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 domingo, 16 de enero de 2005  
Tradiciones
Enseñanzas afganas

Idries Shah

"El mundo de Nasrudín" Cuentos sufíes de Idries Shah. Narrativa. Editorial del nuevo extremo, Buenos Aires, 2004, 480 pág.


Cuestión de oportunidad
Nasrudín fue convocado por el rey para que le aconsejara sobre cuestiones de salud.

-Dime -preguntó-, ¿a qué hora es más sabio cenar?

Nasrudín reflexionó durante un momento:

-Todo depende de lo que seas -dijo finalmente-. Si eres el rey, cualquier momento es bueno para cenar. Si eres un pobre, comes cuando encuentras qué comer.


Una cena de «Oh» y «Ah»
Nasrudín no tenía dinero y se vio obligado a trabajar temporalmente como cocinero.

-Escucha, mulá -le dijo el portero el segundo día-, nuestro amo es conocido porque nunca paga a sus empleados. Ten por seguro que el día que le pidas tu salario, te señalará una tarea imposible y se negará a pagarte por no poder realizarla.

Efectivamente, el tacaño empresario retuvo el salario de Nasrudín durante varias semanas. Finalmente, el cocinero se vio obligado a pedir el dinero a su amo.

-Con mucho gusto te daré tu salario -dijo el avaro cuando Nasrudín se dirigió a él-, pero primero debes cocinarme una comida especial.

-¿Y en qué consiste esa comida?

-De primero debes preparar «Oh», y como plato principal cocinarás «Ah» - contestó el avaro con una sonrisa-. Si no consigues traerme esa comida, no tendré otro remedio que despedirte y mandarte a casa sin una moneda.

Nasrudín se inclinó y se fue directamente a la cocina. Unas horas después, salió para anunciar que la cena estaba servida. Cuando el avaro vio en la mesa un enorme tazón de sopa, quedó encantado. No sólo Nasrudín había cocinado una sabrosa comida, sino que estaba a punto de ahorrarse los salarios de varias semanas. Cogió una gran cucharada y se la tragó.

-¡Oh!-jadeó cuando los chiles le abrasaron la garganta. Farfullando y atragantándose, tendió los brazos al cocinero, que le ofreció un vaso de agua helada.

-¡Ah! -exclamó cuando el frío líquido apagó las llamas de su boca.


Huésped de Alá
Una noche, cuando Nasrudín y su esposa estaban sentados para cenar, alguien aporreó la puerta. Al abrir, Nasrudín vio a un derviche con un manto de muchos colores y un turbante inmaculado.

-¡No te quedes ahí! -dijo bruscamente el hombre-. Soy el invitado de Alá, y estás obligado a invitarme y darme tu comida y tu bebida más apetitosas. Luego descansaré la cabeza en tu mejor almohada y dormiré bajo tus mantas más cálidas.

-Un momento -dijo el mulá mientras se ponía su manto-. Te llevaré a un lugar mucho más conveniente para un hombre santo como tú.

Pidió al derviche que le siguiera y fue corriendo a la mezquita de la ciudad.

-¡No puedo quedarme aquí! -dijo el sabio indignado-. Hace frío, está oscuro y no hay nada que comer.

-Disculpa -contestó Nasrudín-, pero dijiste que eras el invitado de Alá, y pensé que, como es lógico, estarías más a gusto en casa de Alá.


El tesoro de otro hombre
Caminaba Nasrudín por la ribera cuando vio una copa flotando en el agua. La sacó, miró en su interior y descubrió que estaba medio llena de agua. En la superficie brillaba la cara de un hombre.

-Lo siento -dijo al reflejo-, no me he dado cuenta de que la copa era suya.

Y sin dudarlo un instante la echó de nuevo al río.


Ser un experto
Un grupo de ciudadanas estaba cotilleando en la plaza del mercado:

-Mi marido siempre cree que lo sabe todo - se quejaba una.

-Sin duda no es más sabihondo que el mío -dijo otra.

-Seguro que ninguno de ellos se considera tan experto como mi marido -dijo la mujer de Nasrudín.

Justo en ese momento, Nasrudín vio a su mujer y fue a unirse a la conversación.

