Año CXXXIV
 Nº 49.297
Rosario,
domingo  11 de
noviembre de 2001
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Guerra al terrorismo. Se olvida que EEUU es el agredido y no el agresor
Opinión: La ambigüedad moral del movimiento pacifista

Pablo Díaz de Brito

En modo casi automático, y apenas se vio que las operaciones militares en Afganistán eran inminentes, el movimiento pacifista mundial comenzó su campaña de condenas, con ese anti-norteamericanismo apriorístico que es su marca de nacimiento. Este sector considera que el ataque terrorista masivo que sufrió EEUU el 11 de septiembre no merece ninguna respuesta militar, que no es equiparable a un acto de guerra (aunque haya causado daños humanos y materiales muy superiores al ataque a Pearl Harbor) y que por lo tanto la guerra no fue iniciada por los terroristas sino por EEUU con sus bombardeos sobre Afganistán. En suma, como siempre, el agresor es EEUU.
También se afirma una y otra vez que esta guerra contra el terrorismo es una unilateral iniciativa de "EEUU y la Otán", olvidando que hay una resolución de la ONU, la 1.373 del 29 de septiembre, que decreta el combate al terrorismo en todos los terrenos y posee carácter obligatorio para los 189 integrantes del organismo internacional. Y que es, claramente, un instrumento de derecho internacional que legitima la actual acción militar de EEUU y de sus aliados. Muchos parecen acordarse de la ONU sólo cuando sus organizaciones denuncian alguna acción de EEUU o de Israel.
Para el pacifismo antiyanqui Bin Laden y su red Al Qaeda serían un enemigo elegido al tanteo, ya que "no está probado" que fue este grupo terrorista el autor de las matanzas del 11, pese a la acumulación de indicios clarísimos contra la organización del saudita. Y si fuera culpable, después de todo, el terrorismo islámico sólo es la respuesta, feroz pero finalmente comprensible, al "imperialismo" de EEUU, principal responsable de la miseria de las masas islámicas según este análisis.
El pacifismo, aquí o en Europa, es un movimiento ambiguo, porque está en buena medida instrumentalizado por la izquierda más oxidada. Las marchas filosoviéticas "pacifistas" de los años 50-60, mientras la URSS desarrollaba su arsenal nuclear a toda máquina, son un ejemplo tan claro como grosero. Casos similares se repetirían en los años 70. Ahora bien, dejando de lado a estos pacifistas orgánicos y politizados, existe un pacifismo difuso entre la gente común. Un 75% de la población argentina es contraria a los bombardeos en Afganistán. "Paz y no bombas", se ha clamado aquí y en muchas partes, en actos masivos que por cierto no se hicieron luego del 11 de septiembre.
Aparece así otra ambigüedad, esta vez moral, del pacifismo, que mucho semeja, más que al ejercicio de un alto valor moral, a meter la cabeza en la tierra y a no comprometerse en un conflicto peligroso.
El pacifismo hace de la paz un valor supremo, al que todos los demás valores deben por tanto subordinarse. Si así se hubiese actuado en los años 40, hoy el mundo estaría sometido al dominio de los sucesores de Hitler. En cambio, los países democráticos entendieron entonces, aunque algo tardíamente, que había que hacer la guerra y no la paz con el nazifascismo. En 1939 quedó finalmente claro que el valor mayor era combatir por la libertad y la democracia y no preservar la paz a cualquier costo.
Previamente los nefastos intentos pacifistas del premier británico Neville Chamberlain para apaciguar a Hitler le entregaron regiones y países enteros de la Europa central como ofrendas a Moloch. Los años 30, que desembocaron en la peor matanza de la historia, están tapizados de buenas intenciones pacifistas como las de Chamberlain, que dieron tiempo al monstruo nazi para crecer y desarrollar su aparato militar, al tiempo que adormecían la conciencia colectiva de los europeos sobre el peligro que les incumbía. Hoy parece ocurrir algo parecido con la guerra declarada por la red multinacional terrorista islámica a Occidente el 11 de septiembre.
El clamor pacifista-tercermundista olvida de mala fe que EEUU es el país agredido, no el agresor, y que sólo responde con mesura -teniendo en cuenta su abrumador poder bélico- a un tremendo ataque contra su población civil y su economía (el índice de desempleo llegó al 5,2%, un récord, por efecto de la ola de miedo que provocó el acto terrorista; y muchos residentes extranjeros que trabajaban en turismo y sectores anexos integran ese índice). Un país como Argentina, que fue víctima del mismo enemigo islámico por dos veces -embajada de Israel y Amia- debería tener todo esto muy claro.


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