Año CXXXV
 Nº 49.553
Rosario,
domingo  28 de
julio de 2002
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Historias del siglo y medio
San Bartolomé, esos viejos ladrillos del culto anglicano en pleno Rosario
La iglesia de Urquiza y Paraguay cobija desde la segunda mitad del siglo XIX a feligreses de origen inglés

Jorge Benazar

Robusto y no muy alto, el tapial guarnecido de hierro deja entrever la fachada sencilla que la hiedra cubre a medias. Se advierte el empeño de prolijos albañiles que, hilada sobre hilada, apilaron esos ladrillos colorados hacia el oscuro tejado de pizarra. Son de roble viejo las hojas de las puertas; altos y angostos los vitrales afilados en ojivas góticas. Desde el jardín, modesto y hasta exiguo, el aire y la luz parecen de otros días. El trajín de la calle no se advierte y la mirada ignora el horizonte dentado de feos edificios.
En la iglesia de San Bartolomé, plantada sobre la ochava noroeste de Urquiza y Paraguay, la comunidad anglicana rosarina manifiesta su fe desde la segunda mitad del siglo XIX, cuando muchos ingleses se afincaron en el Pago de los Arroyos.
El censo de 1857 contó 9.785 vecinos en Rosario y, entre ellos, a 58 de origen británico. Muchos más llegaron después de 1859, cuando la ciudad fue declarada puerto de la Confederación Argentina. Esos inmigrantes se vincularon a las actividades agropecuarias, comerciales y bancarias, al tráfico marítimo, a la industria incipiente y, más tarde, a los ferrocarriles.
La comunidad británica llegó con sus creencias y sus ritos anglicanos, presbiterianos y metodistas, los cultos mayoritarios en su tierra de origen.
Hacia 1860, el único templo anglicano de la Argentina funcionaba en Buenos Aires. El pastor John Armstrong dio el primer servicio a los fieles rosarinos en 1863. Cinco años después, la comunidad anglicana de la South American Missionary Society, establecida en el territorio del Chubut, aportó una capilla de hierro y chapas, prefabricada en Gran Bretaña, y doscientas libras esterlinas anuales para pagar los servicios de un capellán en Rosario.
Así fue que, el 18 de mayo de 1868, el misionero William Coombe llegó a estos pagos y más tarde, con los aportes de la feligresía local, compró por tres mil patacones -patacones de 1870, no como los de 2002- el predio de Urquiza y Paraguay donde se levanta la iglesia San Bartolomé.
Sobre planos hechos en Gran Bretaña, el ingeniero Edwin Eddowes dirigió a los albañiles criollos. Los trabajos arrancaron en el verano de 1875 y terminaron en 1878.
San Bartolomé es una bella y modesta iglesia británica de planta en cruz, resuelta en trazo simple con elementos góticos como las aberturas rematadas en ojiva, los vitrales coloreados, los contrafuertes que refuerzan los muros y el tejado de pizarra traído de Gales. La coronan dos cruces, una sobre la fachada y otra sobre la pequeña torre que se eleva sobre el altar.
La atmósfera interior es de una amplitud sorprendente. Mientras el piso, pulido por los años, es de mármol ajedrezado, el techo de noble madera tucumana luce como de cedro, lo mismo que la doble fila de bancos reclinatorios donde más de cien personas pueden estar cómodas.
Un arco enrejado de hierro forjado en volutas marca la línea donde comienza la doble bancada para el coro, hecha de roble. Más atrás está el altar. A un costado, un magnífico órgano eléctrico Hammond de la década de 1950 sustituye al viejo armonio del siglo XIX, fabricado en Londres, que espera su restauración dormido en alguna parte.
Con el desarrollo del trabajo portuario y la actividad de los ferrocarriles, la iglesia San Bartolomé extendió en 1880 sus servicios a la comunidad anglicana a través de un colegio anexo. A partir de 1895, los anglicanos abrieron una capilla y una escuela que funcionaron durante muchos años en avenida Alberdi al 23 bis, en el llamado Barrio Inglés. Luego ambas escuelas se fusionaron en el Rosario English School, hoy Colegio San Bartolomé, con sede en la calle Tucumán al 1200.
Fuera ya de la nave, en la sacristía de San Bartolomé, aparece en un rincón discreto la única imagen religiosa -luce más como la foto de un familiar-, un pequeño grabado antiguo, enmarcado, que representa a Cristo con una lámpara: la luz del mundo. Ahí, en la sacristía, es donde al pastor atiende su despacho y lleva los archivos de su feligresía. Hoy los feligreses activos ronda apenas el medio centenar, en línea con las cifras de aquel censo de 1857.
Ahí, en Urquiza y Paraguay, el tapial deja entrever la fachada sencilla que la hiedra cubre a medias. Son de roble viejo las hojas de las puertas, son altos y angostos los vitrales afilados en ojivas góticas. Desde el jardín, modesto y hasta exiguo, el aire y la luz de San Bartolomé parecen de otros días.



Diseñada en Gran Bretaña, la iglesia se terminó en 1878. (Foto: Sergio Toriggino)
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