en la mala respuesta rápida, diligente, casi adelantándose a aquello que la provoca. El odio es un resorte muy sensible, arrebatado y veloz, casi permitido, y jactancioso. No sorprende que haya hoy mucha preocupación en España por tantas mujeres muertas en manos de sus parejas; en ocasiones llevan años juntos y llegan a la vejez con el rencor apenas retenido, a punto de desencadenarse hasta las últimas consecuencias.

Es una violencia cotidiana, molecular, aunque de ningún modo menor. No tiene razones, difiere de la intolerancia al inmigrante o el racismo y sin embargo algo le ha de servir de apoyo ideológico, en algún punto el sujeto se referencia y se justifica. Eso pensé aquella tarde. Tomé un taxi, yo iba al Centro Cívico Barceloneta, en la calle Conrería, a metros del mar. Que por ahí no se podía ir, dijo el taxista, que por las callecitas de Barceloneta él no se metía ni loco. Entonces por el Paseo Marítimo, dije yo. Que no -gritó- le he dicho que no pienso cruzar por Barceloneta, es que no me ha entendido. Me bajé dando un portazo, trataba de divisar otro taxi libre pero de repente siento una presencia a mi espalda, una sombra que me grita zorra, casi me destrozas el coche, el tipo me toma de las muñecas y yo empiezo a gritar, estoy metida en un golpe de imágenes que se han saltado de algún cuadro o filme de donde no deberían haber salido. Me alejo, pierdo al hombre de vista pero la superficie urbana está rasgada, caigo en la cuenta del espesor abismal que reposa tenso bajo una realidad aparentemente tranquila.

Por más que intentemos alejarnos del esquema víctima-victimario es imposible no reconocer la evidencia: la agresión por lo general la ejecuta un hombre y la sufren mujeres o menores. Pienso en el sedimento machista que han dejado los años de franquismo. Pienso también en que puedo entender la violencia como síntoma de desigualdades sociales, como he palpado en mis experiencias en el Rosario periférico, pero me cuesta digerir esta violencia extrema de clase media, de maridos comunes, de taxistas alterados, de vecinos arrastrados por su indignado civismo.

Somos criaturas apenas sujetadas por una civilización de pocos milenios. A veces, el traje de hombre se desgarra y aparece un monstruo aturdido y babeante, absurdo destructor, devastador brutal.
enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo

Ampliar FotoFotos
Ampliar Foto


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados