Año CXXXIV
 Nº 49.150
Rosario,
domingo  17 de
junio de 2001
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Los desdichados ricos y los pueblos miserables

Jorge Asís

De la NADA ya habían logrado escaparse, en 1985, los hegemónicos Estados Unidos, junto a su prioritario aliado europeo, el declinante Reino Unido. No se trataba de Burundi y Tonga. Habían partido los vituperados yanquis, los gringos monopolizadores que se habían apropiado hasta del término "americanos". La principal superpotencia militarmente temible aunque culturalmente inexplotada. Y del fiel seguidor Reino Unido, una potencia lingüística respetable apenas por los vestigios deshonrosos de su historia, por Lord Byron y Wilde, pero piadosamente abreviada y de segundo orden. Aunque aún conservaba cierta influencia considerable en la Europa que se autoconstruía, y un excesivo predominio idiomático. El inglés, en definitiva, alcanzaba el objetivo utópico que había sido negado al esperanto.
Dos ausencias significativamente emblemáticas. Dos "heridas abiertas" que angustiaban al hipersensible Secretario General, que necesitaba obtener los méritos redituables de los regresos de ambos rehenes. Téngase en cuenta que Valencia Menor había tomado la conducción de la NADA sólo dos años después de la huida, en 1987. Y que llegaba con el objetivo expreso de gestionar el retorno.
Los ostensibles abandonos parecían haberle decretado una anticipada partida de defunción institucional a la NADACEC. Aunque Valencia Menor luchaba denodadamente para movilizar la maquinaria autista de los funcionarios internacionales, y demostrar que el organismo aún no estaba (del todo) muerto. Aunque estuviese convertido en un monstruo burocrático. O un dinosaurio atontado por el valium.
Las naciones familiares que faltaban se habían sorprendido oportunamente hartas de "los códigos impuestos en la casa". Se habían hartado de la retórica inflamada del tercermundismo setentista, y del insostenible castigo oral que utilizaban los representantes de los pobres, capitalizados entonces por la vigencia de sus utopías, para someter a los poderosos pragmáticos que necesitaban.
Los desdichados ricos debían sentir que pagaban para ser gratuitamente agredidos por los miserables. Se imponía un juego inconsciente de sadomasoquismo multilateral. Al fin y al cabo debían financiar el descrédito impiadoso de su propia humillación, en una organización que mantenía, como la NADACEC, una desmedida presencia francesa, grave hasta la inconveniencia.
Años de severas oraciones confrontacionales, conducidos -una manera de decir- por el intenso negro Jimmy Cambow, el especulativo educador jubilado de Senegal que hacía escuela a partir de sus defectos. Cuando "los americanos" eran tratados, con ciertos fundamentos incuestionables, como si fueran una conjunción de explotadores y criminales, amos arrogantes, obesos responsables de una serie de desgracias terrenales. En el mejor de los casos, los gringos eran tratados como imperialistas insensibles. Debían entonces pagar para soportar las impertinencias continuas de los representantes de países históricamente despojados. Debían ocupar el lugar horripilante del maldito diabolizado.
También había partido, por puro seguidismo neocolonial, Singapur. Otro inofensivo dragón mediático conducido por control remoto, caracterizado por la prepotencia furtiva de la productividad y los elogios fáciles de los teóricos vocacionales del capitalismo. Otro país inflado que también iba a estallar, como tantos próximos globos asiáticos que se presentaban como ejemplos para los destrozados. Singapur se destacaba, en el "organismo de la cultura", sólo por el mérito de su ausencia.
(de "Excelencias de la nada")



Asís reelabora en su último libro su experiencia como diplomático.
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