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 viernes, 19 de noviembre de 2004  
Segunda sesión plenaria del Congreso de la Lengua
La lengua, forjadora de identidad
El lema "unidad en la diversidad" sobrevoló la mesa redonda sobre "Identidad y lengua en la creación literaria"

Osvaldo Aguirre / La Capital

Los participantes en la sesión plenaria de la segunda sección del Congreso de la Lengua coincidieron en definir a la lengua española como forjadora de una identidad y advirtieron sobre los peligros de la extinción de las lenguas indígenas y del empobrecimiento de la lengua en sus usos actuales.

La sesión sobre "Identidad y lengua en la creación literaria" se inició con una exposición de Jorge Edwards. Si bien eludió el tema convocante, ya que propuso "aventurar un par de ideas" sobre "la identidad de Miguel de Cervantes" y su relación con sus criaturas de ficción, el escritor chileno cautivó al público con una atractiva ponencia, en que vinculó un episodio del Quijote con "El Aleph", de Jorge Luis Borges (ver aparte).

Ernesto Cardenal abrió la mesa redonda. Citando al físico inglés Freeman Dyson, el gran poeta y traductor nicaragüense se pronunció por la diversidad de las lenguas -"una sola lengua sería mejor para los burócratas y los administradores"-, instó a proteger las lenguas en peligro de extinción y, contra la idea de pureza, afirmó que "es el mestizaje del lenguaje la razón de ser de cada pueblo, porque toda cultura es una intercultura".

En otro pasaje de su exposición advirtió que "las lenguas están hechas de extranjerismos" y recordó su experiencia como ministro de Cultura en la revolución de Nicaragua, donde impulsó una alfabetización en cuatro lenguas. "Cuando se pierde una lengua es una visión del mundo la que se pierde", dijo Cardenal tras reseñar el caso de la etnia rama, cuya lengua desapareció con los cuatro últimos ancianos que la hablaban.

A propósito del tema central, Cardenal hizo dos formulaciones. "La principal identidad cultural es el lenguaje, pero ninguna identidad es inmutable", dijo primero, y luego, tras recordar a Julio Cortázar, que "su hazaña, que debe ser la de todos nosotros, fue la de mantener la unidad de la lengua en su diversidad, esto es mantener su identidad".

Ciñéndose al ámbito de la literatura, el mexicano Gonzalo Celorio también se refirió a las lenguas indígenas, expulsadas al ámbito doméstico tras la conquista española e igualmente discriminadas por los movimientos independentistas, dijo.

"Si nuestra lengua de expresión literaria había sido el español desde hacía más de tres siglos y las lenguas indígenas habían sido eliminadas de la literatura, no podía haber una ruptura radical con respecto a la lengua española y a su tradición literaria", señaló Celorio. A la vez, "en el Nuevo Mundo el español había adquirido formas de expresión propias, distintas a las peninsulares".

Tras repasar la polémica entre Andrés Bello y Domingo Faustino Sarmiento, el mexicano citó un texto de Alejo Carpentier para introducir la concepción de la interdependencia entre lo local y lo universal. Más allá de las diferencias históricas, concluyó, "la identidad de nuestra lengua propició tanto el descubrimiento como la configuración de una identidad panhispánica que trasciende las fronteras nacionales". Así, después de los conflictos del pasado, "las palabras, las expresiones y las realidades referenciales propias" de las obras literarias "han ido encontrando una comprensión, un respeto e incluso una simpatía cada vez más generales en el ámbito de la lengua española para beneficio tanto de la diversidad como de la unidad de nuestra lengua".

El escritor español José María Merino reformuló la idea de unidad en la diversidad al postular una "identidad desatada" tanto en la lengua como en la literatura, donde coexisten las particularidades. Lengua y literatura, además, "son el resultado de muchas aportaciones e injertos distintos" y no expresiones cerradas y unívocas.

"La identidad que impregna la lengua española ni es única ni es unidireccional", dijo Merino y a continuación afirmó que el español "compone una hiperidentidad, capaz de albergar bajo ella muchas identidades nacionales y locales".

Merino advirtió tres peligros para la lengua: el empobrecimiento del léxico y la tendencia a la simplificación conceptual excesiva; el riesgo de un ensimismamiento excesivo en las particularidades regionales y el alejamiento que los jóvenes muestran hacia el libro. En este punto, provocó el aplauso del público al subrayar la necesidad de "un profesorado lector y bien formado".

Presentándose como "escritor de ensayos", el argentino Juan José Sebreli leyó a continuación una ponencia sobre "El español como lengua del pensamiento", en la que distinguió dos puntos de vista sobre el lenguaje, "uno universalista y otro particularista antiuniversalista".

"No hay lengua que sea expresión de un solo pueblo. La pureza en la lengua, como en la realidad humana, es contraria a la vida; toda lengua es esencialmente impura, babélica, mestiza, bastarda, promiscua, y está bien que así sea", apuntó Sebreli, quien también suscribió la idea de la lengua española como forjadora de identidad al afirmar que "sólo la lengua de los colonizadores europeos logró crear un idioma común y, por tanto, la conciencia de comunidad continental americana antes inexistente".

En el tramo final, Sebreli afirmó el valor de Buenos Aires como lugar en que "la mezcla de lenguas, nacionalidades y creencias hizo a sus habitantes más abiertos y universales que los propios europeos".

El moderador de la mesa, Gregorio Salvador, de la Real Academia Española, fue quien cerró el debate. Con una argumentación quizá confusa, pareció relativizar la idea de Cardenal respecto a que la pérdida de una lengua significa la pérdida de un mundo y luego corrigió su interpretación de los términos osculum y basium, mencionados por el nicaragüense para contrastar las formas cultas y populares del latín. Invocando razones de tiempo, Salvador anunció que no iba a realizarse el debate de rigor.
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Sebreli expuso sobre el español como lengua del pensamiento.

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