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 domingo, 27 de julio de 2003

Fuera de foco: una escalera que llega al infierno

Ricardo Luque / La Capital

El camino al infierno está sembrado de buenas intenciones y, aunque usted no lo crea, comienza en Rosario. Los primeros peldaños de la escalera que baja al averno está aquí nomás, a la vuelta de la esquina. La gente de buena voluntad ni se entera de que están ahí, pero, si se cuenta con la guía indicada, se los encontrará y hasta se los podrá recorrer sin saber que al final del camino guardan una sorpresa. La puerta de entrada se oculta en los lujosos (y siniestros) salones de Rock and Feller's. Se abre al caer la noche, cuando el happy hour está en su esplendor y los buenos muchachos de Gerardo Bongiovani ríen a carcajadas mientras saborean martinis batidos, pero no revueltos. La recorrida sigue en Capital, un bar modernoso plagado de rubias de peluquería y filósofos con zapatos de goma, donde reina el pollo yakitori regado con un chardonay seco y frutado. Un experto: Marcelo Tapia. El muchacho, despechado al haber sido abandonado por Adriana Salgueiro, no puede contener la ansiedad oral y pide la especialidad de la casa por docenas. El descenso sigue en el Bar del Mar. Un reducto sólo para valientes. En las guías de turismo de aventura la excursión a los baños se compara con hacer cumbre en el Cerro Torre o rafting en las cataratas del Niágara. Sólo un duro como Daniel Querol, siempre bronceado, sonriente y de pie junto a la barra, es capaz de resistir sus encantos. Pero para llegar al séptimo círculo antes hay que atravesar la pista de baile de Satchmo. Cuerpos sudorosos, miradas hirientes, música ensordecedora. Hay que esforzarse para distinguir una cara conocida entre el gentío. Pero si se alza la vista al Vip se la puede ver a Claudia Indiviglia departiendo amigablemente con una copa de champagne en la mano. Pero para llegar al fondo se puede evitar la frivolidad de Pichincha. Desde las profundidades de El Sótano también se vislumbra el abismo. Para saber cómo llegar hay que preguntarle a Coki Debernardi que, con ojos de gato, seguro disfruta de una cerveza en un rincón oscuro. El viaje no termina ahí. El destino final es La Rosa, y el cancerbero de la última puerta es el movilero estrella Pablo Procopio, que corta las entradas y saluda con a los parroquianos con un amigable acento gallego. Adentro espera a propios y extraños el infierno tan temido.

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