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 domingo, 13 de febrero de 2005  
Esta vez sí el corso se vivió como una fiesta
Fueron 20 mil personas, 80 mil menos que la otra semana. Clima familiar y brillo de comparsas

La segunda es la vencida. La frase viene a cuento tras celebrarse anoche "con éxito y en paz" la segunda edición del corso de Carnaval 2005 en el parque Independencia. Así lo aseguró al cierre de esta edición el subsecretario de Gobierno municipal, Horacio Ghirardi. La caracterización del funcionario no es poco importante si se en cuenta que durante la primera entrega, todo había empezado como una fiesta y terminó mal, muy mal: con destrozos, detenidos y hasta varios hospitalizados. Para evitar la repetición de ese final, el municipio quintuplicó la vigilancia de la celebración a la que asistieron algo más de 20 mil personas personas, según calculó Ghirardi. Hoy el carnaval de los barrios será en Distrito Sur (San Martín y Uriburu), a las 21.

A la fiesta asistió mucha menos gente que en el primer encuentro donde se estimó que asistieron 100 mil personas. Esta vez no hubo números musicales en vivo, se achicó el corsódromo unos 200 metros y se aplicó la ley seca. Para divertirse sólo hubo gaseosas y espuma loca. Y para el regreso de la gente a sus hogares se duplicaron los servicios de colectivos. Sin dudas esta vez fue mucho más cuidada la organización del masivo corso.

La fiesta empezó como estaba previsto a las 21 con toda la intención de terminar a la 1 (y no a las 3 como se habían planificado los corsos de este año en un principio). A las 21.30 las murgas locales comenzaron su desfile. Encabezaron "Okupando Levita" (de verde, rojo y amarillo), "Caravana del Oeste", vestidos con gorros altos y con lentejuelas y "Costa Esperanza", de Villa Gobernador Gálvez, donde se destacaba la presencia diminuta de las bailarinas Sacha y Julieta de 3 y 4 años respectivamente. Detrás de ellos vendrían 14 comparsas, números circenses y los platos fuertes: las correntinas Ará Berá y Carú Curá.

El backstage de esta última comparsa de la localidad de Esquina merece un comentario aparte. En uno de los galpones de la Rural, se vestían y maquillaban 16o bailarines, de entre 15 y 35 años. El color que los caracteriza es el verde, el mismo del amuleto araucano representativo de la "paz, suerte y felicidad", según precisó la jefa de la comparsa Rita Martínez. La reina de esta comparsa, de 20 años, vistió anoche un traje de canutillos, lentejuelas y mostacillas, un orgullo de 7 mil pesos, para todo el pueblo de Corrientes.


Un sambódromo más amplio
La gente aplaudía desde las vallas de sambódromo a los bailarines al pasar. El tramo donde desfilaron los grupos también fue modificado en esta oportunidad, por seguridad: de 7 metros de ancho se extendió a 11 metros.

De lo que no se pudieron salvar los integrantes de los grupos rítmicos fue de la espuma, pero esta vez eran fundamentalmente los chicos los que jugaban.

Muy cómodos y comiendo pizza se los vio pegados al sambódromo a los Viga, una familia oriunda de MArcos Juárez. Pagaron 5 pesos por cabeza por las sillas que esta vez pocos usaron, tanto como las gradas que aumentaron en número (se colocaron unas 8 mil más sumando un total de 20 mil, pero ni la tercera parte estaba llena).

Micaela, de 7 años lucía corona de plumas y decía ser "una princesa". Sus padres, el matrimonio Bustos, de Rosario, dijeron que a pesar del "fatídico" primer corso del sábado pasado, regresaron seguros de que "esta vez habría más seguridad".

Y así fue. Unos 200 efectivos policiales y 350 agentes municipales integraron el operativo que controló los seis ingresos al corso. No faltaron las ambulancias (hubo cuatro del Sistema Integrado de Emergencias Sanitarias (Sies) y un camión sanitario de la Fundación San Cristóbal. Hasta hubo personal designado para recoger, bolsa de consorcio en mano, todo papel y recipiente fuera de lugar.

Desde el escenario, ubicado delante del monumento a Manuel Belgrano y hacia 27 de Febrero se lo escuchó al locutor invitar a la gente a publicitar de boca en boca que allí se vivió una fiesta en familia. También advirtió a los padres que pudieran perder a sus hijos en el corso, remitirse tras el palco donde se dispusieron bidones con agua y sillas, para cualquier emergencia. Pero todo estuvo bajo control.
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Los murgueros, de cara al público.

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