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 domingo, 27 de junio de 2004

Escándalo en la 16ª. Ecos en la Justicia y en la Unidad Regional II de una denuncia de vecinos de barrio Tablada
Un crimen desnuda la protección que una banda recibe de una comisaría
Dos hermanos señalados por asesinato, hoy prófugos, tienen un vínculo con un oficial de la seccional. Según vecinos, integran un grupo que pese a traficar drogas hace tiempo y aterrar al barrio no es tocado por la policía

Hernán Lascano / La Capital

Un destacado oficial de la comisaría 16ª quedó en situación incómoda en la investigación de un crimen ocurrido a menos de diez cuadras de la seccional donde trabaja. Este policía está sospechado de proteger, por una motivación de índole personal, a un par de hermanos señalados como los asesinos de Sergio Romero, quien murió el martes pasado tras agonizar quince días. El fundamento de esa cobertura es que los presuntos homicidas son hijos de una mujer con la que el oficial sospechado mantiene una prolongada, y conocida, relación sentimental.

Este oscuro incidente contribuyó a desnudar algo todavía más grave y escandaloso: la cobertura policial sistemática que desde la comisaría 16ª recibe un grupo que mediante la violencia, en un sector de barrio Tablada, monopoliza delitos diversos, entre los que destaca el tráfico de drogas. Esto último sería el trasfondo del homicidio de Sergio Romero.

Los detalles de esta trama escandalosa fueron inicialmente referidos a La Capital por vecinos del barrio que la padecen. Y corroborada casi en todos sus términos por fuentes judiciales y de la Unidad Regional II. La cuestión es tan turbia que la jueza de Instrucción Nº 2, Alejandra Rodenas, le sacó a los jefes de la 16ª el control de la investigación del crimen de Romero y el viernes se la asignó a la Brigada de Homicidios. "Hay sospechas fundadas sobre un desempeño muy irregular de la comisaría 16ª en este caso", consignaron fuentes tribunalicias.

Lo que también trascendió es que las consecuencias de esta protección policial a una banda barrial, según la Justicia y altos oficiales de la Unidad Regional II, tiene correlato en el desmadre que distingue a la comisaría de Ayacucho 3350. Allí, afirman fuentes oficiales, no se hacen constar imputaciones delictivas contra los miembros de la gavilla o se limpian sus nombres de los documentos llegados de otras reparticiones de la fuerza.

"La 16 internamente es un quilombo. Los que no están en la joda viven con el terror de quedar prendidos en algún despelote de protección o encubrimiento y que los rajen por eso", sostuvo un policía jerárquico que está al tanto del caso.

El jefe de la 16ª es el comisario principal Francisco Haro. Es un policía que debería tener un conocimiento arraigado del territorio que abarca su dependencia. No sólo porque es su función sino sobre todo porque, llamativamente, lleva una larguísima temporada allí: llegó hace diez años como oficial de servicio y fue ascendiendo hasta quedar como titular. El cambio de jefes de Rosario no implicó, para él, los desplazamientos ordinarios hacia otros destinos que alcanzan al resto de la oficialidad. En los protocolos policiales, el suyo es el único nombre que ni sus superiores ni el paso del tiempo logran despegar del mismo sitio.


El crimen y el ruido
La noche previa al feriado del 25 de mayo Sergio Romero, de 39 años, fue a bailar a Urban, un boliche de la zona de Mitre y Tucumán. Allí comenzó un incidente poco claro que prosiguió afuera. Una patota de unas diez personas le dio una paliza salvaje que obligó a su internación en el Hospital Clemente Alvarez. Al día siguiente, cuando se publicó la novedad, surgieron pistas sobre las motivaciones de aquella golpiza. "Esto fue un ajuste por una cuestión de drogas y los que lo cagaron a palos son los de la banda de Torombolo", narró un vecino de Tablada a La Capital. En el vecindario los que quisieron hablar apuntaron lo mismo. Señalaron que la zona pagaba los costos de una disputa de dos pandillas y agregaron que Romero tenía un pasado reñido con la ley. El día después del incidente de Urban un hermano de Sergio Romero le había dicho a este diario: "No quiero hablar de lo que pasó porque conozco a los que le pegaron".

Romero se recuperó y salió del Heca. Volvió a las dos semanas. Con un plomo en la cadera que afectó órganos internos y la cabeza hundida por terribles golpes que le dieron en Necochea y Presidente Quintana. Desde ese día, el 7 de junio, estuvo internado hasta el martes pasado, cuando sufrió una descompensación y murió.

El 8 de junio, tras la agresión a Romero, La Capital habló de nuevo con los vecinos. "Debería intervenir la Justicia, porque es claro que la policía sabe de esta guerra y por complicidad con uno de los grupos no se mete", denunció uno de ellos. "Fue la patota de Colón y Quintana", señalaban. Aseguraban que la comandaba Torombolo y que dos de sus cómplices, Maximiliano y Andrés R., eran los autores materiales del ataque. Los R. son hermanos. Les dicen "dientes de lata". Todo el barrio afirma que son los hijos de la mujer del destacado oficial de la 16ª.

El mismo día en que las graves lesiones infligidas a Sergio Romero se convirtieron en un homicidio, La Capital se comunicó con el jefe de la 16ª y le preguntó por la investigación del caso. En especial por el clamor, bien público, sobre las identidades de los homicidas. "Eso que se publicó no lo pudimos comprobar. No hay ningún testimonio que los vincule. Se habla mucho, pero los testigos no aparecen", dijo Haro.

La protección policial denunciada por los vecinos -versión a la que desde Jefatura y Tribunales se da crédito- es, precisamente, la que goza el grupo en el que se encuentran los señalados como homicidas de Romero. Que tienen al tráfico de drogas, admiten todas las fuentes consultadas, como principal esfera de negocios.

Torombolo y los hermanos "dientes de lata" ya no se pasean por sus usuales dominios. En barrio Tablada dicen que por allí, desde hace unos días, de ellos no queda ni el olor.

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Familiares de Sergio Romero en el Clemente Alvarez, donde murió el martes pasado. Se sospecha que sus asesinos tienen cobertura.

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