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 domingo, 27 de julio de 2003

Análisis: La vuelta al mundo en sesenta días

Mauricio Maronna / La Capital

Néstor Kirchner cumplió el viernes dos meses en el poder con el mismo vértigo con el que asumió: sin despegar el pie del acelerador, ni siquiera antes de una curva.

En sesenta días se cargó al presidente de la Corte, Julio Nazareno, descabezó a las Fuerzas Armadas, cambió de montura al indomable potro del Pami, sermoneó a empresarios españoles, ninguneó a las corporaciones argentinas, entró sin miedo escénico al Salón Oval y, al fin, derrumbó a sola firma el decreto que mantenía a salvo en el corralito nativo a los emblemáticos jerarcas de la dictadura. "A todo o nada", podría ser el eslogan oficial de los primeros sesenta días.


Campaña permanente
A poco de haber asumido, La Capital dio una pista de lo que sería la estrategia central: "Un presidente en campaña permanente". Los hechos hacen vívida en la praxis aquella lucubración teórica.

"¿Se presentó alguno de los militares?", preguntó el viernes al atardecer Elisa Carrió, quien estuvo durante un par de horas en la Redacción de este diario. "Casi todos", se le respondió. El gesto de sorpresa de Lilita puso blanco sobre negro el estado de las cosas: el frenético estilo K logra que hasta la indomable diputada chaqueña luzca como una moderada. "El presidente está como muy excitado... Si entrás a la curva todo el tiempo a 300 kilómetros por hora no tenés alternativa: o sos (Juan Manuel) Fangio o corrés el riesgo de estamparte contra el guardarrail", apuntó Carrió, inesperadamente apegada al lenguaje de la Fórmula 1 y al "paso a paso" futbolero de Reynaldo Carlos Merlo.

Los pedidos de detención de Baltasar Garzón complicaron los movimientos del gobierno, poco seducido por la idea de que los ex represores sean juzgados en Madrid por leyes extranjeras y no en los tribunales locales. Sin embargo, la jugada de la Casa Rosada tiene todavía posibilidades de germinar si es que la Cámara de Diputados sanciona la nulidad de las leyes del perdón. Ni lerda ni perezosa, Carrió telefoneó a la diputada izquierdista Patricia Walsh para que pidiera una sesión especial el próximo jueves 12 de agosto. "Será para alquilar balcones, ahora los peronistas van a tener algunos problemas, ¿está?", imagina Lilita, obsesionada en explotar las "contradicciones" del PJ y el kirchnerismo químicamente puro.

"Este tipo (por Kirchner) tiene que darse cuenta de que no tiene margen ni para un resbalón. En cuanto se caiga, las corporaciones le van a clavar los colmillos en la yugular. ¿Nosotros? Y, no nos vendría mal que pase de largo en alguna curvita", se confiesa un dirigente justicialista de peso, pidiendo tres veces que gane Mauricio Macri en la Capital Federal y que su nombre permanezca en el anonimato.

Con un lenguaje más diplomático lo hizo saber Eduardo Duhalde al sostener, en una reunión partidaria, que cuando el presidente tropiece necesitará del peronismo para que lo ayude. "Es como alguien le dijo el domingo a un periodista porteño: si en diciembre no tenemos una solicitada en los diarios de Miguel Bonasso y amigos explicando «por qué nos vamos», los peronistas estaremos cagados", se ríe el informante.

Con sus tremendos golpes de efecto y de los otros, y pese a que en materia económica poco y nada se ha logrado, Kirchner goza de la "oficialitis" -que prendió más fuerte que un abrojo en los medios de la progresía-, ocupa el centro de la escena, no se cruza el saco, se despeina para la foto y sigue con una idea fuerza como leit motiv de su estado de campaña permanente: todos los días, una noticia.


No voy en tren, voy en avión
El hombre que vino del sur no va en tren, viaja en avión y no adscribe a la teoría de que por el carril más lento se puede llegar más rápido. Si además les hace caso a las señalizaciones (no a las de los sectores más rancios de la derecha sino a los de quienes alertan desde la sensatez), tiene por delante la posibilidad de cambiar la historia.

Aunque, al ganarse enemigos que a la hora del paso en falso estarán a la altura del conflicto, no debería confiarse en ese dicho que reza que un tropezón no es caída.

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