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 domingo, 09 de noviembre de 2003

El ex guerrillero se reunió en Rosario con familiares del fallecido cónsul inglés
El día que Gorriarán Merlo pasó por Rosario para pedir disculpas por un secuestro
Stanley Sylvester había sido secuestrado en mayo de 1971. La Capital fue testigo de un diálogo sin odios

Daniel Leñini / La Capital

El portón de hierro es el mismo y la vereda donde quedó el Peugeot 404 en marcha también. La numeración ha cambiado pero el pilar aún conserva los apliques del 8555 que regía entonces, año 1971. Mayo, para más datos.

Hoy es el 8455 de bulevar Argentino, en el corazón de un Fisherton más coqueto y tal vez más custodiado. Juan Sylvester, aquel que encontró el Peugeot en marcha y de inmediato sintió el presagio de lo ocurrido, abre el portón del chalé e invita al patio. Saluda y habla unos minutos, antes de sentarse con su visitante: Enrique Gorriarán Merlo, cabecilla del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) que aquel ya lejano mes de mayo del 71 secuestró a su padre, Stanley Sylvester, apenas detuvo el automóvil y caminaba para cerrar el portón.

Stanley falleció hace 20 días, a los 91 años. Cuando lo secuestraron, con 59 y a un año de jubilarse, era gerente general del frigorífico Swift -al que había ingresado tres décadas antes como mensajero de oficina- y a la vez cónsul de Inglaterra en Rosario. Fue el primer secuestrado por el ERP (que comandaba a nivel nacional el temible y recordado Mario Roberto Santucho), que lo mantuvo en cautiverio siete días en el sótano de una vivienda del barrio Acíndar, al sur de la ciudad, y lo liberó una vez que el Swift accedió a "repartir víveres y útiles escolares en los barrios y a cambiar las condiciones de trabajo para los operarios de la planta", según recuerda Juan, su hijo.

El nieto del secuestrado, Donald, completa la postal. Fue quien cuidó a su abuelo hasta sus últimos días y el primero que supo de la voluntad de Gorriarán Merlo, hace unos meses tras salir de la cárcel, de saludar a quien había sido su víctima. El encuentro no se hizo pues la salud de Stanley no se lo permitía.

Gorriarán Merlo, detenido desde 1995 hasta mayo pasado por el sangriento ataque a La Tablada y finalmente indultado por el ex presidente Eduardo Duhalde, recuerda que "cuando estaba en la cárcel pensaba en ver a Stanley por dos razones: por haber actuado con dignidad en el cautiverio y aclarado luego, siempre, que se lo trató bien. Al venir a presentar hace unos meses el libro (se refiere a sus "Memorias") le hice llegar la invitación y le mandé un ejemplar con una dedicatoria. Finalmente me encontré con sus descendientes, quienes me dijeron que estaba muy delicado. Ahí empezamos a hablar. Yo estaba muy tenso y quise expresarles que utilizamos el método de los secuestros, que sabíamos desagradable, para financiarnos o para lograr reivindicaciones. pero también que éramos conscientes de la incertidumbre que significaba para el detenido y sus familiares".

"Siempre sentí ganas de hablar con Stanley para pedirle perdón, disculparme, por la situación que le hicimos vivir. Es la primera vez que puedo encontrarme con los familiares de un secuestrado. Salí hace cinco meses", admite Gorriarán.

Juan Sylvester interviene y dice: "Si fuera un hijo del general (Pedro Eugenio) Aramburu probablemente no hablaría. Pero este caso es distinto. Prácticamente no hubo secuelas y no lo calificaría como un secuestro extorsivo por dinero sino propagandístico; el ERP quería propaganda. No puedo decir que tenga rencor o bronca. No conozco a otros integrantes del ERP más que a Enrique, y si bien no comparto la ideología debo pensar que lo hicieron por una causa. Por eso puedo charlar con él. Esto pasó en el 71 y en el 2003 es historia. En el 71 no hubiese dialogado, ahora sí".


