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 domingo, 08 de abril de 2007  
Panorama
La trágica moraleja de Neuquén

Por Julio Villalonga
La corta pero además frustrada campaña presidencial del gobernador neuquino, Jorge Sobisch, pone “blanco sobre negro” los límites precisos de una carrera política basada casi excluasivamente en la caja.

Como si encima no sobraran ejemplos cercanos. El de Eduardo Duhalde, más allá de su vocación por el cabojate bonaerense, es uno de los casos paradigmáticos. Llegó a la Presidencia a comienzos de 2002 exclusivamente porque la alternativa de Adolfo Rodríguez Sáa amenazaba con llevar a la Argentina a una catástrofe mayor. Lo dijo una y otra vez: él no tenía vocación presidencial. Así fue como, cuando dos piqueteros terminaron asesinados por efectivos de su policía bonarense, convocó de urgencia a elecciones anticipadas. Había conseguido enderezar el rumbo, algo que -viniendo de donde se venía- era mucho más de lo que se le podía reclamar, y no estaba dispuesto a inmolarse por una ambición de poder que no tenía. Duhalde confiaba en que, al ungir a su sucesor, el futuro sería dulce para él. Fue un error de cálculo grave. Néstor Kirchner se encontró con la Presidencia y el peronismo desorientado, con su líder pretendiendo mantener el poder en la provincia de Buenos Aires casi desde su casa de veraneo en Pinamar. El poder en el PJ se ejerce, con los papeles del partido o sin ellos, y así fue que Kirchner se alzó con todo hasta el punto de que no se sabe si Duhalde está exento de una nueva ofensiva judicial una vez que se consume, si no hay grandes trastornos, el triunfo electoral kirchnerista en octubre próximo.

Pero volviendo a la dura realidad de estos días, decíamos, lo que queda claro es que con plata, y sólo con plata, nadie puede pretender que tiene una carrera política. Hacen falta otros atributos: inteligencia, astucia, paciencia, buenos equipos. En fin, todas virtudes que está claro no adornaban la personalidad de Sobisch, el gobernador de una provincia que, como todo feudo, tiene las arcas llenas pero mantiene a parte de su pueblo en condiciones misérrimas. Lo que, no hace falta decirlo, resulta una demostración palmaria de la falta de inteligencia de sus gobernantes.

En los próximos días seguiremos viendo al gobierno nacional en medio de sus intentos por evitar que situaciones como las de Neuquén, Salta, Santa Fe y Santa Cruz no salpiquen su performance. Está claro que cada caso es distinto y puede o no infuir en la imagen que con tanto esmero Kirchner trata de sostener. Pero el asesinato del profesor neuquino, como las muertes de Kosteki y Santillán, hace un lustro, muestran que no existen maquinarias políticas perfectas, que la realidad puede colarse por una fisura imperceptible y que tampoco puede quedarse tranquilo quien acumule poder con eficiencia y cuidado. La trágica moraleja de Neuquén es conocida por todos aquellos que han visto subir y bajar liderazgos con pasmosa rapidez en esta Argentina cíclica, más acostumbrada a las crisis que a la normalidad. Y en la que, todavía y lamentablemente, hay mucho margen para muertes absurdas e inexplicables.




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