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 domingo, 15 de abril de 2007  
[Nota de tapa] - La pantalla sin fin
Cuando el cine independiente es una fiesta
El festival Bafici que se realiza en Buenos Aires reúne filmes de todo el mundo. En su 9ª edición prestó sus pantallas a una gran variedad de propuestas

Fernando Varea - Especial / Señales

Más de trescientas películas, en distintos formatos, de diversas épocas, duración y procedencia, ocupando durante dos semanas las pantallas de algunas de las salas más confortables de la capital argentina, distribuidas en cuarenta y seis ciclos y secciones. Pero además hay que agregar que la 9ª edición del Buenos Aires Festival de Cine Independiente (Bafici) sumó a la cantidad el valor de la variedad.

La amplitud dada a la expresión “cine independiente” permitió el encuentro en la nutrida programación de Jacques Tati y Frank Zappa, o, en el ámbito del cine nacional, de Jorge Polaco, David Blaustein y “Pino” Solanas. Además, a quienes suponen que todo se trata de excentricidades y productos novísimos, habrá que recordarles que el programa incluyó este año filmes de René Clement, Carl Dreyer, John Huston, Krzysztof Kieslowski, Marco Bellocchio y Joe Dante (los primeros cuatro ya fallecidos), y que, entre thrillers sobrenaturales y contemplativas road movies, se proyectó también un documental sobre la cultura mapuche.

Y, finalmente, la calidad: el festival brindó la posibilidad de apreciar versiones restauradas del clásico “200 motels” de Zappa, de cortos del brasileño Joaquim Pedro de Andrade (además de su mítico largometraje “Macunaíma”) y de los filmes que el argentino Hugo Fregonese filmó en el exterior, exhibidos en impecables copias en 16 mm y 35 mm. Y más: la fortuna de ver en una cómoda sala céntrica “Retribution”, de Kiyoshi Kurosawa (director japonés cuyas películas sólo han podido conocerse en forma marginal en Rosario); de rever “Belle de jour”, de Luis Buñuel, seguida de “Belle tojours”, en la que el casi centenario cineasta portugués Manoel de Oliveira retoma los personajes de áquella. Claro, también se conocieron las últimas películas de directores como Hirokazu Kore-eda y Kim Ki Duk.

Organizar y coordinar tanto material parece posible sólo para alguien como Fernando Martín Peña (director artístico del festival), quien recurre a la paciencia como una verdadera aliada.

Peña se entusiasmó frente a Señales por la cantidad de espectadores (que superó a la de años anteriores), destacó como una de las peculiaridades de esta edición la “mayor conexión entre el pasado y el presente” y no escatimó palabras de elogio y agradecimiento para sus programadores (especialmente para Diego Trerotola).

Pero también lamentó la falta de apoyo del Incaa, que si el año pasado se sumó a último momento, esta vez brilló por su ausencia, lo que implicó un plan de financiación de urgencia y la suspensión de algunas visitas y actividades, pero no de los premios en danza.



Un shopping de película

 Así fue que el primer piso del shopping Abasto (una de las sedes del festival) terminó siendo, durante varios días, una suerte de hormiguero de cinéfilos, donde resonaban en el aire nombres como Tsai Ming-liang o Jem Cohen, con distribuidores y programadores nacionales y extranjeros intercambiando teléfonos y mails en una sala especialmente destinada para eso, y jóvenes colaboradores dispuestos a aclarar dudas en la mesa de informes y en la sala de prensa, logrando, por momentos, hacer olvidar la esquiva hospitalidad de los porteños.

En tanto, empleados del centro comercial fueron testigos de la carrera de grupos de fanáticos hacia los puestos de venta de entradas, casi como las mujeres que se agolpan frente a las grandes tiendas cuando anuncian una liquidación, con la sustancial diferencia que el objetivo aquí era conseguir boletos para no perderse una película de Rumania o de Corea del Sur. Sensaciones similares experimentaban los boleteros y acomodadores de grandes salas de las avenidas Santa Fe o de la General Paz, ante los arremolinamientos para ver, por ejemplo, algún inasible filme de un director tailandés.

