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 domingo, 09 de noviembre de 2003

Charlas en el Café del Bajo

-La prensa nos deslumbró el viernes con una noticia escalofriante, pero que forma parte de esta ininterrumpida serie de terror a la que nos tiene acostumbrada la vida moderna (si lo prefiere, Inocencio, puede desterrar este último calificativo). Una mujer está presa y será sometida a juicio oral acusada de haber dejado morir a su hijo, de 13 años, enfermo de cáncer de ganglios, por motivos religiosos.

-Leí la noticia. Realmente tremendo, pero al analizar minuciosamente la cuestión uno advierte que en realidad hay otros ingredientes que marcan una realidad incontrastable: no en pocos casos, aunque cueste creerlo, los hijos por una u otra cuestión terminan siendo manipulados desaprensivamente por los padres llegándose incluso, no sólo a causarles un daño psicológico a veces irreparable, sino hasta daños físicos o la propia muerte por acción u omisión.

-Precisamente ese es el tema que nos ocupa hoy a partir de este caso. La crónica nos da cuenta de que el padre del chico, Ricardo Waidatt, que nunca vivió con la mujer, denunció que su hijo podría haberse salvado si la mujer hubiera llevado a cabo, en tiempo y forma, los tratamientos médicos adecuados. "Ella obstaculizaba el trabajo de los médicos porque creía que Mauricio iba a ser glorificado por Dios", afirmó. De todas formas hay cosas que están claras: entre los padres había un gran resentimiento rayano con el odio y esto queda demostrado por cuanto la mujer se negó sistemáticamente a reconocer que Ricardo fuera el padre del adolescente. El mismo hombre desnuda la realidad cuando afirma que "ella no quería que el chico se viniera a vivir conmigo. Prefirió que muriera antes que verlo conmigo".

-Una primera impresión nos indica que se está en presencia de una mujer alienada, con trastornos psíquicos, lo que no quiere decir que no comprendiera la posible criminalidad de su acto.

-Sí, pero también se está en presencia de un caso muy común, que ocurre en todas partes y que es frecuente entre las parejas separadas. Se trata del uso de los hijos en las contiendas de los esposos o ex esposos, sometiéndolos a presiones de todo tipo que terminan erosionando la estructura mental en desarrollo del chico. Aquellos que alguna vez tuvieron la oportunidad de observar de cerca el mundo judicial pueden dar fe de cómo el odio entre la pareja se apodera del menor para convertirlo en un simple objeto que se aprovecha para la disputa. Los ejemplos abundan: la madre que odia a su ex pareja y no le permite que vea a su hijo o, en contraposición, el hombre que denuncia, a veces sin suficiente fundamento, ser víctima del impedimento para visitar a su hijo o tratos inconvenientes de la madre hacia éste. Los episodios son muchos y las circunstancias variadas, pero todos tienen algo en común: el nulo amor de los padres hacia los hijos. Así estos papás (¿se les puede conceder la dignidad de ese rango?) se convierten en seres que, si bien por un lado pueden ser calificados de abominables, se hacen acreedores por otro a cierta piedad en razón de la patología mental de la que están posesos.

-Seres que en su limitada capacidad de reflexión y su nula capacidad para entender lo que es amor, no vislumbran que una cosa es dar por terminada la relación de pareja y otra muy distintas es concluir el rol de padre. Y no sólo que también concluyen su papel de progenitores, sino que se convierten en lobos rapaces que con tal de aniquilar a quien alguna vez se tuvo por pareja, no reparan que terminan también, en el feroz y sangriento duelo, con la luz que ellos mismos alguna vez contribuyeron a dar.

-Y sí, terminan con la vida de los chicos, porque aun cuando estos no sean víctimas de agresiones físicas, el daño psicológico y espiritual que en ocasiones se produce en el niño es, como decíamos antes, de difícil reparación. Y este daño, atiéndase a esto, no sólo acaecerá en el hijo, sino que, como una tremenda reacción en cadena, producirá consecuencias en el hijo del hijo y en todo aquel entorno del que forme parte la que alguna vez fue víctima inocente de una reyerta insensata.

-Por eso es menester siempre poner en acción lo que decía un amigo luego de la separación de su esposa: "Ya no somos esposos. Tal vez no hemos sabido construir y mantener el amor en la pareja, pero hemos adoptado la firme decisión de ser mejores padres y de no fracasar por nada del mundo en la construcción de un amor inmenso hacia nuestros hijos".

Candi II

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