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domingo,
15 de
abril de
2007 |
Regla nemotécnica para no olvidar
Hoy, Carlos. Mañana, el profesor de Neuquén que protestó por un sueldo. Pasado, aquel maestro, “¿de qué provincia era?”. Tras pasado, “creo que fue en Neuquén que se armó quilombo con un maestro, ¿no?”. Y Carlos se diluirá en nuestras venas hasta que lo eliminemos con la orina. Y Carlos sólo será Carlos para quienes sentirán su ausencia en los cuerpos. El resto, será ficción a la hora de la cena, mientras hacemos zapping con Susana.
Habrá quien tenga el honor de tomar su lugar; aunque casi sin percibirlo, borrará en cada trazo sus restos de tiza y cambiará su olor por otro hasta que ya no se huela a Carlos en el aula.
Habrá chicos que lo lloren y se rían nerviosos, confundidos, por este incómodo tema de la muerte en la adolescencia. Y nada, nada va a cambiar. También fuimos Soledad, fuimos Cabeza, aunque finalmente, somos quienes somos una vez que el ruido acaba. Todo vuelve a su lugar, y Carlos, esta vez sí con apellido, desaparecerá en el bullicio de un lenguaje que es silencio, para unirse a aquel “nunca jamás” que sólo es un quizás, un tal vez, un siempre o casi siempre. Carlos Fuentealba: me ilusiona pensar que voy a trabajar para que lo antes dicho sea borrado por mis propias manos, e intentaré jugar con tu apellido para que quede sellado en mi recuerdo: y serás la “fuente” de donde beber ese bendito remedio para la memoria. Y serás el “alba” que me recordará que hubo un profesor que luchó por sus derechos guiando mi tiza, cada mañana, a la hora de la clase. Mis respetos y mi compromiso para preservarte en mi memoria.
Silvia Laffranconi
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