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 miércoles, 24 de marzo de 2004

Tarea extra para los maestros de Uriburu al 7500
Salen a buscar a sus alumnos para que no dejen la escuela
Los padres dicen que necesitan que sus hijos trabajen. La situación se repite hasta en el centro

Laura Vilche / La Capital

Quien asegure que el 8 de marzo pasado comenzaron las clases para todos los chicos de la provincia de Santa Fe está faltando a la verdad. Para muestra basta sólo un ejemplo. En la escuela Nº6.379 Domingo Silva, ubicada en Uriburu al 7500, en la primera semana del ciclo lectivo la mayoría de los 110 alumnos del establecimiento no pudo concurrir porque no tenía zapatillas, guardapolvos, ni útiles para estudiar. Y aún hoy, unos diez siguen sin pisar la escuela. A pesar de que las maestras y la directora del establecimiento fueron hasta los domicilios de los chicos para persuadir -a ellos y a sus padres- de que deben asistir a clase, no lo han logrado definitivamente. ¿Por qué? "Los padres no tienen dinero para mandarlos, entonces las nenas se quedan limpiando o cuidando a los hermanitos y los varones ayudan a sus padres que trabajan en las huertas o cirujean", explicó a La Capital la directora, Berta Reyes.

El fenómeno parece repetirse entre los alumnos más carenciados que concurren tanto a las escuelas públicas del centro como de los barrios. Así lo asegura desde la Asociación del Magisterio de Santa Fe (Amsafé) Verónica Di Carlo, secretaria de Cultura, quien desde febrero pasado viene evaluando qué cargos docentes quedan disponibles tras el desgranamiento y la deserción escolar en distintas escuelas de la ciudad y localidades vecinas.

"Los chicos no van a la escuela porque trabajan, así de sencillo. Esto se nota también en el centro, donde concurrían también hijos de empleados que trabajaban en comercios, como porteros de edificio o domésticas. Perdieron sus trabajos, los sacaron de la escuela y ahora esos chicos limpian vidrios o mendigan para subsistir", detalló Di Carlo.


Todo a 40 cuadras
Muchos de los chicos que asisten a la escuela Nº6.374 son oriundos del barrio Las Palmeras, ubicado a unas 40 cuadras del establecimiento. En su mayoría hijos de peones de las quintas del lugar, que llegan caminando o en carro.

Para Reyes, la directora de la escuela, la distancia es otra de las causas de la deserción escolar. Distancia que también deben sortear diariamente tanto ella como las siete maestras de la escuela que llegan en bicicleta, a dedo o en un remís que se pagan en grupo.

Si no se organizan así, no pueden ir a dar clases, ya que la línea de colectivos que las deja más cerca tiene parada en calle Ovidio Lagos, a 40 cuadras de la escuela. Las mismas que las distancian del dispensario más cercano.

La escuela se levanta en una zona semirrural rodeada de quintas. No tiene alumbrado público, veredas, ni calles pavimentadas y es una de las 50 de Rosario que carece de teléfono. Por eso desde hace tres años la directora usa su celular y paga de su bolsillo la tarjeta para utilizarlo. "A veces me ayuda con los gastos la cooperadora, conformada por un grupo de madres que los viernes cocinan empanadas caseras que se venden en la zona y entre el cuerpo docente", señala Reyes.

Que los chicos abandonen la escuela a partir de cuarto año de la EGB y las maestras salgan a buscarlos ya no es una novedad, sobre todo desde el año 2000. "Hasta ese momento teníamos unos 160 alumnos y ahora apenas llegamos a 110. Y en este caudal hay chicos con sobreedad (por ejemplo, tienen 13 años y cursan quinto año de EGB) y también especiales, cuando en realidad no tenemos ni una maestra niveladora", remarcó la directora.

Entre las cosas que sí posee el establecimiento se pueden enumerar: siete salones bastante pelados de mobiliario, con problemas en la membrana del techo y más de una rajadura en las paredes; unos baños "feúchos" -al decir de la directora-; una cocina donde se les prepara el almuerzo y la copa de leche a todo el alumnado, un terreno que hace las veces de patio y que se embarra completamente los días de lluvia y una biblioteca con libros que donan las editoriales una vez que renuevan sus ediciones. ¿Computadora? Cuando La Capital les hizo la pregunta, las maestras se rieron. "Apenas tenemos una máquina de escribir en dirección", dijo Reyes.

A pesar de las carencias, las docentes no se resignan. "Le hicimos una carta al intendente, pero aún no se la pudimos acercar. Le pedimos allí que nos hagan el mejorado de la calle y nos den luz en la zona. A esta escuela podrían venir por la noche los padres de nuestros chicos, la mayoría analfabetos. ¿Pero quién puede caminar hasta acá cuando baja el sol si esto es tierra de nadie?", se preguntó la directora, quien por si quedan dudas agregó que también necesitan que la policía vigile la zona, "al menos durante las horas de clase".

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El patio de la escuela donde los chicos juegan con un auto abandonado.

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