El sobrio acto de apertura se llevó a cabo en el teatro Opera, donde periodistas, actores, directores y productores de distintas partes del mundo tuvieron ocasión de saludarse o reencontrarse. En el transcurso de esta ceremonia no hubo aplausos para el jefe de gobierno Jorge Telerman y otras autoridades, pero sí para un corto promocional del festival en el que unos amigos se conmueven frente al absurdo cuadro de un gato con una pipa, mientras uno de ellos queda desconcertado, seguido de una frase no muy abierta a la transigencia: “Lo que no es para vos, no es para vos”. Una afirmación que podía aludir a varios de los presentes, que fueron dejando la sala cuando comenzó a verse la primer película.



Fuera de protocolo

Hubo otros acontecimientos, menos protocolares pero más sustanciales, a lo largo del festival. La presentación en el teatro Coliseo de “Brand upon the brain”, última realización del canadiense Guy Maddin (cuya película “La canción más triste del mundo” despertó dispares reacciones entre los rosarinos que asistieron a verla al Cine Del Siglo, el año pasado), acompañada en vivo por músicos de la orquesta del Teatro Colón.   

También la charla abierta sobre música y cine que ofreció Tom Waitts en el teatro Alvear —sólo para quienes no se intimidaron por la infinita cola para obtener las entradas—, donde el músico y actor recordó su paso por filmes como “Bajo el peso de la ley” y “El amor es un eterno vagabundo”. Y, si de música hablamos, todas las noches distintas bandas (algunas participantes en películas exhibidas en el Bafici) y DJs se encargaron de animar a quienes concurrían a la planta baja de Harrod's,

Waitts no fue el único que expuso sus saberes ante el público interesado: estuvo también Donn Alan Pennebaker, el influyente documentalista norteamericano que registró conciertos de, por ejemplo, Bob Dylan y David Bowie. Pennebaker dijo creer “en un cine instintivo” y opinó que en los músicos veteranos “hay algo que tiene que ver con la fatalidad del arte que no suele verse en MTV”. También hubo talleres a cargo de Luc Moullet (uno de los sobrevivientes de la novelle vague) y de la documentalista y cineasta experimental Lynne Sachs. La encantadora Sachs habló de su trabajo como profesora en la Universidad de New York (“Los mejores estudiantes son los que están disconformes con la universidad”, contó), y ella misma hizo preguntas al público.

No faltaron presentaciones de libros, mesas redondas y seminarios. Múltiples opciones para un festival que no cesa en su capacidad de expansión y de seducción para los seguidores del cine.



De pantalla en pantalla

Dos de los filmes que integraron la selección oficial internacional partieron de la relación entre dos amigos para desplazarse por estados de ánimo y turbaciones generacionales. La estadounidense “Old joy” (Nelly Reichardt) sigue a dos jóvenes que comparten una jornada en un bosque. Los travellings sobre la ciudad durante su viaje en auto (con el fondo de áridos debates radiales contra el gobierno), las dificultades para encontrar el sitio (como representando lo difícil de llegar a lo esencial de sí mismos), las breves confesiones frente a una fogata mientras se oye el discurrir del agua o el rumor de los árboles contribuyen a una atmósfera agridulce.

El par de amigos de “Reprise” (Joachim Trier), en tanto, atraviesan dificultosamente su ingreso a la vida adulta y sus intentos de dedicarse a la literatura. Más inestable y fragmentada, con la trama dispuesta a sumar personajes, recuerdos y deseos, esta película noruega resulta igualmente vital y comunicativa.

Más distante es “Bamako” (Abderrahmane Sissako), coproducción entre Malí, Estados Unidos y Francia que escenifica un juicio a los responsables de los males que aquejan a los países dependientes, llevado a cabo en el humilde patio de una casa africana, mientras en los alrededores la gente cumple con sus tareas cotidianas. Deuda externa, imperialismo, terrorismo son algunos de los temas que se debaten en el filme.

