Año CXXXIV
 Nº 49.297
Rosario,
domingo  11 de
noviembre de 2001
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Un "drama de amor" en el Rosario antiguo
Historia del crimen: El asesinato de la joven ninfómana
La muerte de Francisca Guerin puso al descubierto una sórdida trama de sexo y promiscuidad en 1902

Osvaldo Aguirre

El sereno Ramón Ortiz hacía su ronda de todas las noches en el Parque Independencia. Eran las 21.30 del 2 de septiembre de 1902 cuando se acercó a un cañaveral que se extendía detrás de la Montañita. Quería espantar a un par de burros que había visto merodear por el lugar y de pronto descubrió, en el suelo, el cuerpo de una joven mujer. El hombre la llamó, primero con un susurro, después en voz alta, pero la desconocida permaneció inmóvil y en silencio.
Ortiz encendió un fósforo y lo acercó a la mujer. Entonces pudo ver que llevaba un vestido rosa y zapatos de charol. Pudo ver que la cara había sido destrozada a golpes. Pudo ver, en fin, que estaba muerta y entonces hizo sonar el silbato que llevaba consigo y salió en busca de auxilio.
El crimen provocó conmoción. Había ocurrido, según destacaba una crónica, "junto al principal paseo rosarino, que sirve de punto de reunión a la más elegante sociedad".
Se ignoraba quién era la víctima. A su lado se halló una canasta, que contenía frutas, una polvera, un pañuelo de mano, algo de dinero. El lugar del asesinato había sido precisamente el sitio donde se halló el cadáver, dado que no había huellas de carruajes ni signos de que el cuerpo hubiera sido arrastrado.
La escena del crimen ofrecía aún otros datos. En las enaguas se descubrió otro nombre: "Recuerdo de un cariño - Francisco", inscripción bordada en el interior de la prenda. Y en el suelo se halló un sobre con una dirección escrita. En ese lugar se detuvo a un hombre y una mujer, quienes manifestaron desconocer a la mujer muerta. A la vez, la policía hizo una recorrida por los prostíbulos para saber si la víctima era alguna pupila de esas casas de explotación.
El primer avance de la pesquisa consistió en identificar a la muerta, lo que se logró al presentarse un familiar. La chica se llamaba Francisca Guerin de Cabrera y tenía apenas 18 años y una triste historia.
"Francisca Guerin, sin ser bella no dejaba de tener atractivos, y desde muy joven empezó a ser requerida de amores por varios jóvenes", dijo una crónica de La Capital. El 12 de junio de 1899 se había casado en Santa Teresa con Florencio Cabrera, un honesto agricultor de Peyrano.
"Poco tiempo duró la felicidad en el matrimonio -agregó la crónica-, pues la joven parece que era ninfomaníaca". En 1901 Francisca conoció a Eduardo Retamar, un uruguayo de 28 años, y huyó al pueblo de Alvarez, donde el hombre tenía un café y confitería en sociedad con Enrique Mirambel, también oriental.
La pareja se convirtió enseguida en triángulo, y Francisca volvió a escapar, ahora acompañada por Mirambel. Pero este amante terminaría por ser más fiel a su antiguo socio, ya que internó a la joven "ninfómana" en un prostíbulo de Arroyo Seco y volvió a Alvarez.
Se insinuaba así un "terrible drama en el que se desenvuelven pasiones feroces, estimuladas por el carácter movedizo de la desdichada Francisca". Las sospechas de la policía se concentraban en Mirambel, de quien se conocían amenazas hacia Francisca.
-La voy a matar -había dicho-. Tarde o temprano, la voy a matar.
Estaba cansado de sus infidelidades. La promesa incluso constaba en una carta hallada por la policía. Y Mirambel no había estado en Alvarez el día del crimen. Sin embargo, otros sospechosos surgieron cuando las averiguaciones desandaron el camino de la víctima y se pudo reconstruir sus movimientos, desde el día anterior al crimen.
Francisca recibió en ese momento una carta en la que se la citaba en Rosario. En la mañana del 2 de septiembre, salió de Arroyo Seco en tren para llegar a Rosario al mediodía. En el viaje conversó con tal Francisco Barbi, quien también fue detenido. El círculo de sospechosos se completó cuando Florencio Cabrera quedó arrestado en Peyrano, por orden telegráfica de la policía de Rosario.
Cabrera no se había movido de Peyrano. Por su parte, Barbi pudo demostrar que al llegar a Rosario se había separado de Francisca para tomar un tranvía rumbo al centro de la ciudad. Y agregó un dato decisivo: la había visto irse con un hombre que esperaba el tren y que era Eduardo Retamar.
Interrogado por el comisario de órdenes Pedro Vierci, el sospechoso confesó. Había llevado a Guerin a la posada Jardín Florida, en bulevar Santafesino (ahora Oroño) entre Tucumán y Catamarca. Allí recrearon el amor de antaño. Francisca creyó acaso en una reconciliación. Pero más tarde fueron al parque Independencia y él la mató con un pequeño garrote.
"El caso de Retamar -dijo la crónica del día- debe ser estudiado por los que se dedican a la psiquiatría, pues escapa a la clase de delincuentes generales que obran por algún móvil justificado". Cuanto más se lo examinaba, más incomprensible parecía el crimen. El asesino tenía una novia, con la que estaba por casarse. Y como el matrimonio significaba perder a su antigua querida, decidió matarla.



Francisco Guerin, la víctima de una extraña relación.
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