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 lunes, 01 de septiembre de 2003

La transvanguardia llegó a Buenos Aires
Una muestra, curada por el "gurú" italiano Bonito Oliva, resume el movimiento que hizo furor en los 80

A veinte años de las primeras aproximaciones en la Argentina del movimiento "la transvanguardia italiana", cuya influencia en el ámbito local ha sido muy importante, se inauguró en la Fundación Proa (Pedro de Mendoza 1929, Buenos Aires) una exposición de obras pertenecientes a cinco artistas que impactaron la escena internacional durante la década del 80.

La impersonalidad de la expresión, una característica de los politizados años 70, se modifica a mediados de esa década a instancias de la práctica artística de Enzo Cucchi, Francisco Clemente, Sandro Chia, Mimmo Paladino y Nicola de Maria. "Estos artistas hallan de nuevo el placer de una manualidad capaz de fijar el trabajo del arte en la inmediación de una subjetividad no separada del impulso conceptual", apuntó el crítico Achille Bonito Oliva, curador de la muestra, y especificó: "Una manualidad que utiliza todos los instrumentos expresivos y todos los lenguajes posibles. Estos artistas de la transvanguardia transmiten a la obra los elementos estructurales que la caracterizan: la mutabilidad, la provisionalidad, la contradicción y el amor por el detalle".


Mutaciones
En cuanto a la mutabilidad, ésta surge "del carácter transitorio del estilo" (los cinco artistas usan lenguajes diferentes y diferenciados) y la provisionalidad porque la obra "no se demora en un perfeccionismo académico, siempre está en tránsito". Mientras que "la contradicción surge del deseo de no dejarse encerrar en la geometría de una coherencia ligada a una idea del mundo fijo, inmovilizada por la ideología". Y así es como, para el curador, "las imágenes son los síntomas de un depósito inagotable que, en su manifestación, no se deja sujetar por un lenguaje unívoco".

"El amor por el detalle responde a la exigencia de captar pequeñas sensaciones y pequeños conceptos. Estos artistas oponen la idea de la concentración a la idea monumental y heroica que impregna todo el trabajo de los años sesenta", puntualizó, y agregó que "en estos artistas, el dibujo suele producir signos íntimos y emblemáticos, obra a través de la sombra y la degradación" y, por otra parte, "tiende a darse como huella de una imagen más amplia y concreta, que escoge permanecer en un estado voluntario de incertidumbre", una incertidumbre que nace también "de la mínima ocupación de espacio y tiempo en lo que se refiere a la ejecución".

"El arte finalmente regresa a sus motivos internos, a las razones constitutivas de su obra, a su lugar por excelencia que es el laberinto, entendido como trabajo dentro, como excavación continua dentro de la substancia de la pintura", subrayó.

"Los artistas de finales de los años setenta, aquellos que yo llamo de la transvanguardia -precisó- redescubren la posibilidad de dar transparencia a la obra mediante la presentación de una imagen que contemporáneamente es enigma y solución".

En definitiva, el inventor de la llamada transvanguardia italiana, el crítico sintetiza el núcleo de la teoría que sustenta este movimiento ya reconocido históricamente: "La idea del nomadismo cultural, la idea del eclecticismo estilístico y la idea del hedonismo cromático, aun dentro de una pintura de tipo investigativo y posconceptual".

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Una de las pinturas de la exposición.

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