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 domingo, 23 de noviembre de 2003

Interiores: Trámites II

Joge Besso

Frente a la mayor parte de los trámites el humano se encuentra ante un dilema que se le organiza como una trampa: si lo emprende padece, si no lo emprende desfallece. Comenzar una tramitación es comenzar por admitir que se tiene que hacer algo que no se tiene ganas de hacer. Más todavía, si fuera por uno, todos los pasos administrativos que se necesitan hasta poder "plantar el árbolito", como se mostraba en aquel viejo programa televisivo, son inútiles e innecesarios y por lo tanto queda claro que uno haría las cosas de otra manera. Desde luego de un modo supuestamente mucho más sencillo, es decir en el camino directo hacia la consecución del objetivo, sea plantar el arbolito, o lo que haya que plantar. Ahora bien, nada más difícil para el humano que tener que hacer lo que no tiene ganas, ya que semejante situación le genera rebelión y como toda rebeldía conduce al sometimiento: termina haciendo más tarde lo que no hizo más temprano. Esto es en tiempo y forma, como se señalaba en el artículo anterior.

Como se decía en dicho artículo hacer las cosas en tiempo y forma es más específico de los animales que de los humanos, ya que a las bestias les resulta más bien difícil hacer las cosas antes o después de tiempo, o acaso en formas extrañas no previstas por la racionalidad de la especie. En cambio la racionalidad humana, con ser tan importante, no tiene el alcance suficiente para determinar todas las conductas, tanto del hombre antiguo, como del contemporáneo, y con toda probabilidad, del hombre por venir. A menos que el hombre del futuro devenga un robot, como es el sueño de muchos científicos, de muchos políticos y de todos los autoritarios que sueñan un futuro en que circulemos como hormigas, no sólo por la regularidad, sino para que nuestro destino diario sea un agujero. Claro está que nosotros no cesaremos en la lucha para que todos ellos, como todo bicho aplastador, vayan a parar al asador social.

Como se sabe lo peor de un trámite es no hacerlo, ya que las consecuencias son siempre más trámites, pues en este punto los trámites son como los intereses de las deudas: si usted no paga en tiempo y forma, tendrá que abonar intereses sobre los intereses + IVA. Es decir seguir abonando la tierra de la riqueza de los otros, pues el capitalismo, en un trámite ideológico sin precedentes, tomó prestado de Marx uno de sus conceptos mayores: el de plusvalía. Según el filósofo alemán la plusvalía es lo que se llevan los dueños del poder. Por cada hora trabajada por un obrero, una se la lleva el dueño, es decir un plus que al que trabaja se le escapa de sus manos que trabajan. En este sentido el IVA, es un plus valor generalizado que todos pagan por igual, aunque no todos ganan igual, esto es, un típico impuesto destinado a distribuir la pobreza para que la riqueza de los ricos esté a salvo.

Ahora bien, nuestra valiosa, pero también peligrosa cabeza, tiene funciones más o menos ilimitadas, es nuestro órgano de control de las cosas con una particularidad esencial: la cabeza es una controladora incontrolable. Incluida la de los ricos. Cosa que los humanos olvidamos la más de las veces. Habitualmente se le asignan funciones, propiedades, facultades y recursos que son los instrumentos con que cuenta la cabeza humana para encarar o postergar los distintos trámites que le demanda la existencia, y que podríamos listar así:

Imaginar.

Pensar.

Razonar.

Recordar. Y también presentir o acaso intuir, etcétera.


Todos los expedientes que entran por la mesa de entradas son tramitados en estas oficinas, más o menos comunicadas entre sí, y que se ponen a nuestro servicio, esto es a los efectos de la resolución de los distintos expedientes con los que nos encontramos todos los días y todas las noches. Más los que tenemos retenidos, olvidados o negados, y que de pronto se nos aparecen exigiendo tratamiento. Es que con respecto a la cabeza hay esencialmente dos posiciones: o la cabeza está a nuestro servicio, o estamos al servicio de nuestra cabeza.
En el primer caso vamos resolviendo mejor o peor los casos y las cosas que se nos presentan. En el segundo somos un caso. Es el caso de los celos donde el humano vive el infierno en la tierra y donde el sujeto es una suerte de títere de lo que imagina, piensa, razona, recuerda, y en definitiva siente, bailando la peor de las danzas, la del sufrimiento, tratando de atrapar una certeza que se le escapa en los innumerables vericuetos de los pensamientos sin control, en el patológico intento de controlarlo todo. En el origen, en el origen de cada cual, hay un legado, lo que se suele llamar un precioso legado: nos dan la vida. Pero en ese mismo instante comienza nuestro enorme trabajo. Un trabajo donde se pueden distinguir etapas diferentes, épocas distintas, rachas buenas o malas, o hasta largas mesetas donde la gente vegeta sin advertirlo del todo, pero igualmente es un trabajo que no reconoce vacaciones, a veces ni en las vacaciones. Ese trabajo es la enorme tarea de darle, construirle, a la vida que nos dieron, una existencia.

La existencia es una forma, nuestra forma, de habitar la vida. Hay muchas, en definitiva son incontables. Más aún, no hay manera de legislar o de decretar sobre las mejores o peores formas de habitar la vida a pesar de los intentos milenarios en este sentido. Eso sí, todas las formas posibles están recorridas de una punta a la otra por un delicado equilibrio que cada cual tiene que ir resolviendo: el equilibrio entre sufrir y disfrutar. El equilibrio no está en las adecuadas proporciones. A eso se dedica la neurosis. El equilibrio está en reconocer que tanto el sufrir, como el disfrutar son importantes. Pero ninguno de los dos constituye el sentido de la vida. Si la cosa es sufrir, la existencia es un trámite que te arruina la vida. Si la cosa es sólo disfrutar la existencia es un turno olvidable.

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