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 sábado, 15 de mayo de 2004

candi
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-Ayer a la tarde, tomando un café francés en Cyrano y procurando mitigar el frío y todos los fríos, pensaba en cómo a veces los seres humanos adoptan decisiones equivocadas en la vida y se empeñan en ese destino creyendo que la rosa de los vientos los ha orientado bien hasta que, pasado el tiempo y observado las circunstancias (a veces mucho tiempo, lo que viene a ser una pérdida irreparable, porque como decía Séneca: el tiempo pasado le pertenece ya a la muerte) caen en la cuenta de que equivocaron el rumbo. Infeliz y usualmente, suele ser tarde.

-Hablando de Cyrano, Ivana Ludueña, una lectora que nos escribió sobre el amor, quedó encantada con el "agasajo por l'amour" y les envía saludos especialmente a Carolina. Pero siga Candi.

-Entonces, mientras saboreaba la mezcla de café y coñac, imaginé a un hombre dispuesto a alcanzar una ciudad perfecta de la que le habían hablado. Un hombre ante el dilema de discernir cuál camino tomar para llegar a la meta anhelada. Imaginé esta historia: "No estaba convencido, pero al fin se decidió. Tenía casi la seguridad (casi, porque nunca tuvo la certeza) de que por ese sendero al fin llegaría a esa ciudad lejana, exótica, donde la paz era plena y la dicha perenne, esa ciudad mágica tan difícil de encontrar como soñada por todos los peregrinos. Cargó las alforjas sobre sus hombros, guardó los ensueños en los bolsillos del alma y empezó a caminar despacio, tranquilo, en cierto modo feliz, porque tenía esa felicidad que concede la esperanza. Porque la esperanza siempre da un anticipo, una suerte de muestra gratis, de lo que se busca.

-Linda frase: "La esperanza da una muestra gratis de lo que se busca".

-"Nuestro amigo siguió caminando y así pasaron varios días, varios meses. Iba confiado, sosegado, a veces cansado, pero hasta entonces no había perdido la fuerza y aquella esperanza. Pero pasado cierto tiempo el sendero se angostó, la galería selvática se hizo más espesa y la luz menguó. Entonces sobrevino el primer temor y la primera pregunta: "¿He tomado el camino correcto?". No obstante, mientras procuraba convencerse: "No, no pude haberme equivocado", se decía, siguió el viaje. Caminó durante unos meses más, pero lejos de encontrar esa laguna donde llenar las cantimploras y reposar encontró un pantano. Aguas bajas, barrosas, vegetales marrones despojados de ilusiones, graznidos paralizantes y no trinos conmovieron su corazón, inundaron sus arterias y venas de adrenalina y una duda existencial como una daga filosa y fría atravesó su alma. Ya no había preguntas, sólo sospechadas certezas: "Creo que equivoqué el camino", murmuró cabizbajo.

-¡Qué sentimiento el de comenzar a percibir que todo fue en vano!

-"Cruzó el pantano, sin embargo, con la confianza de que ese obstáculo fuera no más que una barrera para ocultar a la ciudad anhelada, pero no. Más allá el sendero se hizo más angosto, la selva se espesó aún más y la oscuridad era ya casi absoluta. Aún así, nuestro amigo siguió caminando y alimentando esperanzas. Pasaron meses y años. "Seguramente Dios me pone a prueba -se decía- para medir mi perseverancia. La ciudad debe estar por aquí".

-Necio o demasiado iluso.

-"Desarrapado, exhausto y convencido de que al fin y al cabo ese no era el camino, se encontró con que había entrado en una caverna, oscura, tétrica y tan repulsiva como los murciélagos que revoloteaban a su alrededor.

-Sentimiento de desazón, de derrota, de soledad, de tiempos perdidos. Conozco esos sentimientos.

-"En un primer momento, e instintivamente, nuestro amigo volvió sobre sus pasos. ¿Pero hacia dónde iría? Había caminado años. ¿Acaso tendría tiempo para retornar al punto de partida e iniciar una nueva búsqueda por otro camino?

-A veces todo es demasiado tarde.

-"Se sentó sobre una roca como se sientan los vencidos; llevó las manos a su rostro y se puso a llorar. Lloró toda esa noche (en realidad no sabía si era de noche, porque en la caverna no se distinguían las luces de la sombra). Lloró todo ese pasado infructuosamente andado e irremisiblemente muerto". Colecciónelo, Inocencio, mañana lo sigo.

Candi II
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