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 domingo, 23 de noviembre de 2003


El cazador oculto: Nostalgia pop en una noche atípica

Ricardo Luque / La Capital

¿Qué serías capaz de hacer para ser famoso? La pregunta, que desvela a los artistas más que a nadie en este mundo, se retuerce como un gusano claustrofóbico en la cabeza de Benito Laren. Y es por eso que el hombre (porque eso es lo que Benito Laren es, aunque por ahí digan que es un marciano) usa peluca, lentes ahumados y vende sus obras como perfumes de free shop. Nada raro. Al menos en la presentación de Atypica, una revista de diseño que reunió a la flor y nata de la movida cool rosarina. Sí, los chicos y chicas que se pasean por la galería de Rioja y Mitre como si estuvieran en Carnaby St. en los dorados 60. Entre ellos Cuqui Díaz es una mosca en la sopa. ¡Nadie le avisó de los daños colaterales del colágeno! Se ve que no. Sino podría pronunciar las vocales y no saben cómo le cuesta. A su lado Emiliana, la hija del Patón Bauza, parecía la nieta, y estaba feliz. No es para menos. Era su primera vez en el Castagnino. Iba y venía de un lado al otro como una mariposa en primavera. Su amiguete, Juan Carlos Juncos, la vigilaba de lejos. No se animó a acercarse, por miedo a hacer el ridículo. Y bien qué hizo. Su camisa "wash and wear" parecía de uniforme de colectivero. Y no es que estuviera mal, sólo que, frente el conjuntito composé azul francia de Chachi Verona, su look "La tregua" realmente desentonaba. Por suerte consiguió que Fernanda Mainelli, asesina con su vestido asimétrico verde, hiciera las veces de su acompañante fóbica. Si hasta fue a buscarle una copa del champagne que servían en cuentagotas y apenas frío. Un tesorito. Guillermina Ygelman, la dama de honor de la noche, repartía pins mientras hacía malabares para esquivar los avances de sus festejantes. Darío Homs, que aprovechó la volada para repartir ejemplares de su nuevo libro, la seguía de cerca sin saber por qué. En un rincón, lejos del ruido, el periodista en banda Guillermo Boot miraba como si tuviera la cabeza en otra cosa. "Va a ser papá", suspiró una morocha de calzas de vinilo y una remerita negra que dejaba ver más de lo que cubría. Sus palabras estaban cargadas de deseo y resignación. Carolina Fay no la escuchó. Si no ardía Troya.

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