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 sábado, 07 de febrero de 2004

Hablar bien es peligroso

Las excelentes opiniones de Angélica Gorodischer, vertidas en la entrevista publicada en este diario y realizada a propósito del inminente Congreso de la Lengua Española que tendremos la dicha de compartir los rosarinos, ha inspirado este cuentito: un hombre súbitamente próspero pero, bastante ignorante, ha comprado un lujoso diccionario de dos tomos y cada día recorre y memoriza 20 páginas de una letra elegida al azar, atesorando nuevos términos y sus respectivos significados. Le están construyendo una pretenciosa casa en un country incipientemente poblado. Una mañana conversa con el arquitecto y el contratista-constructor y dice: esta pared del "estar" me gustaría completamente alicatada con un material que compré en Holanda, según un diseño que vi en La Alhambra de Granada. ¿Les parece buena idea? "¿Qué cosa?", pregunta el arquitecto, Eso, lo de alicatar la pared oeste. El joven arquitecto carraspea y calla. El contratista dice: vea, yo nunca alicaté nada y tampoco conozco el material que se utiliza, tal vez si me lo muestra, me doy maña y lo hago, o sino Miguel, el albañil más viejo, que se las sabe todas. Entonces el "nuevo rico" va hasta su auto y del baúl saca una caja de cartón bastante grande y pesada. Llega adonde están conversando sus interlocutores, pone la caja sobre la mesa y dice: este es el material, claro que lo van a tener que recortar y limarlo para reproducir los dibujos que yo quiero. El contratista abre ansiosamente la famosa caja, observa y dice: Pero, ¡estos son azulejos!. Lo que usted quiere es que azulejemos la pared oeste, una pavada, si quiere esta tarde empezamos. ¿De dónde sacó eso de "alicatar"? Del diccionario, hombre, que así se dice en correcto español. Váyase al diablo, "piojo resucitado", rebuscado, se dice azulejar, expresa el laburante, partiéndole en la cabeza un hermoso azulejo holandés decorado con ligero relieve. Es como dijo Angélica: no existe el idioma puro... ni el diccionario es un dios. Como sea, Angélica, no pudo ser más exacta y veraz tu opinión, que me dio ganas de regalarte este cuentito. De agradecido, nomás.

Carlos F. Sapéne

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