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miércoles,
05 de
septiembre de
2007 |
“Parte de la religión”
Ricardo Luque / La Capital
“Vive rápido, muere joven, deja un cadáver bello”. Lo dijo James Dean, un rebelde sin causa que murió como predicó. Una legión de fieles siguió su credo. Eran devotos de la religión más popular en los pubs de Londres, las discos de Sunset Street. de L.A. y las mañanas del Abasto porteñas: sexo, drogas y rock´n roll. Un vértigo de montaña rusa que dejó un puñado de canciones inolvidables y una tristeza profunda. “Este es el fin, bello amigo, / este es el fin, mi único amigo, el fin”, canta Jim Morrison y las aspas de un helicópetro rasgan el aire con el sonido de la muerte. Es el fin de “Apocalypse Now”, la guerra de Vietnam y las mentiras suaves. “Carga las pistolas y trae a tus amigos / es divertido perder y fingir”, invita Kurt Cobain, aunque se siente el peor en lo que mejor hace. Aunque respira el irresistible perfume de la adolescencia. “Parece como si todos en este vasto mundo, no no, / estuvieran contra mí, no, están, están contra mí”, se desgarra la voz de Janis Joplin, segura de que contra todos no se puede. Que contra todos sólo se puede perder. “Subte Línea B y yo me alejo más del cielo, / ahí escucho el tren, ahí escucho el tren, / estoy en el subsuelo, estoy en el subsuelo”, se apaga la voz aguardentosa de Luca Prodan. Anteojos negros de carey, auriculares en la sien. Vivieron rápido, murieron jóvenes, dejaron cadáveres bellos. Como quería James Dean. Hoy suenan en el I-pod. Venden remeras. Florecen en las tumbas de la gloria.
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