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 domingo, 16 de enero de 2005  
La cuestión judía y el homenaje a un rosarino

Carlos Duclos / La Capital

Hacia el año 1896, Teodoro Herzl escribía: "Estoy convencido que la cuestión judía es sumamente grave. Quien se imagine que la incitación contra los judíos es una moda que puede desaparecer del mundo está muy equivocado. Debido a sus profundas causas, esta continuará y se agravará hasta la inevitable revolución". Este hombre sostenía enfáticamente que los exilios y persecuciones sólo terminarían cuando el pueblo judío tuviera su propia tierra y fuera soberano en ella. Seguramente la revolución a la que hacía mención Herzl es el repudiable y vigoroso movimiento antisemita que ha cobrado fuerza en todo el mundo con epicentro, desde luego, en Medio Oriente.

Han transcurrido más de cien años de esta cita y no sólo que no ha perdido vigencia, sino que cobró una desgraciada actualidad. Actualidad tan desgarradora como aterradora, de consecuencias imprevisibles no sólo para los judíos, sino para toda la humanidad. En algo, en su esperanza de paz, Herzl parece haberse equivocado, pues la Tierra Alcanzada no ha dado a los judíos ese sosiego ansiado. No hay paz para el alma judía ni en Eretz Israel ni en la diáspora. El día jueves fuerzas conjuntas terroristas palestinas atacaron un punto de cruce de mercaderías entre Israel y la Franja de Gaza y seis civiles israelíes fueron asesinados. El hecho, de por sí grave, puede considerárselo de una trascendencia preocupante porque se produce justamente en los días en que asume el nuevo presidente palestino a cuyo partido, Al Fatah, pertenecen una de las fuerzas que se atribuyeron el asesinato. Es más, algunos insisten en que el ataque perpetrado en el cruce de Karni fue lanzado desde una base de la propia autoridad palestina. La paz en la región parece estar tan lejos como cerca los hechos advertidos en el Apocalipsis.

Es posible sostener, ante la realidad que se muestra al mundo, que el terrorismo palestino (que no puede confundirse con el pueblo palestino) no busca en realidad la reivindicación territorial en el marco de la paz, sino saciar su voracidad antisemita, un apetito descontrolado que se expande por todo el mundo y preocupante ya en algunos países europeos. Al antisemitismo, como a toda forma de discriminación, no es posible comprenderlo por su propia naturaleza maléfica. Al antisemitismo sólo es posible observarlo y padecerlo y, desde luego, combatirlo. En no pocas ocasiones surge el interrogante: ¿Por qué tanto odio contra un pueblo que ha dado a la humanidad, y sigue dando, mentes talentosas y corazones brillantes que han ayudado tanto a mitigar el dolor? La respuesta no está al alcance de las almas nobles y sólo puede ser dada por corazones violentos y mentes terroríficas.

El 13 de agosto pasado murió en Rosario Luis Gerovitch, licenciado y profesor de historia, autor de varios ensayos, colaborador del diario La Capital y director de la revista Kolot, perteneciente a la Unión Sionista Argentina de Rosario. No nos equivocamos si decimos que Gerovitch, a quien rendimos este domingo y a propósito de la cuestión judía, un homenaje y en él a tantos judíos que por todo el mundo aportaron y aportan a las ciencias y a las artes, en mayor o menor grado, su talento para que el ser humano posea una vida digna de ser vivida, fue, sobre todo, una buena persona. Premiado por sus trabajos sobre Sarmiento y la colonización judía en la Universidad Nacional de Rosario y en el Instituto de Intercambio Cultural y Científico Argentino Israelí, en el mes de mayo pasado en la revista que dirigía se publicó una editorial que dice así: "En la noche del Pesaj del 19 de abril de 1943 comenzó la rebelión en el ghetto de Varsovia. En las terribles condiciones impuestas por el nazismo, un pequeño grupo de judíos se alzaba contra la opresión en defensa de la libertad sabiendo de antemano que iban a ser masacrados. Pero no dudaron en pagar con sus vidas la lucha por su dignidad y la de su pueblo. A 61 años de aquella gesta heroica, el mundo judío recuerda la shoá, la matanza en Europa de seis millones de nuestros hermanos..." Se añade más adelante: "Hoy estos recuerdos tienen más fuerza que nunca en momentos en que el terrorismo fundamentalista asesino y el antisemitismo disfrazado o no de antisionismo están a la orden del día con una presencia que golpea la conciencia civilizada conquistada a lo largo de la historia".

La discriminación, el antisemitismo al que alude el editorial, son una virulenta forma de prejuicio. Seguramente Gerovitch compartiría con nosotros el pensamiento de Einstein: "!Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio". Esta frase refleja también la ausencia, en ciertos círculos, del principio del amor. Al hablar de los colonos judíos que llegaron a la Argentina Gerovitch dice que fueron "héroes anónimos que construyeron un mundo de la nada". En este posmodernismo, en buena medida violento, egoísta, alienado y disparatadamente prejuicioso, sólo los héroes anónimos de todas las razas y todos los credos podrán hacer de esta nadería un mundo donde el hombre pueda desarrollarse en paz, con justicia y en el amor. Así como el terrorismo es una mecha encendida que puede hacer volar a toda la humanidad, así el prejuicio y la discriminación son un atentado contra la vida, una vida que -volviendo al creador de la teoría de la relatividad- puede tornarse a veces muy peligrosa no tanto por las personas que hacen el mal sino por las que se sientan a ver lo que pasa.
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