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 lunes, 01 de septiembre de 2003

Editorial
Ruego de la ciencia

Una singular expedición realizada en una remota región de la selva venezolana desembocó en un ruego por parte de los científicos que la integraron: proteger el lugar sin claudicaciones. El pedido efectuado al gobierno de Venezuela y a organismos de protección internacionales por los investigadores que relevaron la cuenca del río Caura, en el Estado de Bolívar, tiene que ver con la enorme riqueza biológica que los especialistas detectaron en esa zona, que incluye diez nuevas especies de peces. El temor de los conservacionistas es que las invasiones de asentamientos humanos, así como la pesca, la agricultura, la minería o futuros proyectos hidroeléctricos oficiales puedan destruir uno de los parajes más ricos en biodiversidad de todo el planeta.

El río Caura es uno de los afluentes más importantes del caudaloso Orinoco y su cauce tiene una extensión de setecientos kilómetros. Ese misterioso curso de agua fue el objetivo de una expedición que durante tres semanas investigó, a fines del 2000, la flora y la fauna de la cuenca. Los descubrimientos que realizaron pueden ser calificados como sensacionales en el estado de evolución actual de la biología: nada menos que diez nuevas especies de peces de agua dulce, entre ellos uno diminuto de color rojo sangre, una extraña variedad de bagre que fue bautizada como "punk" por poseer una cresta de tentáculos y una piraña que además de carne come frutas. En la región habita también una población indígena que "vive y depende del agua", según los expedicionarios: los ye'kuana.

La preocupación de los expertos es que en el lejano Caura se repita el fenómeno del río Caroni, sobre el cual se instalaron enormes represas que generan más del setenta por ciento de la electricidad venezolana. Si ello sucediera, aseguran, centenares de especies de peces de agua dulce, camarones, cangrejos y plantas acuáticas verían seriamente amenazada su existencia, ya que las presas reducirían drásticamente los niveles actuales de agua y secarían las cascadas.

Sorprende que con el alto nivel de desarrollo tecnológico que ha alcanzado la humanidad existan todavía en el planeta áreas vírgenes. Pero las hay, y muchas de las más valiosas se hallan en Sudamérica. Es deber de los gobiernos subcontinentales preservarlas de la depredación gratuita. Algo, por cierto, nada sencillo de concretar cuando las urgencias son mucho más ríspidas, y pasan por darle dignidad a la vida de millones de personas que padecen la exclusión y la miseria.

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