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 domingo, 13 de febrero de 2005  
Los uruguayos tratan de rescatar sus coches antiguos
Los restauradores chocan con los costos y la falta de interés oficial. Las "cachilas" reflejan un pasado de esplendor

Mary Milliken

Un paseo por el ondulado interior de Uruguay es como mirar una película en sepia y cámara lenta: gente en adormecidos pueblos tomando mate y cavilando sobre un mundo que pasa a un ritmo tranquilo.

Marcando el pulso hay miles de antiguos automóviles y camiones que en cualquier otro lado serían exhibidos en museos. Pero en Uruguay son un testimonio ambulante del pasado esplendor del pequeño país sudamericano.

Modelos de las décadas de 1920, 30, 40 y 50 aún avanzan lentamente por los caminos del interior, transportando familias o mercancía de las granjas hacia el pueblo.

Pero son una visión inusual en la capital, Montevideo, y los mejores autos fueron llevados por importantes coleccionistas de Europa o de los vecinos Brasil y Argentina.

A medida que su flota de coches antiguos se desvanece, los usualmente calmados uruguayos corren tras los rastros de sus amadas "cachilas", como les llaman a los autos viejos, ya sea para ganar dinero o simplemente para aferrarse a un elemento de su preciado pasado.

"Es el ocaso del auto antiguo", dijo Miguel Angel Mocotovich, a quien muchos aficionados a los coches consideran como el mejor restaurador del país. "Ibamos comprando todo lo que era redituable. Tengo 200 autos hoy, es más de lo que me queda de vida de trabajo".


Todas las marcas
Pese a sus 30 años en el negocio, Mocotovich, de 49 años, aún está asombrado de que un país sudamericano con 3,2 millones de habitantes haya acumulado tal colección de autos.

Ochenta años atrás, Uruguay, al igual que Argentina, nadaba en la riqueza por su trigo y las exportaciones cárnicas hacia Europa. La mayoría de los inmigrantes del Viejo Continente pagaban enormes cantidades de dinero por sus automóviles, muchos de ellos traídos de sus países de origen.

"Todas las marcas estaban acá. Ni Argentina tenía tanta variedad", dijo Mocotovich.

En el frente de su hacienda, Mocotovich tiene un impecable Plymouth convertible color marfil de 1946 y un Fiat Topolino de 1942. En un garaje en la parte trasera de la casa guarda algunos de sus mejores hallazgos, como un Overland de 1923 y un poco común Chrysler Imperial convertible de 1940.

Atrás en el bosque, hay decenas de automóviles oxidados e invadidos por insectos y polvo que esperan por un comprador inspirado, como una muy larga limusina Packard de 1942 que perteneció a un alto comandante del ejército uruguayo.

"Para restaurarlo, costaría una fortuna, unos 60.000 dólares. Tenía ventanas eléctricas y un teléfono", comentó Mocotovich.


Batería y nafta
Tras décadas de crisis económicas, ya no hay muchas fortunas para gastar en automóviles. Pero eso no parece haber desalentado la profunda devoción de los lugareños por su flota.

"El uruguayo tiene gran simpatía por sus cachilas", dijo el coleccionista argentino Francisco Molinari, quien trabaja en Montevideo. "Cuando voy a un restaurante, dejo el auto estacionado con la capota baja y sé que nadie lo va a tocar".

En realidad, más allá del negocio de autos para la élite, hay muchos uruguayos manejando, arreglando y comercializando cachilas de un tipo más modesto.

Muchos se debaten entre aferrarse a sus tesoros o venderlos a los españoles, los mayores compradores en estos tiempos en Uruguay gracias a su pujante economía.

"Lo conservo porque voy a comprar otro", comentó Angel Montes de Oca, un trabajador rural, junto a su Fordson de 60 años atrás. "Quién sabe? A lo mejor lo vendo a un extranjero. Uruguay está exportando mucho".

En los costados de caminos rurales y carreteras, se ven docenas de autos destartalados a la venta. Carlos y Cristina Giribaldi venden un oxidado Chevrolet convertible verde de 1928 con estribos tan grandes como para una bolsa de dormir por 2.000 dólares.

"Batería, nafta y andan todos", dijo Cristina señalando media docena de modelos de los años 20. Pero su esposo se queja de la falta de materia prima.

"Hace poco hicimos 3.500 kilómetros por todo Uruguay y no conseguimos nada", dijo Carlos. "España está llevando todo".

A medida que los autos se van de manos uruguayas, los amantes de las cachilas se quejan de que el gobierno no hace nada para proteger los históricos coches pese a que los declaró de interés nacional.

"El gobierno no tiene un museo que permita restaurar los autos", dijo el restaurador Walter Fleitas, quien tiene un taller abarrotado de repuestos y para llamar la atención exhibe parte de su colección bajo el fuselaje de un avión de la fuerza aérea. "La gente viene y se queda encantada".

Pero también se pueden encontrar pequeños museos detrás de puertas pequeñas en Uruguay. Julio Hernández, un jubilado, tiene un garaje en su casa de Montevideo lo suficientemente grande para su Austin A30 de 1955 y alrededor de 100 pares de faros, muchos de 1930, que vende a los restauradores. "Hasta alemanes vienen aquí a mirar", dijo.

Mocotovich también decidió construir su propio museo de autos antiguos luego de que el gobierno rechazara crear uno en conjunto. "Nunca les ha interesado. Hoy si lo quieren hacer, yo diría no. Es demasiado tarde", afirmó. (Reuters)
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Un Ford Anglia 1961 en el taller de Julio Hernández.

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