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 domingo, 16 de enero de 2005  
Interiores: Recibirse

Jorge Besso

Esta es una palabra de la cual podría decirse que es argentinísima y que marca la relación esencial que existe entre nosotros con respecto a los títulos universitarios y a una figura con mucha chapa: el profesional. Mucho más antes que ahora lo más esperado era, precisamente, el día en que se colocaba la chapa en la puerta de la casa con el nombre del flamante profesional, debajo del cual se grababa la profesión. En ese momento chapa y título se fusionaban para siempre.

En las familias se decía, y quizás aún se dice, que lo importante es obtener el título, luego la cuestión de que se lo ejerza o no pasa a ser algo más bien secundario. De este modo, en cierto sentido, también es más o menos secundario el conocimiento mismo, ya que el alcanzar el título está por sobre todas las cosas. Nada de esto es muy sorprendente pues es probable que muchos coincidan en que las sociedades prefieren lo superficial a lo profundo.

Con todo, la particularidad local, está en el giro que desde hace años ha tomado entre nosotros el verbo recibir cuando se utiliza en relación a la graduación de alguien, de quien se dirá: se recibió de abogado, o de médico o de la profesión que sea. La misma particularidad se encuentra en la pregunta: ¿cuándo te recibís? O en la afirmación: me recibí de...

Esta recepción de título ha dejado prácticamente en desuso el graduarse de, en referencia a alguien que ha alcanzado el título o el grado de licenciado/a, es decir alguien que ha llegado a la licenciatura que viene a ser el primer grado universitario, y por lo tanto el grado previo a los posgrados: maestrías, doctorados y posdoctorados. Ahora bien, ¿qué puede querer decir la expresión tan habitual entre nosotros: en el 2000 me recibí de...

Está claro que el sentido habitual de esta expresión no encierra ningún enigma, ya que todo el mundo entiende que quién lanza ese mensaje a los cuatro vientos lo que está diciendo es que ha finalizado su carrera. Pero aún así, si se presta un poco de atención, ese "me" no deja de sorprender ya que tomado literalmente vendría a querer decir que se trata de una cita con uno mismo.

Desconozco el autor de semejante desdoblamiento, pero lo más posible es que no exista tal autor, y este sea un ejemplo más del impresionante trabajo que existe debajo o por fuera de la lengua oficial. Claro está que la duplicación que implica la capacidad de recibirse a sí mismo con toda probabilidad represente una manifestación más de la inflación del ser nacional, claramente afectado del "trastorno bipolar", siempre oscilando entre ser los mejores del mundo o los peores del planeta.

Si bien es cierto de que se trata de una bipolaridad tanto individual como colectiva, también es cierto que estos son tiempos en que más bien transitamos por el polo negativo fundamentalmente desde que nos caímos del primer mundo en el que nunca estuvimos, y dejamos de ser la alucinación colectiva de un tal Menem y un tal Cavallo ya que desde el 2001 venimos perdiendo 3 a 1 con el dólar, y últimamente 4 a 1 con el poderoso euro.

Vencidos y desunidos nuestro inflacionado ser se recostó en el polo negativo, del cual sin embargo, hemos tomado cierta distancia a partir del costado soja de nuestro querido u odiado ser, aunque la mayoría de nosotros no tenga ni tierras ni macetas donde sembrar el oro verde, también un tanto bipolar en la danza de las cotizaciones de la Bolsa de Chicago.

El ego argentino tuvo un enorme crecimiento en las primeras décadas del siglo pasado (crecimiento sostenido aproximadamente hasta los sesenta y los primeros setenta) todo lo cual venía ilustrado por incontables cuentos populares donde el argentino, por sobre todas las cosas, era siempre el más vivo: que el inglés, que el norteamericano, que el francés y en definitiva más astuto que todos al punto que el propio Dios era argentino, y si bien Dios como corresponde a un clásico Dios estaba en todas partes, atendía en Buenos Aires, la capital del ego top .

Simultáneamente a estos cuentos los graciosos de turno desparramaban por salas, calles, canchas y salones los innumerables cuentos sobre gallegos que en una doble operación transformaban a todos los españoles en gallegos, y además, en brutos. De ninguna manera me consta que los argentinos sean los únicos seres en el mundo con la capacidad de recibirse a sí mismo o de tener una cita consigo mismo, pero no debe haber muchos.

Sea como sea, esta suerte de segundo nacimiento que se produce en el momento magno de la obtención del título merece algunas consideraciones especiales, particularmente en comparación con el primer nacimiento en el cual somos bien o mal recibidos, de acuerdo a una serie de vicisitudes que en términos generales escapan a nuestro control. En el segundo nacimiento sumamos a la identidad que nos dan nuestros padres una identidad más propia y más personal.

Con todo, sería más que interesante poder hacer de esta meta una meta efímera para no quedar atrapados en "el ser profesional", lo que irremediablemente conduce a una profesionalización del ser. Muchas veces los titulados van envueltos por la vida en y con sus títulos, de algún modo confundiendo la vida con su profesión, lo que nos recuerda una vez la sentencia de Ortega y Gasset sobre nosotros cuando señalaba que mientras en el mundo la gente, por caso, quiere ser escritor para poder escribir, los argentinos en cambio, quieren escribir para ser escritores. En un caso se privilegia el hacer, en el otro se privilegia el ser.

Esta profesionalización del ser en nuestras tierras nos llevó en las últimas dos décadas del siglo pasado a engendrar un Bucay: un verdadero inflador de autoestima. Y la autoestima conduce a la ceguera de la complacencia con uno mismo, es decir, al estado de reflexión cero.

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