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 domingo, 08 de febrero de 2004

Interiores: La tasa de desinterés

Jorge Besso

Cada vez más, este es un mundo de tasas. Somos tasados aún sin advertirlo, y además somos incluidos en algún segmento de la sociedad a partir de lo cual seremos seleccionados, elegidos, ofrecidos y hasta bombardeados con ofertas varias que tienen la habitual pretensión de decidir la demanda. Eso mientras estemos en algún segmento tasable, de lo contrario sufriremos la indiferencia generalizada, esto es quedaremos librados a la mano de Dios, que por lo que parece no anda muy atento.

Mientras tanto vivimos en medio de una proliferación de tasas, porcentajes y afines que dan un perfil del mercado y los mercados al instante. Hace unos años, muchos años antes de Internet se podía ver un noticiero cinematográfico, especialmente en el cine Heraldo que se llamaba "El mundo al instante", noticiero por cierto nada extraordinario, pero era una forma de ver las imágenes del mundo, que para el caso del susodicho noticiero eran básicamente de Europa, lo que para los europeos vendría a ser más o menos lo mismo.

Hoy por hoy, la metamorfosis social ha transformado el mundo en un mercado y la economía es una disciplina que ha crecido más que la economía real, diversificada en variadas disciplinas subsidiarias que pululan en los diferentes medios, conformando un noticiero crónico que en cada instante informa sobre "El mercado al instante". O sea el mundo.

Al mismo tiempo hay tres tasas sociales que bien podríamos llamar la Tasa de Interés (TI), la Tasa de Desinterés (TD) y la Tasa de Abuso (TA) que no tienen informantes ni al instante, ni a diario, ni semanal ni nunca. Mientras la Tasa de Desinterés aumenta, la Tasa de Interés por el otro baja en el sentido de una tendencia generalizada respecto de que no hay otro interés que el interés de sí y por sí mismo, con lo que aumenta día a día y momento a momento la Tasa de Desinterés por las impresionantes deudas y agujeros sociales, muchas veces en nombre de las razones, supuestamente técnicas, de la economía.

Todo lo cual conforma, si así se puede decir, una redundancia doble, ya que a la tendencia generalizada del predominio del interés de sí mismo, se le agrega el interés por el interés. En cierto sentido la sociedad actual y el individuo actual se parecen cada vez más de forma tal, que pareciera cumplirse al pie de la letra aquel acerto que dice: "La sociedad hace a los individuos, que hacen la sociedad, que hace a los individuos, que hacen la sociedad", y así hasta el infinito, transformando el acerto en cuestión en una cantinela que se propaga en una repetición monótona y taladradora. Como muchas de las cantinelas de la sociedad destinadas a taladrar nuestra mente.

La mente una vez taladrada es insertada con un mensaje que tiene valor de certeza, como una verdad irrefutable que por lo mismo adquiere el estatus de lo obvio, como por caso: el que tiene plata hace lo que quiere. La frase tiene apariencia de verdad absoluta y con esa chapa circula por la cabeza más o menos de todo el mundo, que más temprano que tarde en algún momento la repetirá, la más de las veces sin reflexión, como muchas de las cosas que emitimos. Es lo que somos, seres emitidos. Al punto que la apariencia que desplegamos + el discurso que vamos soltando, nos da con bastante precisión la época de emisión. O dicho de otra forma, a que cosecha pertenecemos.

Ahora bien, volviendo a la frase ¿cómo es que el que tiene plata hace lo que quiere? Aceptando que esto tenga una parte de verdad, no es tan seguro que la plata en sí misma asegure que alguien haga verdaderamente lo que quiere, y por lo tanto, que ese mismo alguien quiera lo que hace. Las noticias de estos días me ha dado un ejemplo más que interesante.

En el suplemento Autos del diario Clarín se puede leer que el sultán de Brunei, cuyo nombre es más o menos imposible de recordar para nosotros, tiene como afición o hobby coleccionar autos y en estos días, o vaya a saber cuando, llegó a juntar 5.000 automóviles. La noticia viene a cuento porque le han entregado recientemente 12 Rolls Royce Phantom, cada uno de los cuales cuesta en el mercado 400.000 euros, salvó que el sultán pidió unos adicionales los que le subieron el precio de cada unidad a 600.000.

Es muy interesante el cálculo que hace el periodista, ya que si alguien a partir de hoy comprara un auto por día tardaría 13 años y medio en alcanzar la cifra del sultán. Más 12 días para comprar los Rolls. De todos modos, si el propio sultán usara un auto distinto todos los días, lo que no deja de ser algo bastante sofisticado, tardaría también los mismos 13 años y medio para usar los 5.000 coches. Y 12 días más para los Rolls.

De más está decir que no sé la exactitud de estos datos, tampoco voy a viajar a contarlos y en caso de ser cierto, comprobar cuánto espacio ocupan las 5.000 cocheras, más 12 para los Rolls. De lo que no caben dudas es de la desmesura. Es decir de la desmesura de la obscenidad. Ya que el caso del sultán compone la confluencia de las tres tasas: es más que un ejemplo del hipercrecimiento de la Tasa de Abuso, es decir del abuso de la acumulación de injusticia. Y a la vez, hay que estar muy desinteresado en casi todo para dedicarse a amontonar más de lo mismo.

Con el permiso que el sultán no me dio, y que no le puedo pedir por muy espectacular que sea su colección, a la que hay que agregar las Ferrari que le envía la casa italiana cada vez que saca un modelo nuevo, y en número de dos, creo que el susodicho sultán padece de autismo. En cierto sentido este es un mundo plagado de autos y autistas. No es que el que tiene plata hace lo que quiere, en realidad hace lo que quiere la plata, que es la que verdaderamente decide a partir de cierto nivel de acumulación de la desmesura.

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