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 viernes, 19 de noviembre de 2004  
El cazador oculto: Un mediodía para disfrutar el río

Ricardo Luque / La Capital

No había que ser muy avispado para advertir la división. Sí, claro, estaban mezclados, pero no batidos, como los Martinis de James Bond, pero igual era fácil advertir los bandos. De un lado estaban los señores de saco y corbata, funcionarios, ejecutivos, empresarios, que se pavoneaban yendo de un lado para el otro con cara de "yo-no-fui" y burbujeantes copas de champagne en las manos. Del otro, la fauna era más variada y, sobre todo, más colorida. Eran artistas, locos y soñadores, que también andaban de acá para allá sin saber bien qué hacer, pero que lucían camisas estampadas, zapatos hechos a mano y vestidos sin marca, pero con diseños originales. Así y todo el paisaje era el apropiado para una inauguración de un lugar tan cool como el Museo de Arte Contemporáneo. El anfitrión de la reunión, el risueño Fernando Farina, tenía un pie en cada lado y hacía equilibrio para no caerse. Para que se entienda: vestía un flamante traje oscuro, camisa blanca y corbata al tono, que si no hubiera tenido ese brillo propio de la ropa de estreno bien podía habérselo confundido con alguno de los incontables burócratas que pueblan las oficinas públicas de la provincia, y no lo es. A su lado Flor Balestra, que se dejó caer por los silos Davis, con un vestido tejido en tonos pastel, chatitas rojas y par de lentes que hubieran sido la envidia de Marta Minujín, causaba un fuerte contraste. Igual que Pablo Palumbo, que con vaqueros, camisa celeste y riñonera negra, parecía más uno de los operarios que hasta un minuto antes del corte de cintas corrían de un lado al otro ultimando los detalles de la obra que el encumbrado arquitecto que realmente es. La que estaba divina, claro, era ella, Norita Nicotera, que por primera vez en mucho tiempo acertó con la etiqueta. Su vestido recto, con figuras geométricas en verde agua, blanco y negro, era una obra de arte. "¿Por qué no la cuelgan en la muestra?", preguntó mordaz un jovenzuelo de pelo largo y anteojos de marco de carey. Nadie le respondió. Aunque su insolencia, hay que decirlo, pasó inadvertida. Igual que el rubor que sonrojó las mejillas de Clara García cuando escuchó el piropo, un tanto subidito de tono, que le disparó a boca de jarro un prominente directivo de televisión. Los riesgos de ser una mujer sexy.
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