Año CXXXIV
 Nº 49.046
Rosario,
sábado  03 de
marzo de 2001
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Caras del campo
Reutemann, un gobernador de tierra adentro
Nació y se crió en el campo. A pesar de sus responsabilidades, siempre que puede se escapa para estar en contacto con la naturaleza. Lole revela su pasión por la agricultura y sus secretos como productor

Florencia O'Keeffe

No caben dudas. Carlos Reutemann es un hombre de campo. Aunque la Fórmula 1 y sus actividades en el ámbito de la política y la función pública lo alejaron eventualmente de la vida rural, el gobernador de Santa Fe siente que no se desprendió nunca de la tierra y de su amor por los fierros agropecuarios.
En esas 600 hectáreas, ubicadas a unos 30 kilómetros de la ciudad de Santa Fe, en Llambi Campbell, Reutemann parece haber encontrado su lugar en el mundo. Por eso, a la hora de hablar del campo no hay pocas palabras. Al contrario, brotan los recuerdos, las anécdotas, los tiempos felices y los otros.
En la historia personal del Lole la siembra y la cosecha tienen un lugar preponderante. Su pasado, su presente, y según dice, su futuro, están íntimamente relacionados con la agricultura.
A diferencia de su hermano Enrique, a quien siempre le atrajo más la hacienda, Carlos Alberto (como lo llaman los peones) se sintió seducido desde chiquito por los cultivos y las máquinas. Este nieto de "gringos" agricultores que llegaron a la Argentina y se instalaron en la provincia junto a los inmigrantes de la colonia suizo alemana, recuerda las primeras experiencias de la familia, vinculadas básicamente al tambo: "Ellos se instalaron en la zona de San Carlos, de Esperanza. En general, los de la colonia a la que pertenecían mis abuelos no fueron muy afortunados al elegir la zona. Después se fueron a Humboldt, fueron todos tamberos y muy buenos criadores de vacas holando argentinas", rememora.
Los padres de Reutemann siguieron la tradición y llegaron a manejar tres tambos. Pero lo de Lole era otra cosa: "Me acuerdo que era chico y después de que terminé el bachillerato me fui al campo con mis padres a laburar a la par de cualquier peón: arando, sembrando. Lo mío eran los fierros y la agricultura. Ya era un loco de los fierros", relata.
Por entonces, los Reutemann tenían muy poco de agricultura, pero Carlos Alberto ya se perfilaba como un hombre de decisiones fuertes, de los que no paran hasta conseguir lo que quieren: "Empecé a insistirle y a insistirle a mi padre con lo de la agricultura. Tanto le dije que en el 61 ya teníamos tractores a uña. Había que darle manija, era toda una historia, y nos pegaba unas patadas con la manija que para que le cuento...", dice con una sonrisa enorme.
Al poco tiempo compraron un tractor nuevo, "engomado", un Fiat 780. "Me pasaba horas arando con esa máquina, fue todo un descubrimiento, una gran evolución".
Sin embargo, las cosas no fueron fáciles. "Vivíamos al filo", es la expresión que elige el gobernador para describir cómo la pasaban los Reutemann en aquellas épocas en las que trabajaban unas 600 hectáreas de las que no eran propietarios. "Nunca nos faltaba nada, pero siempre estábamos al filo", remarca.
Los obstáculos para obtener una rentabilidad aceptable tenían que ver con que no siempre podían devolver el dinero de los préstamos que habían tomado, una situación que no era extraña para ninguno de los pobladores de la zona. Fueron momentos de mucho sacrificio y no pocas preocupaciones.
Entonces, cuando ya habían adquirido la nueva máquina y Lole había convencido a su padre de seguir el camino de la agricultura sobrevino uno de los momentos más duros en la vida de Carlos Reutemann productor: "Era una cosecha excepcional de maíz, con plantas excepcionales y nos tocó una semana de viento norte con 40 grados todos los días. El maíz quedó hecho tabaco. Fue la primera experiencia negativa. Fue un golpe muy duro para alguien que había puesto toda la ilusión. Estar supeditado a esa cosecha y que se la lleve el calor...". Reutemann hace una larga pausa y reflexiona: "Por eso muchos seguían la tendencia de la ganadería, porque si bien es cierto que es más lenta muchas veces es más segura, al menos en esta zona".
Pero a pesar del mal momento no se detuvo. Hasta 1969, año en que viajó a Europa a correr, continuó relacionado con la actividad agrícola. Aunque el dinero que Reutemann ya ganaba como corredor de autos en Argentina le dio un empujón financiero a la familia, sobrevinieron más y más dificultades. "No nos fue bien", recuerda, a tal punto que en 1971 decidieron devolver el campo, las máquinas y los padres de Lole se fueron a vivir a la ciudad de Santa Fe.
"Habíamos capotado", dice sin eufemismos, y agrega que esa realidad no era distinta a la de muchos hombres de campo en aquel momento y en la actualidad también. Una realidad en la que endeudarse, no poder cumplir con el banco, luchar contra las desavenencias del clima, son moneda corriente.
Reutemann señala que el desprendimiento de la tierra les costó muchas amarguras a sus padres. Que los vio sufrir en ese lugar "muy chiquito" al que se mudaron en la ciudad. Que se puso triste. Que fue bravo.