La australiana “Noise” (Matthew Saville), en torno a un agente con problemas auditivos y una adolescente testigo de una serie de asesinatos, echa una mirada ligeramente cáustica sobre la institución policial, y tiene algunos momentos de violencia, pero arroja un resultado híbrido e irregular. Asimismo, la turca “Riza” (Tayfun Pirselimoglu), a través del calvario de un camionero vencido por los problemas y la desesperanza, que en vano se acerca a su ex mujer, y recurre al robo y al asesinato para hacerse de un poco de dinero, refleja una Estambul triste, recorrida por inmigrantes ilegales y desocupados, con estilo poco imaginativo y algunos diálogos afectados.



Argentinos al ataque

 En materia de cine argentino, “El otro” (Ariel Rotter), premiada en el último Festival de Berlín, filmada en buena parte en la vecina ciudad de Victoria, acompaña a un abogado (Julio Chávez en un rol similar a los de ”Extraño” y “El custodio”) durante un viaje que se convierte en una fuga imprevisible, como dejándose llevar por el placer de ser “otro”, moviéndose impulsivamente y resistiéndose a sus responsabilidades.

Cuidadosamente dirigida y actuada, con un expresivo uso del sonido, su final no está a la altura de la tensión y el misterio de sus mejores momentos.

“El desierto negro” (Gaspar Scheuer) parece una versión menos visceral del “Juan Moreira” de Favio, nada desdeñable intento de combinar búsquedas plásticas con tópicos del cine criollista.

Pudieron verse también “Argentina latente” y “Copacabana”, documentales realizados —con métodos muy distintos— por Fernando “Pino” Solanas y Martín Rejtman, respectivamente. Solanas continúa la línea de “Memorias del saqueo” y “La dignidad de los nadies”, reportando esta vez los valores (científicos, profesionales, solidarios) que anidan en la sociedad argentina y que suelen ignorarse. Coherente con el resto de su obra, el filme fue presentado por el propio director, junto a gente que testimonia en la pantalla.

En cambio, en el de Rejtman, —que muestra la comunidad boliviana de Buenos Aires y los festejos de Nuestra Señora de Copacabana—, los recursos son mínimos, y la elocuencia se alcanza por los movimientos dentro del plano y la precisa utilización del color y de la música.

Otro documental consituyó, sin dudas, uno de los mejores filmes en competencia: “El telón de azúcar”, donde su joven directora, Camila Guzmán Urzúa (hija del chileno Patricio Guzmán), reflexiona sobre la Cuba en la que pasó su infancia, reencontrándose con compañeros de escuela y preguntándose sobre la factibilidad de las utopías.

Divertida utilización de imágenes de personajes reales (sobre todo del ministro Anders Fogh Rasmussen) para montar una trama de intrigas que abarca asesinatos, amores prohibidos y conspiraciones, el falso documental danés “AFR” (Morten Hartz Kaplers), demuestra el poder manipulador de los medios audiovisuales y los riesgos del estado de inocencia en que se encuentra el espectador desinformado, aunque incomoda que se exprese sobre problemáticas graves partiendo de clisés progresistas según los parámetros primermundistas.

Y para quienes suponen que el cine independiente excluye la comedia, hubo una sección con once películas de este género, incluida “For your consideration” (Christopher Guest), sátira algo desmañada pero muy graciosa, sobre un equipo de filmación que se obsesiona por rumores de posibles nominaciones al Oscar para algunos de sus actores.

Seguramente, dentro de la muestra del Bafici que se realiza en Rosario todos los años, en salas alternativas, tal vez en un canal de cable o, con suerte, en alguna sala de cine comercial los rosarinos podrán ver estas u otras películas presentadas en el festival, entre las cuales pueden hallarse perlas de esas que los cinéfilos —eternos buscadores— siempre ansían descubrir.


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