-¿Cuál es el tema de la discusión? preguntó.

-La cocción en el horno -contestaron las mujeres, no queriendo admitir que se habían estado quejando de sus maridos.

-Ah -hizo saber Nasrudín-, ¡da la casualidad que soy el pastelero más experto de la ciudad!

Su mujer intercambió una mirada con sus compañeras.

-Dinos, marido, ¿qué ingredientes elegirías?

-Bien, puede ser complicado, porque todo depende de los ingredientes que uno tenga. Habitualmente descubro que si hay mantequilla, no hay huevos. Si hay huevos, no hay mantequilla. Si hay huevos y mantequilla, no hay harina o azúcar. Y si todos estos ingredientes están presentes, entonces no estoy yo.


Pasteles prestados
Hambriento, Nasrudín fue al mercado a vender sus últimas posesiones. Un comerciante sin escrúpulos cogió la colección de artículos domésticos y le dijo:

-Vuelve a por tu dinero mañana, pues no tengo nada en este momento. A pesar de las tímidas súplicas de Nasrudín, se negó a pagar. Tambaleándose, volvió a casa, y al pasar por los puestos del mercado, el mulá se encontró con una panadería. Haciendo acopio de sus últimas fuerzas, cogió tres pasteles y salió corriendo con ellos. Sentándose en un callejón, se comió rápidamente los pasteles.

-Compasivo Alá -dijo cuando terminó con el último-, no soy un ladrón. Simplemente he cogido prestados estos pasteles del panadero. Así pues, por favor, ocúpate de que el dinero del panadero sea descontado del que me debe el comerciante que se quedó con mi batería de cocina. No me gusta estar en deuda con nadie.


Camellos y hombres
-Nasrudín -le preguntó el vecino-, ¿quién es más inteligente, el camello o el hombre?

-El camello -contestó el mulá-, porque lleva cargas pesadas sin quejarse, pero nunca pide una carga adicional. El hombre, por el contrario, atestado de responsabilidades, siempre quiere aumentar sus cargas.
Diferentes propietarios, pájaros diferentes
Estaba Nasrudín comprando en el mercado cuando vio que se vendía un pavo real por veinte monedas de oro. Marchó corriendo a casa, agarró a su ganso y volvió rápidamente al bazar, donde montó su puesto próximo al del rico comerciante que tenía en venta el pavo real.

Para su asombro, ni una sola persona le ofreció veinte monedas de oro por su ganso, mientras que una interesada multitud se reunía alrededor del comerciante próximo a él, ofreciendo sumas enormes por el ave.

-¿Cómo es que a ti te acosan prácticamente los clientes pretendiendo quedarse con el pavo, mientras mi rellenito ganso no le interesa a nadie?

-Sencillo -contestó el comerciante dándose bombo-. Este es un pavo real, un ave con un plumaje encantador, que se atilda y pavonea todos los días, con la cabeza bien alta. ¡Es tan noble como el rey!

-¡Pero mi ganso es igual que tú! -replicó Nasrudín-. Se contonea como tú, sisea como tú y es tan mugriento como tú. ¿Acaso piensas que no vales veinte monedas de oro?




Sendas diferentes
-Tú eres un gran místico -le dijo a Nasrudín uno de sus pupilos-, y sin duda sabrás por qué los hombres siguen sendas diferentes a lo largo de su vida, en vez de seguir todos una única senda.

-Sencillo -contestó su maestro-. Si todo el mundo siguiera la misma senda, todos acabaríamos en el mismo lugar; el mundo, perdido el equilibrio, se inclinaría, y todos nos caeríamos al océano.


Cómo ser sabio
-Padre -preguntó un día el hijo más joven de Nasrudín- ¿cómo puedo llegar a ser tan sabio como tú?

-Si un hombre erudito habla, escúchale -contestó el mulá-, y si hablas tú, escúchate.
Cómo dormirse
-¿No duermes todavía, mulá? -le preguntó su invitado-. ¿Qué pasa?

-Me estoy preguntando si podrías prestarme algo de dinero.

-Como verás, ¡estoy profundamente dormido! -exclamó Nasrudín cubriéndose el rostro con las mantas.


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