Las vueltas de la vida
Mientras el nombre de Reutemann empezaba a hacerse conocido en el mundo entero gracias a sus logros en el automovilismo, las cosas seguían complicadas para sus padres en Santa Fe. Entonces, una vez más, apostó sus fichas al campo e invirtió los "primeros pesos" que ganó, en tierras. "Mi papá me torturaba con eso de comprar un pedazo de campo y allá por el 73 terminé comprando 50 hectáreas muy cerca de dónde yo nací".
El objetivo fue barajar y dar de nuevo. Está claro que las posibilidades se presentaban muy distintas a las de la primera vez porque contaban con dinero fresco lo que les permitió no sacar más créditos. "Yo sacaba de un lado para poner en otro", sintetiza.
Al año y medio la inversión empezó a dar sus frutos y los Reutemann vendieron esas 50 hectáreas para adquirir 150, al lado de ese campo.
Pasaron unos años más hasta que en 1977 -él corría para Ferrari en ese momento- surgió la alternativa de comprar las tierras que Lole conserva y trabaja en la actualidad. "Ahí me llamó, enloquecido. Eran 600 hectáreas a 18 km en línea recta de donde nací (en Manucho). Y bueno, salió así. Vendí las 150 hectáreas dónde hacíamos maíz y trigo. Fue un final feliz para mi padre, porque volvió a lo que le gustó, volvió al campo".
Hasta que falleció, en 1984, Don Enrique Reutemann vivió allí, en ese "refugio" al que cada vez que puede se escapa el gobernador.

A distancia, pero no tanto
"¿Cómo es manejar el campo a distancia?", preguntó La Capital, entendiendo que la apretada agenda de funcionario le impide a Reutemann hacerse cargo de la administración y la operatoria de su campo. Pero no hubo una respuesta, porque él asegura que de ninguna manera está lejos.
Si bien hay un capataz y personas de la confianza del gobernador que se ocupan diariamente del manejo, Lole se jacta de estar "al día" con lo que sucede en esas tierras, a pocos kilómetros de la ciudad capital de la provincia.
"Nunca me desconecté porque cuando vivía afuera, cuando estaba en Francia, por ejemplo, yo iba a ferias, siempre andaba averiguando sobre fierros, y cuando volvía acá iba con mi papá a remates o encuentros con gente del campo", manifiesta.
Actualmente, Reutemann se mantiene "súper informado" respecto a las novedades en el mundo agrícola gracias a revistas especializadas, charlas o programas de televisión. La revolución informativa en materia agropecuaria es algo que alegra y sorprende al gobernador.
"Hay tremenda información. Eso mismo a lo que yo tengo acceso lo tiene el hombre de campo que hoy recibe la visita de la empresa A que le ofrece el producto A, a través de su técnico o ingeniero. Mañana viene la empresa B con el producto B, y así. Están las agrupaciones que son muy buenas. Todo eso es buenísimo", dice entusiasmado.
Lole señala que está en contacto con "todo lo que sucede" en su campo y admite que siempre está yendo y viniendo. Paralelamente reconoce que "las cosas se simplificaron mucho" en cuanto al manejo de la tierra y que aporta en las decisiones, pero confía en el criterio de su gente.
Sin embargo, cuando va al campo no sólo aprovecha el tiempo para descansar. Dicen que no es raro verlo subido a una de sus cosechadoras (adquirió dos nuevas de John Deere en los últimos años) disfrutando del trabajo como cuando tenía 15 años.
"Yo creo que los que están verdaderamente vinculados al campo lo tienen que sentir. Es algo que tengo que sentir, se tiene que disfrutar. Yo no diría que es una vida excepcionalmente feliz. Es más bien en soledad, no es fácil, desde el punto de vista de la convivencia, pero tiene que ver con las satisfacciones, con un amanecer, un atardecer... Lo tiene que sentir, si no lo siente...", dice, pausadamente, con un gran sentimiento, con una profunda convicción.
Después de unos instantes, Reutemann hace una distinción que considera "importante": la pasión que ponen en su tarea aquellos que nacieron, se criaron y vivieron el campo, de los que tienen tierras como inversión y las manejan desde su empresa, o su oficina. "Yo no digo que esté mal tenerlo como negocio, pero esa es una línea distinta a la del tipo que lo ve cotidianamente, que siente el calor, que se queda horas mirando el cielo, pensando si va a llover o no va a llover. Hay una gran diferencia entre el que vive en el campo y el que no", y mientras deja que se le escape una carcajada dispara: "Cuando usted ve los postes pintados de blanco... desconfíe".



"Vivíamos al filo", confesó el Lole sobre su infancia.
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