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 domingo, 08 de abril de 2007  
Bajo el agua.
El futuro llegó: las lluvias son un aviso de lo que se viene
Las lluvias que anegaron la ciudad no son una postal del pasado sino de las vicisitudes por venir

Orlando Verna / La Capital

Esta época en Rosario siempre fue húmeda. Abrigarse y desabrigarse era un único movimiento y las pistas de patinaje en los patios del colegio convocaban a divertirse y ensuciarse. Pero claro, había otoño. ¿Seguirán enseñándoles a los chicos en la escuela las cuatro estaciones? Quizás ya ni les hablen del pobre Antonio Vivaldi, cuya obra mayor pasó a ser una postal de cuando el orden natural del clima era regla.

Hasta hace poco se hacía difícil secar la ropa y los pisos quedaban marcados, pero las máquinas centrífugas y varios retos por no limpiarse los pies mantenían la concordia familiar. Aunque el romanticismo de los recuerdos de una época no tan lejana se empaparon rápidamente de zozobra, evacuados, pérdidas e imprevisión.

Desde estas pampas, siempre tuvimos la percepción de que las discusiones sobre el cambio climático eran propias de las grandes potencias, responsables de las emisiones de gases a la atmósfera y del calentamiento global. Creímos que el Tratado de Kyoto era una muy buena colección de deseos o una trinchera antiglobalización. O que, preocupados por nuestras pendulantes economías, se convertiría, si la suerte nos acompaña para verlo, en una preocupación para nuestros nietos.

Hasta disfrutamos, reflejado en una pantalla, de ese mundo oscuro por venir. "Blade Runner" hizo del cyberpunk un lenguaje cinematográfico y se convirtió instantáneamente en un clásico de la ciencia ficción. En la Tokio del futuro llovía, siempre llovía. El agua corría por las calles e inundaba todos los pasos. Los pocos intersticios dejados por los edificios recibían menos rayos del sol y la humedad era un pegote continuo. "Waterworld" llevó el gobierno del agua al paroxismo y "Mad Max" pintó el retrato contrario, pero no menos extremo. La falta de líquidos (agua y petróleo) empujaba al mundo a la violencia desenfrenada.

Sin embargo, rápidamente la nostalgia de la humedad otoñal rosarina se transformó en tragedia. Y puso al agua nuevamente al frente de la escena. Las zanjas se transformaron en canales y estos en arroyos. El Ludueña y el Saladillo se hicieron ríos. Así, el agua cacheteó de arriba y de abajo. Los 500 milímetros caídos sobre Rosario y el desborde del sistema hídrico regional dejaron la sensación de un regreso al pasado de las inundaciones en Empalme.

Aunque no todo es exactamente así. Paradójicamente, la catástrofe, además de alimentar el flashback, se trata de un mensaje sobre lo que nos toca como porvenir. Quizás la licuación de los glaciares, el aumento de los niveles de los océanos, la desaparición de miles de hectáreas de tierra y la extinción de decenas de especies vegetales y animales no sean problemas directo para los rosarinos.

Pero miles de evacuados y autoevacuados, de casas ahora inhabitables y hectáreas anegadas e improductivas, la reaparición de las enfermedades de la pobreza, la destrucción de la infraestructura urbana, las obras sin hacer y la desesperación de los que menos tienen sí lo sea.

Allá lejos quedó el romántico recuerdo del otoño y de los tiempos que se fueron. Sin esperarlo, hoy se convirtió velozmente en mañana, y sin desearlo, ya está entre nosotros. Todos esperan una rápida respuesta de las autoridades para que el desastre no se repita. Por nosotros mismos, nuestros hijos y nuestros nietos. Porque, mientras miramos para arriba pidiendo clemencia con el agua hasta las rodillas, el futuro llegó.
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