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 domingo, 27 de junio de 2004

Editorial
Vuelve el libro argentino

Cuando la convertibilidad se quebró y la devaluación del peso irrumpió como un huracán en la vida cotidiana de los argentinos, los efectos iniciales fueron devastadores. Inflación de por medio, los ingresos fijos de los asalariados perdieron gran parte de su capacidad adquisitiva, mientras los excluidos sufrieron más que nunca el desamparo en que se hallaban. Sólo después, de manera paulatina pero segura, comenzaron a percibirse los efectos positivos de la decisión, adoptada con tanta desprolijidad como premura. El campo, en primera instancia, y los sectores productivos después -gracias a la sustitución de importaciones- se convirtieron en beneficiarios directos del brusco cambio de modelo económico. Y la industria cultural también se anotó en la lista: el mercado de la música, azotado por la piratería de discos y hundido por los productos que llegaban a precio accesible desde el Primer Mundo, superó el remezón inicial y comenzó a editar a un ritmo que pocos esperaban. Y el libro argentino también recuperó parte del enorme terreno perdido en la década del noventa.

Los datos que brinda un reciente estudio de mercado son contundentes: la exportación de libros nacionales creció un 15,6% en unidades y un 80,2% en valor durante el transcurso del último año, con México, Chile, Brasil, Uruguay y la misma España como destinos principales, y en menor medida Perú y Colombia. El informe agrega que el alza de las ventas al exterior se convirtió en lógica salida a partir de la caída del mercado interno y entrega cifras que estimulan el optimismo: el sector editorial argentino está conformado por alrededor de 230 empresas que se dedican al rubro de modo exclusivo, que se mantienen en forma constante en la actividad y emplean a un total de 2.800 empleados, distribuidos en las áreas de producción, comercial y administrativa.

Argentina fue, a lo largo de gran parte del siglo pasado, líder en el mercado editorial de habla castellana. Mientras España se debatía en el marasmo provocado por la larga dictadura franquista, nuestro país cobijaba editoriales inolvidables -la lista es demasiado larga, pero incluye a lo largo de las décadas a sellos como Emecé, Sudamericana, Losada, Fabril Editora, Eudeba, el Centro Editor de América Latina y, en Rosario, la Vigil-, que no sólo difundieron a precios accesibles la mejor literatura argentina y latinoamericana sino que tradujeron y divulgaron en todo el orbe hispánico a los mejores autores del globo.

Sin embargo, el autoritarismo sofocante de la dictadura y modelos económicos que aniquilaron la producción nacional incluyeron entre sus primeras víctimas a una industria editorial floreciente en lo material y ejemplar en lo intelectual e ideológico: parte importante de lo que el país perdió y que ahora parece estar recuperando, paso a paso y junto con la memoria colectiva.

Ojalá que esta tendencia se confirme y ahonde. Pero el libro argentino ya está de vuelta.

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