Un domingo fácil
Luego de haber logrado romper el hielo, las anécdotas se fueron desgranando. Gorriarán reveló que los dos militantes del ERP que secuestraron a Sylvester, Osvaldo De Benedetti y Jorge Molina ("encarcelados y asesinados por el Ejército tiempo después"), en realidad no tenían orden de realizar el rapto, sólo debían "observar", pero que decidieron hacerlo porque ese domingo se les presentó fácil.

"Yo era el que decidía cuando se hacía el secuestro, pero resulta que me enteré por los diarios", sorprende Gorriarán.

Luego revela otro hecho asombroso, sobre todo por la militarización que en aquel momento vivía Rosario. Contó que una vecina de la casa en cuyo sótano permanecía retenido Stanley, mientras colgaba la ropa, "le gritó a De Benedetti, que andaba por ahí: «Che, suelten a Sylvester»", y que éste, muy sorprendido, sólo atinó a retrucarle: "No lo vamos a liberar jamás".

"Después nos tuvimos que poner a debatir qué era lo que podía saber esta mujer", se ríe hoy Gorriarán.

Cuando pregunta si alguien vio la casa, la escueta respuesta de Juan Sylvester interrumpió por un momento el clima de diálogo: "Yo sí, me llevó Feced". A la mención del jefe de policía que comandó la represión ilegal y ordenaba las torturas en Rosario le siguió un incómodo silencio.

En tren de hacer historia, sus interlocutores le señalan luego a Gorriarán que posteriores secuestros del ERP no terminaron bien, o mucho peor, como el de Oberdan Salustro, presidente de la Fiat; o el del coronel Argentino Larrabure, en Villa María, ya que ambos fueron muertos.

"En el caso de Salustro hubo un problema grave cuando los custodios sufrieron un enfrentamiento con la policía, y él murió por una bala del tiroteo", explica el ex guerrillero. "En el caso de Larrabure -continúa-, el oficial arrastraba una condición física preocupante y se suicidó. Con eso no quiero justificar la acción, aclaro. Pero en un operativo que me tocó actuar directamente, el de Alfred Laun (diplomático cultural de los Estados Unidos, secuestrado en abril de 1974), como resultó herido, lo liberamos enseguida".

Luego de afirmar que en aquellos años "las organizaciones" reclutaban miles de jóvenes, y que en Rosario había un gran despliegue, Gorriarán recuerda sus días de rosarino: "Viví un tiempo en Italia y Catamarca, hasta que pasé a la clandestinidad en el 70. Trabajé dos años en el Swift, en la sección Picada de Novillo, donde ya se aplicaba lo que es hoy la generalizada flexibilización laboral. Es decir, me hacían un contrato por tres meses y cuando faltaba un día, me despedían, y al otro día me hacían otro contrato. El Swift, con 8.000 obreros, y el puerto eran los únicos lugares donde se hacía esto, hoy es general. Deberíamos recuperar las condiciones del 70. Medio en broma y medio en serio", chicanea.

La charla se termina y Gorriarán y su mujer parten del chalé de Fisherton. La figura del fallecido Stanley motivan las últimas palabras. Gorriarán, 62 años, y Juan Sylvester, 60, recuerdan que el día en que el gerente del Swift fue liberado la policía intentó tomar un pulóver que tenía por ahí. "No, que este me lo regalaron los muchachos (por sus secuestradores)", dicen que les advirtió a los oficiales.

Uno de los pocos pasatiempos de Stanley era jugar ajedrez con sus captores. "Nos ganaba todos los partidos; era muy bueno", reconoce Gorriarán. "Pero el sótano era muy chico, no medía más que uno por dos", lo reprende Juan. "Sí, pero lo manteníamos siempre abierto -concede luego-. Salvo un día que Feced largó un rastrillo (allanamiento), y los policías revisaron las casas de enfrente".

El ex líder guerrillero y el hijo y el nieto de una de las víctimas de los violentos 70 vuelven a saludarse. Al salir se advierte que un cartel, semiescondido entre los arbustos: informa que la casona está en venta. Stanley Sylvester murió hace 20 días, el 20 de octubre. Su hijo dice que ahora carece de sentido mantener el caserón.

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Donald y Juan Silver dialogaron con Gorriarán.

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