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 miércoles, 07 de enero de 2004

EDITORIAL
El país y sus nuevos desafíos

La Argentina suele padecer de dos defectos que obnubilan notablemente su capacidad para comprender la realidad que la rodea: en primer término, una inveterada tendencia al narcisismo, que lleva a muchos de sus habitantes a creer que inevitablemente los asiste la razón y que los males siempre provienen del exterior; en segundo, su obsesión por la coyuntura, que le impide diseñar y sostener proyectos de largo plazo y muchas veces la ha impelido a optar por soluciones engañosas para problemas que de tal modo terminaron profundizándose. En estos momentos, cuando se han cumplido dos años de la devaluación del peso, se torna necesario realizar un balance, que permite avizorar el futuro con optimismo en tanto y en cuanto la responsabilidad sea el eje de las decisiones del Estado.

Los datos de las estadísticas marcan que la sensación general de mejoría se fundamenta en bases concretas. Los matutinos de ayer daban cuenta, a modo de ejemplo, del récord de recaudación del pasado año 2003, impulsado por el mayor consumo -disparador del IVA- y la retención a las exportaciones. Otro título de los diarios de la víspera hacía referencia a que los turistas gastan en Mar del Plata un veinte por ciento más que el año pasado. Ambas señales marcan con claridad que el rumbo de la economía argentina es de recuperación después de la debacle.

Pero para que esa tendencia se consolide resta recorrer un largo camino, después que el faro de la convertibilidad encandilara a casi todo un país y lo llevara a precipitarse en el más hondo abismo de su historia. Y ese trayecto deberá inexorablemente pasar a través de dos estaciones: la primera, el drástico achicamiento de la brecha que la década de los noventa abrió entre ricos y pobres, y que la desprolija devaluación decidida entre gallos y medianoche contribuyó a agrandar, inflación y despojo a los ahorristas de por medio; y la segunda, importante pero no prioritaria como la anterior, es la recomposición de la deteriorada imagen nacional en el mundo, a partir de la asunción de las responsabilidades adquiridas con los acreedores.

Se trata, ciertamente, de dos deudas: la interna y la externa. Tal como lo expresara por enésima vez dos días atrás el presidente de la Nación, la decisión tomada es comenzar a pagar a partir de que se pueda efectivamente hacerlo. Y así, los reclamos de aumentar el superávit fijado en el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional difícilmente encuentren eco favorable en la gestión que él encabeza. Pero tampoco es posible vivir en el aislamiento y repudiar reclamos cuyo trasfondo de legitimidad resulta indiscutible: acaso se trate de explicar más y mejor cuál es la dramática situación que padecen numerosos argentinos, y construir solidaridades a partir de la respetuosa búsqueda de consensos.

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