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 domingo, 04 de julio de 2004

Rosario desconocida: A la sombra de gigantes verdes

José Mario Bonacci (*)

La ciudad es conocida, entre otras cosas, por haber rechazado el color en general. Existe casi sin estridencias, con mesura. Sin embargo se destacan nítidos en la cuadrícula urbana productos naturales casi siempre descuidados por sus habitantes. Los cinturones verdes de calles arboladas son una excepción gratificante para los ojos del caminante. Las estaciones les marcan su ritmo, despliegan sus cabelleras y dan un toque particular a cada zona haciendo sentir su presencia viva en el horizonte de piedra y cielo. Se agrupan como lo hace la gente: a veces con anarquía, otras ordenadamente en filas que huyen hacia el horizonte acompañando la recta de cordones y veredas. Estos son los compañeros de la vida frecuentemente olvidados por la indiferencia y el olvido. Ser testigo del crecimiento de un árbol es una oportunidad de belleza extrema, verdadero acto de amor que resume el encuentro nacido en la relación entre dos vidas.

"El pequeño Marco que desde Italia se lanza a nuestra tierra en busca de su madre abre los ojos con asombro cuando en su derrotero contempla las calles de Buenos Aires, Rosario o Córdoba para reunirse en Tucumán, jardín de la República, con quien lo trajo a la vida", según lo describe de Amici en "De los Apeninos a los Andes".


El árbol y la escuela
Louis Khan, absoluto maestro de la arquitectura, recurre a la metáfora e imagina el nacimiento de la primera escuela con la presencia de un árbol, debajo del cual dos hombres hablan, intercambian palabras, uno aprende del otro y viceversa: magnífico ejemplo del árbol glorificado en su función de protector.

En nuestro paisaje diario se desatan emociones que sólo pueden vivenciarlas quienes caminan placenteramente, atentos, descubriendo a cada paso variaciones ofrecidas casi con ocultamiento, como exigiendo la develación de un cierto misterio. Quien así se comporte nunca olvidará lo que vaya encontrando en su sendero, fortaleciendo la memoria urbana.

Allí por donde Refinería y Arroyito se dan la mano sobre bulevar Avellaneda, un palo borracho gigantesco no tiene rival en su tipo, igual que sus hermanos en la Costanera, primero verdes, luego estallando en flores y finalmente cubiertos de blanco.

En zona del Mercado de Productores, la sensibilidad de la gente salvó hace años a un magnífico árbol que al pavimentarse la calle era presa segura para su desaparición. Pero allí está todavía, en un cantero central mientras el movimiento vehicular pasa a su lado casi con respeto frente a su presencia.

En el corazón de plaza Sarmiento, el romanticismo de un antiguo banco se cobija bajo un generoso pino que genera grupos de conversación abonada por el canto de la fuente. Y están los grandes eucaliptus en Moreno delimitando el parque, mientras ven nacer el sol por sobre el horizonte de casas.

Fue grande el dolor cuando hace muchos años, los cuatro agüaribaes de plaza López fueron derribados por demasiado viejos, cuando en vida, rodeados por generosos bancos, muchos romances se proyectaron en la promesa de un amor para siempre. La misma plaza que sobre Buenos Aires y casi en el eje de Cochabamba contiene un ginkgo bilova gigantesco que en los finales del otoño se pinta de oro para dejar caer su cabellera y quedar desnudo con una alfombra circular de hojas muertas alrededor de su tronco, donde siempre hay una joven mujer observándolo.

Esta presencia áurea se repite con otro gigante similar en la esquina de Oroño y Montevideo, a metros del Museo Castagnino, o en las veredas de plaza Libertad, de la misma manera en que se observa donde nace 1º de Mayo, vecino al Monumento.

También están los custodios destinados a sostener jóvenes ejemplares. Esto explica la existencia de sauces llorones en pleno centro de la ciudad, desarrollados por pura prepotencia de vida. En un viaje a Europa tuvimos oportunidad de admirar la costanera de Niza con su procesión de magníficas palmeras y en oposición, por el mismo tiempo comprobar que más de doscientas habían sido tronchadas en bulevar 27 de Febrero desde Buenos Aires hasta Oroño. Al mes de morir estas palmeras dio comienzo una campaña oficial que aseguraba "cuidar los árboles es enriquecer el futuro de nuestros hijos", en un claro ejemplo de lo que puede ser la falta de coordinación con una contundente muestra de incoherencia.


Debajo del ombú
En una muestra de color citamos también el caso de una anciana habitando su humilde vivienda en pleno Refinerías, esquina de Junín e Iriondo, hace muchos años. En los veranos trasladaba "su sala de estar" a la vereda de tierra, debajo de un gran ombú que le proveía lugares adecuados entre sus raíces y hoquedades, como para acomodar los enseres de cocina, utensillos y elementos propios de una vida simple y feliz gozando de las horas al aire libre.

Y hoy está el caso de un gran jardín de Alberdi, donde un árbol seco que cumplió su vida útil ofrece su viejo tronco y su ramaje para sostener en altura una casa de madera para refugio de los niños o de algún solitario que desee vivir entre densas copas verdes, como aquél inolvidable barón Rampante imaginado por Italo Calvino, enorme escritor también padre de "Las ciudades invisibles".

¿Cuántas sorpresas pueden brindar nuestras calles, nuestros rincones, nuestros parques y plazas? Son infinitas. Estas sólo son algunas de las presencias naturales que la ciudad regala a quienes quieran descubrirla en ese eterno idilio de la mirada. Lo que equivale a decir que la oportunidad está siempre dispuesta a brindarse. Sólo hace falta la decisión y el deseo. Nada más que eso.

(*)Arquitecto

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Arboles añosos coronan la plaza López.

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