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 domingo, 27 de junio de 2004

Perfiles
El regreso del hijo adoptivo de la literatura argentina
El genial escritor polaco vivió 24 años en Buenos Aires como un desconocido. Ahora reeditan la totalidad de su obra

Carlos Roberto Morán / La Capital

"Ferdydurke" es el gran juguete metafísico de la narrativa contemporánea, la obra maestra del escritor polaco Witold Gombrowicz, quien vivió 24 años en nuestro país prácticamente ignorado. Ahora, que al cumplirse el centenario de su nacimiento han vuelto a circular sus libros publicados por Seix Barral -en la colección Biblioteca Gombrowicz- es el momento de conocerlo o reconocerlo, de sumergirse en sus textos, de disfrutar o polemizar, llegado el caso, con una obra y un personaje más que singulares.

"¡Perseguidme si queréis!, huyo con mi facha en las manos", se lee en el final de "Ferdydurke" y podría decirse que precisamente con su "facha" en las manos, defendiéndola contra toda contingencia, vivió Gombrowicz, quien dirigió al mundo su personal discurso literario desde la considerable altura del pedestal que él mismo se encargó de construir y preservar. Leyenda de sí mismo, mito -a veces genial, a veces caricatura-, Gombrowicz eligió siempre a su arbitrio, consciente de su grandeza y de la "nimiedad" de casi todo cuanto lo rodeaba, Borges incluido.

Después de haber escandalizado junto al otro inmortal que fue su amigo, Bruno Schulz, a la Varsovia de entreguerras, Gombrowicz se lanzó al mar como quien se decide a viajar sin brújula ni destino, con el propósito de participar de un crucero inaugural con destino final Buenos Aires, pero en verdad en busca de su propio, inasible e intransferible territorio. Arribó en 1939, cuando tenía 35 años y sin ninguna previsión, a tal punto que desconocía el español.

A tanto llegó su imprevisión que encontrándose en el país estalla la II Guerra Mundial y su país es invadido por la Alemania nazi. El escritor, esperando que la situación se aclarara, decide quedarse, alejándose de las convulsiones del mundo y nunca más cerca de sí mismo.

Se queda en Buenos Aires y de inmediato es atendido por el orbe cultural pero, casi podría decirse de manera simultánea, da un verdadero corte de manga a ese conservador mundillo literario y alejándose de las buenas costumbres busca en Retiro a los jóvenes inmaduros, a la bajeza y el sudor, al erotismo, verdaderos centros de sus preocupaciones. "Si he podido alcanzar en Argentina cierta fama no ha sido tanto como literato, sino por ser el único escritor extranjero que no cumplió con el rito de acudir al salón de la señora (Victoria) Ocampo", ironizaba.

Quien comenzó a ser llamado Witoldo por sus amigos argentinos había sido un joven tan escandaloso como original y por lo tanto tomado en cuenta en su país. Allí, con mayor o menor aceptación -pero no con indiferencia- ya había publicado "Ferdydurke", sus cuentos incluidos en "Memorias de la inmadurez" que años más tarde reeditaría con el nombre de "Bakakaï" (en homenaje a la calle Bacacay, de Buenos Aires, en la que vivió largo tiempo), un folletín -"Los hechizados"- y su insuperable "Ivonne, Princesa de Borgoña".

Iconoclasta, irreverente, heterodoxo, amigo del escándalo, de la pose, proclamándose conde sin serlo, tal el autor que desembarcó en la Argentina. Considerándose un genio, además. Quien conozca el discurso de Gombrowicz sabrá por qué no podía en ningún momento, bajo ninguna circunstancia, casarse con la Institución.

En efecto, la lucha tenaz y central de Witoldo se dio siempre contra la Forma, contra lo instituido, contra la esclerótica del Poder. Y lo que buscó como contrapartida, como alternativa vital, ha sido la forma increada, "lo bajo", aquello marcado por lo marginal, lo erótico y lo perverso.


ilustre desconocido
En Buenos Aires, durante considerable tiempo y sin saber muy bien qué hacía allí, trabajó con magro sueldo en el Banco Polaco donde iba a permanecer hasta 1955. Concurría a los cafés de la avenida Corrientes en los que jugaba ajedrez. Fue muy pobre y hasta tal punto llegaba su indigencia que alguna vez comentó haberse hecho amigo de un menesteroso con quien asistía a velatorios para poder comer lo reservado para los deudos...

