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 domingo, 23 de noviembre de 2003

Piriápolis: atardecer en la rambla
Piriápolis propone playas agrestes, avistaje de aves y aventura en los cerros

Viajando por la autopista Interbalnearia, que une Montevideo con Punta del Este, las ondulaciones del terreno preanuncian el primer impacto que destellará en los ojos del turista apenas cruce el límite de Maldonado. Rodeada por siete imponentes cerros, la ciudad de Piriápolis se levanta y recuesta sobre el río de la Plata. Su escasa proximidad con el océano Atlántico le otorga a sus aguas un color algo cristalino y cierto sabor a mar.

En Piriápolis hay playas para todos los gustos y todas tienen un touch que la distinguen. La principal y de mayor extensión se encuentra a pasos del centro de la ciudad, conocida como la playa de los Argentinos. Su fina arena y sus tranquilas aguas se transforman en el lugar perfecto para disfrutar de un día a puro sol.

Cuando la tarde agoniza y el sol diluye su color en el horizonte, caminar por la rambla se vuelve un espectáculo que corona un día ejemplar. Es un mirador para ser testigos del último resplandor que tiñe el agua o para serenas caminatas que fortalecen el espíritu.

A uno y otro lado de la rambla, las costas van cambiando su fisonomía. En las playas rocosas y destempladas, el agua es ideal para los amantes de los deportes náuticos, con olas que alcanzan una altura confiable para practicar surf.

También las hay más agrestes, con moderadas dunas que le otorgan al entorno una postal de naturaleza virgen. Estos lugares son ideales para la pesca de brótolas y corvinas; también para aquellos que quieran disfrutar de la arena y el sol escapándole al tumulto.

Quien vaya a Piriápolis sabrá que sus habitantes le otorgan al lugar cierto fenómeno místico. Su fundador, Francisco Piria, fue un hábil negociante que supo levantar un atractivo turístico desde las primeras décadas del siglo XX, pero también se lo conoce como un entusiasta alquimista.

Todas las construcciones que fomentó, empezando por su propio castillo, al pie del cerro Pan de Azúcar, tienen símbolos que representan una lógica de orientación.

Dicen que la energía que emana de su geografía, mezcla única de sierras y playas, hace más placentera la vida del viajero que va al encuentro de nuevas emociones y merecido descanso.

Además de los cerros, ideales para las excursiones de aventura, otro de los tesoros del balneario es la Reserva de Fauna Autóctona: un paseo ineludible para los amantes de la naturaleza, ya que en ella conviven más de 400 ejemplares de especies en peligro de extinción, como es el caso del venado de campo. También se puede hacer avistaje de aves desde lugares estratégicos y preparados con potentes binoculares.

Por todo esto y mucho más, Piriápolis brilla en verano cuando recibe a miles de visitantes que llenan sus playas, la rambla, el casino y sus singulares restaurantes.

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Piriápolis, ideal para los niños.

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