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 viernes, 19 de noviembre de 2004  
Reflexiones
Mimetismo y feminismo

Las mujeres están ganando su carrera a los hombres a fuerza de hacer lo mismo que el hombre, en el trabajo, en la vida, en la guerra, en la oficina e incluso en la cama. Pero todo esto en conjunto se llama mimetismo y no supone ningún avance en nada. El mimetismo sólo vale para los circos. Y he aquí que se nos ha ocurrido una idea, producto de la observación, como casi todas las ideas. Para no andarnos con rodeos, hablo del vino. Visto el problema generalizadamente es un problema menor que el masculino. Parece una tontería, pero vamos a ver que, como casi todo, tiene su filosofía.

Es evidente en principio, que las hijas de aquel rey, o lo que fuese, que inventó el vino, se emborracharon en seguida, viéndose así libres del dominio paterno y, ya metidas en juerga, violaron a su padre sucesivamente y por turno, que eran unas hijas muy ordenadas. No se explica uno muy bien cómo aquellas hijas despiertas por el espectáculo intelectual del vino lograron violar a un padre dormido, pero aquí se nos enseña que el varón debe desconfiar de toda mujer, empezando por las de la familia. Fueron sin duda aquellas mujeres las protagonistas de la aventura equinoccial del vino, pero el vino pasaría pronto a ser un don feminísimo, como la ensaladilla de la mesa y los cinco minutos de protagonismo que se conceden a los nenes. Cuando el padre despertó de su sueño, los viejos odres volvieron a dar buen vino viejo, y el vino viejo es un invento bíblico.

Yo fui monaguillo y por eso conozco la historia del vino, pero no se inquieten que no se la voy a contar. Los hombres se hicieron en seguida los amos del vino, como habían venido siendo los amos de todo, y las mujeres, conscientes de su inferioridad, hicieron lo que han hecho siempre: disimular y adornar esa inferioridad. Sus armas fueron el vino de mesa, ya citado, el vino religioso, el vino de los niños y de los enfermos y todas las propiedades curativas del vino. A mí sólo me daban vino de pequeño, pero al día siguiente ya me daban agua. Me parecía fascinante la cualidad transmutadora del agua en vino y viceversa.

Dentro del mundo violáceo del vino hay ya provincias femeninas conquistadas poco a poco: vino de mesa, vino en los guisos, vinos blancos en general, vinos despachados por mujeres, cuando son blancos, en los establecimientos elegantes, el vino del abuelo, para cuando se lo pide el cuerpo o el médico, etcétera. El cava e incluso el champán son vinos femeninos que sólo emborrachan fugazmente, elegantemente, cuando la dama está enamorada. Así que aciertan los libros sagrados, como siempre, atribuyendo a la mujer el don del vino.

Pero asimismo hay que advertir que el vino, aunque lo llamemos whisky, es también una creación masculina. Cristo transmutó la calidad de un vino en mitad de unas bodas y eso ya es un argumento definitivo para saber a quién se debe la creación del vino, cuál es el sexo del vino y desde cuándo los hombres beben vino. Desde que Vogue sacó a las mujeres en su couché venimos investigando el origen de las cosas para saber qué sexo adjudicarlas. Puede decirse que el hombre estaba antes, pero las mujeres y las ministras estaban en el origen de ese antes.
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