Witoldo convence a la mecenas Cecilia Benedit de Debenedetti para que le financie la edición castellana de "Ferdydurke", a lo que ella accede. Pero deberá pasar cierto tiempo antes de que el libro inclasificable se conozca en nuestro idioma. Y para que ello se produjera la presencia del cubano Virgilio Piñera en Buenos Aires, adonde llegó exiliado, se volverá fundamental. Piñera, junto con otros, comenzó a traducir la novela. Gombrowicz les entregaba "su versión de primera mano", ellos después conversaban con el polaco y ajustaban la versión, sorprendiéndose por la alta calidad del material literario que de a poco iba siendo develado. Llegó la edición, pero no despertó furias, pasiones, adhesiones o rechazos vehementes, como Gombrowicz esperaba.

Mientras el escritor continuaba siendo aquí un desconocido, empezaba a ser tomado en cuenta en Francia porque "Kultura", revista del exilio polaco que en la década de 1950 se editaba en París, comienza a dar cabida a sus textos, atreviéndose con las heterodoxias de su novela "Trans-Atlántico", que además de ser un texto "indecente", como lo calificó el propio Gombrowicz, dentro de su absurdo resulta también una insulto al patriotismo polaco.

"Trans-Atlántico", o sea "más allá del Atlántico", y no "Transatlántico", como se la conoció en anteriores traducciones. También en "Kultura" iniciará la publicación de su "Diario" o "Journal", en el que expresará con franqueza, intensidad y riqueza de matices su estar-en-el-mundo y que en su edición original tendrá cuatro tomos.

Continúa escribiendo su nueva novela "Pornografía", conocida en castellano inicialmente con el más potable título de "La seducción", que concluirá en 1958 y traduce al francés "Ferdydurke". En 1957 el primer volumen del "Diario" se conocerá en París y en Polonia se publicará "Ferdydurke", pero resultará un acontecimiento efímero porque la obra de Gombrowicz volverá a ser censurada (!) en su país natal y la medida se mantendrá hasta el fin del comunismo.

Constantin Jelenski será quien le abra finalmente la puerta de Europa a Gombrowicz, con la edición en francés de "Ferdydurke" y luego de sus restantes trabajos. En París el argentino Jorge Lavelli comenzará a dirigir sus obras teatrales (que por su absurdo son vinculadas a las de Eugene Ionesco y Samuel Beckett) y la fama y el reconocimiento terminarán alcanzándolo, aunque ya con sus fuerzas muy debilitadas por un asma crónica. El "exilio" también llegará a su fin: invitado por la Fundación Ford, Witoldo parte a Berlín -y a la gloria- en otro barco, el 8 de abril de 1963.

En tanto la opinión de la cultura "oficial" vernácula seguía siéndole muy negativa pese a sus éxitos en el exterior y también pese a haber escrito en este país la mayor parte de su obra -verbigracia, su capital "Cosmos", por la que obtuvo el Premio Formentor. Hubo intentos a los largos de los años, como distintas notas periodísticas o como el filme del desaparecido Alberto Fischerman, pero resultaron escasos y borrados por el tiempo. Los textos centrales de Gombrowicz fueron editados en su casi totalidad en España y en verdad no es un autor a quien se lo haya recordado como se lo merece, en esta Argentina que lo tuvo durante casi 24 años. Ahora, con las reediciones y homenajes, Witoldo parece haber retornado al fin a su patria de adopción.

Y es una suerte, porque Gombrowicz amó a Argentina y ansiaba volver mientras el asma lo retenía en Francia, donde se casó con quien era su secretaria, Rita, e iba a morir en 1969, a los 65 años. Es cierto que su irascible carácter generaba resistencias aunque es factible que haya sido un gran tímido que en la agresión encontraba la única forma de expresarse. Y también de defenderse.

De defenderse para mantener intacto su propio territorio, el mundo intransferible donde "la facha" podía ser exhibida sin tapujos y sin cubrirse con ninguna máscara.

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Gombrowicz en el bar Rex, como un porteño más.

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