Año CXXXVI Nº 49882
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 martes, 24 de junio de 2003

Reflexiones
Un mes para plantear un nuevo modelo

Carmen Coiro

En su primer mes de gobierno, el presidente Néstor Kirchner no sólo definió un nuevo estilo de gestión, marcado por una vertiginosa construcción de poder y autoridad, sino que hizo los esbozos de un nuevo modelo de Argentina que difiere en importantes trazos de los que sustentaron sus antecesores.

Todas las señales de la dirección que imprimiría a sus pasos las insinuó en el mismo momento de su asunción.

Aquel día, compartiendo tramos de las numerosas ceremonias inaugurales con Eduardo Duhalde, el hombre que le abrió francamente el camino a la Presidencia, Kirchner mostró agradecimiento a su antecesor, pero también se diferenció de él constantemente. Así fue cumpliendo una de sus primeras apuestas: demostrar que no era el "Chirolita" de Duhalde, como suelen decir en el entorno presidencial.

Cumplido ese paso, el presidente imprimió un ritmo febril a su actividad e instaló casi de inmediato un nuevo modo de gobernar, que la gente reclamaba pero que no veía desde hacía mucho tiempo: el de la independencia a la hora de tomar decisiones.

Esa fue una de sus jugadas más fuertes: exhibirse libre de ataduras, tanto de parte del poder económico, como de los principales polos del mundo y de los factores internos que estaban cómodamente instalados en diferentes feudos, abrevando de la corrupción y de la impunidad que gozaron durante décadas y que ilusoriamente creían eternas.

Se metió en forma personal, y apelando al factor sorpresa, en muchos de esos nichos, los mismos que estaban en la agenda de la ciudadanía. Sus movimientos fueron rápidos, casi felinos, y dejaron en general al oponente sin capacidad de reacción.

Así pasó con la Corte, así ocurrió con los militares, con la Policía Federal, y últimamente, con el Pami.

Viajó dentro y fuera del país marcando allí también con claridad incontrastable el color de sus prioridades: en sus travesías domésticas, se movió para mostrar soluciones a conflictos docentes y a los pobladores inundados de Santa Fe. En sus travesías internacionales, eligió un itinerario que por ahora no pasó la línea del Ecuador ni cruzó alguno de los océanos.

Se reunió con los presidentes de los países hermanos, como el Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay, Venezuela. Demostró que su primer gran paso en la política internacional apunta a afianzar los vínculos del bloque del Mercosur, consciente de que la única forma de constituir un polo con algo de voz y voto en el mundo es uniéndose a los vecinos, no intentando competir con ellos.

El plano económico aparece en el balance como el menos frecuentado en estos primeros treinta días. Algo que pudo haber tenido dos motivaciones: primero, cumplir con la promesa al asumir de no sentarse a negociar a espaldas de la gente con las corporaciones, y después, por la necesidad de esperar diseñar una honrosa renegociación de la deuda externa, paso indispensable para delinear un programa económico sustentable.

El estilo Kirchner le permitió no sólo generar un eje de autoridad sólido como para seguir avanzando en sus propósitos, sino que además logró el efecto, al menos en este primer inauguralísimo período, de neutralizar a la oposición, aunque no desarmándola, todavía.

El "resistiré" lanzado por Luis Barrionuevo aparece como todo un símbolo de la forma en que irán reubicándose los centros del poder vernáculo cristalizados hasta este momento: una actitud desesperada, y a espaldas de las aspiraciones de la ciudadanía, lo que puede abrir un diagnóstico de aislamiento y en consecuencia, de extinción.

La enorme mayoría de las encuestadoras han dictaminado que en estos primeros treinta días de gobierno, Kirchner duplicó el nivel de aceptación que tenía en la gente al momento de someterse al voto popular, y saltó hasta disfrutar de un casi inédito 80 por ciento de imagen positiva.

Concluyen los expertos que el nuevo estilo de hacer política es lo que más acepta la gente, que al parecer, percibe cada paso del gobierno dirigido hacia sus propios anhelos, y no en contradicción con ellos, como venía ocurriendo hasta ahora.

Innegablemente Kirchner apunta a construir un poder con base popular, que en definitiva es el más sólido que se pueda buscar, si es que se apunta al bien común y no a las ganancias individuales, como ocurrió con claridad en gestiones anteriores.

Los sectores que se animan a esbozar tenues críticas hacia su gestión son precisamente los que habían ocupado un lugar de privilegio que pareció inamovible durante la década del 90.

Allí se insinúa el nuevo modelo del gobierno actual, un modelo en el que se busca a un Estado tratando de recuperar el protagonismo como regulador, distribuidor equitativo, defensor de los sectores con menos voz dentro de la sociedad.

Claro que en los primeros días, la fuerte inercia del lanzamiento ayuda a internarse en los espacios más benévolos. La prueba de fuego es la que vendrá, cuando el entusiasmo inicial ceda paso a la demanda de medidas concretas para resolver el problema más acuciante del país: la falta de empleo, la pobreza, el círculo vicioso que hace resistencia para que el país no pueda avanzar en su crecimiento.

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