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 domingo, 27 de junio de 2004

Día de la independencia

Julio Villalonga

"Hubo un tiempo que fue hermoso/ y fui libre de verdad". Así comenzaba "Canción para mi muerte", el tema de Charly García que quedó grabado en el inconsciente de varias generaciones. El ídolo del rock nacional aludía a su infancia, aquel estadio del desarrollo humano en el que nevegamos sobre una nube dulce, casi sin contradicciones.

Dos décadas antes de que Charly escribiera esos versos, un grupo de estudiosos alemanes empezó a analizar la comunicación y sus contextos. Arribaron a la conclusión de que, visto lo que había sucedido en el mundo -las dos grandes guerras y el nazismo habían hecho estragos- insistir en que los medios de comunicación eran instituciones ajenas a cualquier subjetividad era, cuanto menos, algo ya pasado de moda.

El papel -de oficialistas sin fisuras- que cumplieron los grandes medios de comunicación estadounidenses durante las invasiones a Afganistán e Irak nos releva de tener que mencionar otros ejemplos.

Como tantas otras cosas que llegan tarde, o distorsionadas, esas conclusiones de los estudiosos germanos no cuajaron del todo en la Argentina. Todavía hoy, y a pesar de toda el agua que corrió bajo el puente, hay quienes se paran sobre alguna tribuna desde el presunto lugar de la total independencia.

Pero como no hay mal eterno, ni cuerpo que lo aguante, pareciera haber llegado el fin de la era de la hipocresía.

La tensión entre independencia editorial y necesidades económicas no es nueva ni se da sólo en la Argentina. Pero esa tensión se resuelve todos los días. A veces en beneficio de la primera; otras, a favor de la segunda. Y también, con empates que les abren de nuevo la puerta a nuevas tensiones. La denuncia del periodista Luis Majul contra su colega Jorge Lanata es de una gravedad que las formas no pueden ocultar. Majul acusó a Lanata de armar un portal de Internet con el dinero de Fernando de Santibañes, entonces ex banquero y titular de la SIDE.

Es cierto que la televisión, y en menor medida, la radio son formatos en los que el rigor periodístico se resiente por la necesidad casi patológica de buscar impacto. Así es como el 95% de lo que aparece en tevé o se escucha en radio se diluye en el éter, no deja huella. Los medios gráficos tienen una mayor influencia porque lo escrito puede ser replicado una y otra vez. Tienen un "efecto residual".

La pelea entre Majul y Lanata abre la puerta que da a la trastienda de los medios, y nos habla de cómo funcionan realmente, más allá de los discursos o las poses.

Majul no tiene mayor aspiración que la de entreterner. Entendió hace mucho que la televisión es un show y que las reglas del periodismo tradicional allí no se aplican. Majul es llano y, a su modo, transparente. No quiere más. Lanata es un marketinero de primer nivel. Ya lo demostró con muchas de las mejores tapas en "Página/12". Ninguno de sus trabajos escritos posteriores rozó la precisión mínima que se le exigiría en una redacción de la que él no fuera el jefe. Un día se dio cuenta de que había un medio, la tevé, que no reclama ese rigor y, encima, le permitía ganar más dinero y notoriedad. Allí fue cuando comenzó a armar su personaje, ese David Letterman criollo. Lo hizo en un medio achatado, sin sorpresa, y hubo un público que lo recibió agradecido. Desfachatado, Lanata era capaz de decir lo que otros no querían o no podía. En algún momento, el personaje se comió a la persona y Lanata comenzó a creer lo que su "Frankenstein" decía. En esa evolución, hasta llegó a pensar que tenía derecho a reclamar como propio un espacio de tevé que era de otro, de una empresa periodística. Y, de inmediato, a condenar a sus dueños como censores porque se lo negaban.

Hace mucho tiempo, en una entrevista que le hice en un bar de Belgrano para la revista "Noticias", Lanata me contó una conspiración similar a la que relató la otra noche. Entonces "los malos" eran los dueños de Canal 9, porque no lo querían en su grilla de programación. Eduardo Eurnekian lo había echado con otro escándalo de Canal 2 y hacia tiempo que no tenía aire. Estaba metido en medio de una larga negociación y me hablaba como un periodista independiente que pagaba el precio del ostracismo por no ceder ante los poderosos. No sé si usó la inminente aparición de aquella nota para "apretar" a los responsables de ese canal. No me consta. Pero sí sé que a los pocos días llamó al responsable del medio en el que yo trabajaba para pedirle que no se publicara la entrevista porque podía perjudicarlo en su negociación. La aparición de la nota -un error- se postergó una semana con el compromiso de Lanata de que, una vez zanjada su disputa, podría publicarse cuando quisiéramos. La entrevista apareció, finalmente, porque Lanata nunca llamó para avisar nada. Y yo le agregué un párrafo en el que constaba lo sucedido. Lanata se consideró traicionado y acusó a la revista de pretender perjudicarlo. Incluso llegó a llamar al dueño de la editorial para quejarse. De periodista independiente a lobbista de sí mismo, sin escalas.

Majul no es un modelo de periodista independiente. Cada vez más es un periodista de televisión que trata de hacer un producto con impacto. Concluye todos sus programas con una declaración de sinceridad que ningún agente de imagen le recomendaría: "No creas en lo que ves en televisión, no creas en lo que dicen en la radio. No creas, incluso, en este programa". Majul no hace ningún esfuerzo por vender lo que no es. Mientras el edificio del ego de Lanata se derrumba, la construcción de Majul goza de buena salud.

En una sociedad madura, la prensa ejerce el control de los más poderosos. No hay avisador, por importante que sea, que pueda evitar la publicación de una nota que lo afecte. En una sociedad madura. Los países de Europa occidental son un ejemplo.

La Argentina previa al default tenía sus taras. La Argentina posterior al default mostró todas sus miserias. Es válido que busquemos mejorar como país, que aspiremos a tener instituciones más transparentes. Lo que no podemos seguir haciendo es actuar como si tuviéramos estándares suizos cuando son los mismos que en Malasia.

¿Se puede ser totalmente independiente, como ha venido proponiendo Lanata, si no se consiguen los espónsores necesarios para instalar el mensaje en cuestión? ¿Está la Argentina madura como para que los avisadores acepten que ganarán prestigio apoyando a periodistas independientes, incluso si éstos apuntan sus lenguas contra ellos? Lo mismo se aplica al Estado. ¿Este gobierno sólo pone avisos en aquellos medios o en aquellos programas que son oficialistas? ¿La realidad es así de plana, como la dibuja Lanata? ¿No se tratará de una cuestión de grados?

Hay quienes lograron convertirse en una suerte de medios, ellos mismos, gracias a una combinación de talento y audacia, y una gran capacidad para leer este escenario que relatábamos, el de la enorme debilidad de las empresas periodísticas.

Lanata ha mostrado habilidad para moverse en ese escenario. Creó un personaje sin competencia: ese que dice lo que muchos quieren oír para quedarse con la conciencia tranquila. Pero hace tiempo que dejó de ser consecuente con ese personaje.

El papel de víctima de los poderosos le sienta bien. Podrá seguir ejerciendolo como empresario de sí mismo, como en sus libros y en sus películas. Es un papel adecuado para una Argentina inmadura. Cuando este país crezca, lo más probable es que no haya lugar para Lanatas. Ni para empresarios débiles. Habrá llegado el día de la independencia.

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